Monseñor Clemente Isnard, OSB.
Cada vez más son las voces que alertan de que la edad de la renuncia de los obispos a los 75 años sirve solamente a Roma para sacar a los que no son de su agrado.
El Vaticano reconoce una dificultad especial de encontrar candidatos porque muchos sacerdotes no aceptan esos cargos. Las acusaciones de pedofilia en el clero exigen también un examen más minucioso de los candidatos de parte de las nunciaturas. Una de las últimas nominaciones en Chile creó problemas.
A pesar de habernos acostumbrado a la selección ideológica y a los nombramientos apadrinados por los grupos de poder eclesiásticos y otros, sigue penando el despotismo Vaticano en esta delicada materia.
Sin cuestionar la apostolicidad de la Iglesia católica, uno puede preguntarse acerca del rol efectivo que podrán jugar los obispos en el desarrollo de la cristiandad de las próximas décadas. Uno se puede preguntar de la relevancia de esos nombramientos para la Iglesia chilena.
¿Será la gestión institucional de las diócesis que parece lo esencial del desempeño actual de los obispos, lo que podrá vitalizar las comunidades y frenar la desafiliación religiosa?
La misma crisis financiera de muchas Iglesias locales disminuirá las capacidades organizativas y dirigistas de los obispos. La postura tradicionalista e inquisitorial de los últimos nombrados produce un distanciamiento de muchos cristianos. Los discursos doctrinarios y moralistas dejaron de llamar la atención, especialmente en el ámbito juvenil.
En nuestra sociedad secular, la audiencia de las autoridades religiosas ha perdido mucho de su prestigio. En Chile recordamos el rol que jugaron grandes Obispos, la importancia que tuvo su intervención en la conducción no solamente de los católicos sino también de organizaciones como la reforma agraria, la organización de los derechos humanos, etc… pero estos recuerdos no deben ilusionarnos, la gran mayoría de los obispos han tenido unos perfiles mucho menos relevantes.
El Vaticano no logró salir del concepto de “administradores apostólicos” para dotar las diócesis latinoamericanas y, para los cargos importantes, unos obispos particularmente estilizados en la misma administración Vaticana. No es así que podrán surgir personalidades relevantes para la conducción de la cristiandad.
Considerando también lo que ocurre en la sociedad civil como la desautorización de los políticos y el desinterés ciudadano por las problemáticas regionales y nacionales, se puede prever analógicamente un desinterés progresivo de los cristianos para las esferas religiosas a nivel superior y comparativamente a los movimientos sociales locales, se verán los católicos interesarse, en sus comunidades, para re-encontrarse entre sí con mayor tolerancia y buscando liderazgos democráticos con libertad.
Observando los esfuerzos de los obispos del último Concilio convocado por el buen Juan XXIII, considerando también los esfuerzos de los obispos del Continente en sus sucesivas conferencias latinoamericanas, uno se pregunta ¿Porque no lograron mejores resultados los obispos de la Iglesia? ¿Porque se reconoce necesario una nueva evangelización?
¿Quienes no lograron poner al día la Iglesia, serán los que podrán lograr un mejor futuro para la Iglesia?
¿Cuáles deben ser los actores principales de la nueva evangelización?
¿Los Obispos, abogados y defensores de la doctrina o un pueblo cristiano que se redescubre como pueblo de Dios?
“Los apóstoles fueron los primeros que nombraron a los obispos. Después de ellos fueron los obispos, los presbíteros y el pueblo los que escogían y nombraban…Pero hoy la tendencia es volver totalmente a los papas. Creo que el ideal sería volver al régimen del primer milenio; obispos, clero y pueblo…”.
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