Fuente: Religión Digital
Iñigo Lasagabaster Castillo
10/12/2021
Estimados señores: Les escribo aquí como creyente y miembro de la Iglesia y porque me siento obligado a transmitir mi malestar e indignación ante el trato que está volviendo a recibir Juan Kruz Mendizabal, Kakux, con motivo del nombramiento de José Ignacio Munilla como nuevo obispo de Orihuela-Alicante. He redactado las siguientes líneas, por si son de su interés:
Escribo con la tranquilidad que da el haberme expresado públicamente sobre este asunto en repetidas ocasiones antes de conocerse el nombramiento de José Ignacio Munilla como obispo de Orihuela-Alicante.
Lo hago para afirmar que el trato que se ha dado a Kakux —de nuevo en la palestra a raíz de la salida del citado Munilla de la diócesis de San Sebastián— mi amigo y compadre, ha sido injusto y despiadado. Kakux es inocente de lo que se le acusa.
Tras ser sometido a un proceso canónico de Mortadelo, en un contexto de oportunismos vergonzantes, en el que el juez-fiscal llegó a negar al acusado el derecho a la defensa, en un procedimiento que no hubiera aguantado media hora en la justicia ordinaria, plagado de falsedades e irregularidades de forma y fondo, con la prohibición expresa de realizar declaraciones públicas, con testificales manipuladas o inexistentes, sin la posibilidad de presentar testigos de la defensa y tras más de treinta años realizando pastoral con jóvenes sin un solo incidente reseñable, Kakux fue condenado.
Si a mí se me hubiera tratado públicamente y con publicidad como se hizo con Kakux, hubiera presentado sin dudarlo una querella criminal contra el obispo por difamación. De hecho, mantuvimos entre nosotros dos, repetidas discusiones sobre el asunto. Pero él decidió callar, por una cuestión vocacional y de fidelidad. Hizo lo que la conciencia le decía que debía de hacer a pesar de ser consciente del costo personal que ello conllevaba; solo puedo decir que le admiro y respeto profundamente por ello.
Mi hijo pequeño es su ahijado. Ha dormido en su casa, ha ido con él al cine y ha sido siempre tratado con cariño, respeto y alegría. Cuando se enteró de lo que se acusaba a su padrino, apenas acertó a decir, a sus trece años: ¿Cómo le pueden hacer esto a Kakux?
El problema de la homofobia en el seno de la Iglesia y de su jerarquía es que, tras la supuesta denuncia de lo que se ha venido a denominar “ideología de género”, se esconden cuestiones de carácter identitario y afectivo no resueltas adecuadamente, lo que genera inmenso dolor y frustración, a veces con trágicas consecuencias. Y ocurría que lo teníamos delante de las narices y no queríamos verlo. Pero parece que últimamente, y a la luz del conocimiento público de todos los escándalos que van saliendo a la palestra en relación con conductas intolerables generalizadas, esta jerarquía ha adoptado un perfil bajo, se mantiene en silencio y se la ha tenido que envainar.
Y me refiero no solo a la desacreditación de las llamadas “terapias de regresión gay” sino, de modo más amplio, a una homofobia-refugio de reprimidos e insatisfechos, que nos conduce a querer esconder los verdaderos escándalos de la Iglesia detrás de supuestas actitudes ejemplarizantes y teatrales. Se trata entonces del patético intento de esconder un elefante detrás de una margarita. Un ejemplo de lo que acabo de decir es la injusticia cometida con Juan Cruz, que ya no tiene reparación posible, pero que no puedo callarme porque sé que él es inocente.
A veces, como en este caso, la homofobia no solo yerra en su objetivo, sino que, con acusaciones que buscan desviar la atención de lo verdaderamente grave, se muestra además antievangélica, injusta, malvada y cruel.
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