domingo, 18 de febrero de 2024

Carta a Juan María Uriarte


Jesús Martínez Gordo

 

Querido Juan Mari: la noticia de que habías tenido un ictus corrió el pasado 12 de febrero como la pólvora, al menos, entre quienes hemos tenido la inmensa suerte de disfrutar de tu amistad y cercanía; y, de manera particular, en los momentos difíciles de nuestras respectivas vidas. Fue ese día cuando me vino a la memoria algo de lo mucho y bueno, vivido y compartido, en unos casos, contigo y, en otros, en compañía de comunes amigos; pero, también, no pocos de los sinsabores padecidos por ti a lo largo de tu vida.

Lo primero que me vino a la memoria fue tu llamada telefónica del pasado 8 de febrero, y la larga conversación que mantuvimos. Estabas preocupado por la acogida que pudiera tener tu último libro, “Sexo y género a debate”. “Todavía no he acabado de leerlo”, te dije, pero hay dos cosas que me han gustado: que te centres en estudiar el “género” desde la “antropología” y no desde la ética. E, igualmente, que lo hayas abordado queriendo dialogar con “quienes no comparten la fe cristiana”. Ya sabes, te comenté, que, tanto en lo tocante a la homosexualidad como a lo del “género”, mantenemos posiciones diferentes. De ello hemos hablado en muchas ocasiones, pero déjame que te diga que me gusta que te asomes al “género” a partir del terreno común de la antropología. Me recuerda, le comenté con amigable ironía, la perspectiva adoptada por Benedicto XVI cuando publicó su Cristología: la había escrito como teólogo -por tanto, no como Papa- esperando que fuera leída con empatía”. Quedamos en vernos, una vez se publicara el libro que habíamos redactado A. Sota, M. J. Tello, J. Madrazo y yo: “Diálogos sobre Dios. Crítica racional y convicción de fe, atea y creyente”. “Te reservo, le dije, un ejemplar y comemos juntos para comentar tu nueva ‘criatura’ sobre el ‘género´ y esta última sobre ‘Dios’”. “Ya sabes, me comentaste, que no estoy para muchas excursiones, pero podemos reunirnos en mi casa o en algún restaurante cercano. Siempre hay un menú del día con el que celebrar nuestras coincidencias y hacer más llevaderas nuestras diferencias”. En eso quedamos.

Lo segundo que me vino a la memoria fue tu confidencia, formulada a orillas del Cantábrico, hace unos tres meses, a un grupo de compañeros: “el tiempo que me queda, lo voy a dedicar a poner en orden los papeles y a dejar algunas notas explicativas”. Esta fue tu respuesta a la insistente petición que te veníamos haciendo, desde hace años, y, de manera particular, Iñaki Villota, probablemente el investigador que mejor conoce la historia de la Iglesia en el País Vasco de los últimos decenios. Y creo que también fue tu respuesta a las peticiones que te formulábamos para que dejaras constancia de todas esas ocasiones en las que no te había resultado nada fácil ser obispo, habida cuenta de que somos muchos los que hemos aprendido de ti eso de que el amor a la verdad tiene un precio; y que hay que pagarlo, si se quiere ser libre.

Por eso, no me ha extrañado que algunos, apoyándose en la Wikipedia, hayan hecho propio estos días el siguiente texto: “Durante los diez años de gobierno pastoral en San Sebastián Uriarte destacó especialmente por la promoción de la participación de los laicos y el funeral por el asesinato de José Luis López de Lacalle perpetrado por ETA. En este funeral se dirigió al ministro Mayor Oreja, exhortándole a superar el bloqueo del proceso de paz y reclamando el acercamiento de los presos etarras, el diálogo con todas las fuerzas políticas -Batasuna incluida- y la adopción de medidas de distensión que alivien el sufrimiento de los reclusos terroristas. Por este discurso fue comparado -corrijo lo recogido en la Wikipedia- por los sectores más fundamentalistas del uniformismo español, “con Conrad Gröber, el ‘obispo pardo’ que simpatizaba con los camisas marrones nazis”.

Con tu permiso, quiero rescatar -como imprescindible contrapunto- una carta abierta que te escribió en junio de 2002 la periodista Carmen Torres Ripa -esposa del también periodista, José María Portell, asesinado por ETA- ante otra de las muchas acometidas mediáticas de las que fuiste objeto: “Era la noche del 28 de junio de 1978, dentro de unos días hará veinticuatro años y a primera hora de la mañana asesinaron a mi marido, José María Portell. Yo era casi una niña con cinco hijos abrazados a mis faldas; parecíamos unos chiquillos perdidos. Me sentí profundamente desprotegida, dolorida, asustada y fue entonces, aquella primera y angustiosa noche de soledad, cuando recibí tu carta. Era corta y tierna, con esa calidez que sólo un hombre de Dios puede escribir (…). Con tus palabras me trasmitiste la paz, la compañía y la voluntad de Dios, tan difícil de entender. Ahora soy yo la que te escribo. Sé que no necesitas consuelo, porque cada palabra que pronuncias y cada homilía que preparas está siempre tamizada en la presencia de Dios; pero a pesar de esa seguridad que sientes en tu alma, aunque sacerdote, eres también hombre y sufres por la incomprensión y el desconcierto que pueden producir en los demás tus opiniones”.

Juan Mari, descansa en paz, tú que tanto has hecho por pacificar este País y por consolar.

 

 

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