Fuente: Vida Nueva
Por: Jesús Martínez Gordo
Concebido sin pretensiones sistemáticas, este libro resulta tan interpelador en los escritos que reúne como su propio autor
Soy consciente —indica J. I. González Faus— de “mi adicción al teclado”, “agravada por la edad” y por la conciencia “de que estoy jugando ya en el descuento del partido de mi vida”. Por eso —prosigue—, “siempre me hace ilusión eso de marcar un gol en tiempo de descuento”, es decir, publicar un nuevo libro, aunque sea recogiendo, de manera ordenada, los artículos y colaboraciones que han visto la luz en diferentes revistas y blogs a lo largo de los últimos años. Y, puesto a ello —continúa—, me he percatado de que casi todos los escritos están atravesados por el interés en la convivencia y por una advertencia de Tomás de Aquino: la teología no consiste solo en hablar de Dios, sino “también en hablar de las cosas de este mundo desde Dios”. He aquí la música de fondo que traspasa, de principio a fin, esta publicación, ocupada en hablar, como creyente y cristiano, de temas no solo teológicos sino también supuestamente profanos.
El autor agrupa sus escritos en dos grandes bloques. En el primero, dedicado a las “verdades cristianas” se ocupa —entre otros temas— de la existencia de una teología de la historia; del Mesías crucificado; de la reconciliación y del perdón de las deudas. En el segundo, más extenso, detalla algunas de las consecuencias que brotan de tales “verdades cristianas” para la convivencia en la Iglesia, la sociedad, la política y la economía.
Concretamente, cuando se adentra en la Iglesia, defiende que el cristianismo es “un judaísmo en salida”, sin dejar de denunciar el fariseísmo católico ni de reivindicar la importancia de tomarse en serio que somos “un resto” o que vamos camino de serlo. Cuando se asoma a la sociedad, lo hace afrontando urgencias como la ecología, la eutanasia, la violencia sexual, los derechos humanos, los patriotismos, los racismos y las infancias robadas. Y cuando, finalmente, agrupa los escritos referidos a la convivencia política y económica, confiesa ser consciente de que “va a molestar mucho a unos cuantos”. Y, la verdad, lo logra al referirse a la crisis económica y defender que una regeneración política primero ha de ser económica. E, igualmente, al interpelar “a todos los parlamentarios”, entre otros motivos, por sus sueldos; a la izquierda por su anticristianismo militante y a los medios por su manipulación y olvido de la comunicación. Faus cierra el libro con dos preguntas: una, sobre la pandemia (“¿La bolsa o la vida?”) y otra, sobre la condición humana: “El hombre, ¿animal o dios?”
Haciendo una cata, me resultan reseñables las páginas en las que reafirma la humanidad del Dios cristiano, ya que, al abajarse en Jesús por amor y solidaridad, no destruye al hombre, sino que soporta en su mismo ser la fragilidad e, incluso, la maldad que irrumpe en su existencia. Y también, aquellas en las que pone al día su conocida tesis sobre el pecado original: “En la historia nada aparece inmaculado, perfecto, por prometedor que sea”. En Occidente, recuerda en diferentes ocasiones, el pecado original presenta los rostros del individualismo, de la indiferencia y de la búsqueda del mayor beneficio posible al precio de la fraternidad. Por eso, “lo peor de nuestra fragilidad es que, además de frágiles, somos crueles; y nuestra normalidad consiste en ocultar el dolor del mundo”, corrompiendo el progreso humano. A pesar de ello, a los cristianos no nos queda otra salida —por fortuna— que trabajar en favor del hombre, sabiendo que hay más cosas dignas de admiración que de desprecio, pero, a la vez, conscientes de que la construcción de una historia según la voluntad de Dios no está llamada —vista “nuestra pasta humana”— al éxito; y menos, necesariamente. En apretada síntesis: “Nunca habrá un día en que desaparezca del todo el pecado; pero nuestra misión es luchar contra el pecado”.
Iglesia y laicidad
Son igualmente destacables las páginas referidas a la Iglesia actual (me gustaría que Bergoglio “fuera un poquito más deprisa”); a la laicidad (nuestra sociedad no es laica, sino idólatra del Dios Mammón y de la Patria); al derecho a blasfemar (en el que tendría que haber sitio tanto “para la blasfemia religiosa como para la blasfemia laica”) o a las izquierdas hispanas (“presas de un anticristianismo ciego y fundamentalista” que, “además de quitarles muchos votos que irían con ellas por razones cristianas, no se justifica ni siquiera por los innegables pecados de la Iglesia, porque pretenden acabar con el cristianismo en vez de reformar a la Iglesia”).
Quien se adentre en su lectura podrá percatarse de que tiene entre sus manos un libro de teología que, escrito sin pretensiones sistemáticas, es, a la vez, lúcido y apasionado, además de original, interpelador y libre.
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