miércoles, 8 de junio de 2022

Formación de sacerdotes: debate abierto en la página web de los caminantes (Wayfarers)

Fuente:   Adista
Redacción

07/06/2022


El debate sobre la formación del clero continúa en el sitio web de los Wayfarers. A las "heréticas" reflexiones sobre la formación de los sacerdotes católicos, publicadas el pasado 29 de abril por Riccardo Larini, responden el 2 de junio las "heréticas" Ideas sobre la formación de los sacerdotes católicos de Cesare Baldi, que comparte "íntegramente" los análisis propuestos por el primer autor pero va más allá, intentando una traducción operativa de los mismos.

La reflexión de Baldi parte de la necesidad de superar el clericalismo, desacralizando el ministerio de los sacerdotes, aborda la urgencia de revisar su currículo formativo, comparte con gran convicción la propuesta de Larini de una "formación humana más sólida", pero precisamente en este punto reconoce los límites del escrito de abril.

 

PERSPECTIVAS “HERETICAS”
SOBRE LA FORMACIÓN DE SACERDOTES CATÓLICOS

Fuente:   Viandanti

02/06/2022


César Baldi 

El  escrito sobre la formación de los sacerdotes católicos, firmado por Riccardo Larini, no me pareció suficientemente “herético”, en el sentido etimológico de quien toma posición, elige. Me tomo la libertad de reaccionar a las propuestas publicadas para profundizarlas y concretarlas.

Comprometido en diferentes momentos y en diferentes latitudes en la formación del clero y de los religiosos, coincido plenamente con el análisis adelantado por el escrito en cuestión, hasta el punto de sacar de él consecuencias operativas, para esbozar un plan de formación igualmente herético e innovador.

 

Para no quedarse con la boca seca

Una primera consideración fundamental, que recorre toda la reflexión de Larini, es la necesidad de superar el clericalismo que afecta profundamente la formación de los sacerdotes católicos, convirtiéndolos en una casta separada del pueblo de Dios, los únicos a quienes competen los tres munera (enseñar, santificar y gobernar), sacralizando así su ministerio.

Omito aquí la cuestión relativa a la función de "gobernar", que el autor asume sin oposición, pero sobre la que en mi opinión valdría la pena discutir, aunque pacíficamente aceptada por el código de derecho canónico y por el último directorio de obispos. En cambio, estoy totalmente de acuerdo con su afirmación de que "sin cambios doctrinales no será realmente posible erradicar el clericalismo" y añado que, en particular, es necesaria una evolución coherente de la eclesiología de comunión surgida del concilio.

Dicho esto, solo puedo estar de acuerdo con su afirmación sobre la necesidad de "revisar radicalmente el plan de estudios necesario para acceder a la ordenación presbiteral, liberándose de la obsesión de hacer imposibles (y decididamente improbables) ministros ordenados expertos en todo".

Igualmente aceptable es la propuesta consecuente de una "formación humana más sólida", no centrada en la ya discutible (al menos en su forma actual) obligación del celibato y no debilitada por una formación teológica "dialéctica y apologética", como justamente las califica. Pero es precisamente en este punto, después de haber despertado oportunamente el interés del lector, cuando su escrito se detiene, ¡dejándonos a todos con la boca seca! Todo claro hasta ahora, pero ahora ¿qué podemos hacer? Así que he aquí el motivo de este texto: intento esbozar algunas propuestas concretas, basadas en mis, aunque limitadas, experiencias docentes.

 

Desacralizar la figura del sacerdote

Una primera vía de desarrollo para "descongestionar" la formación del clero desde el punto de vista del contenido me parece dictada por la necesidad de desatascarla de la actual concentración exclusiva en las verdades adquiridas (en vez de en la verdad sinfónica que hay que buscar, como bien ha subrayado Larini): dotar a los futuros sacerdotes de una sólida conciencia de las verdades de la fe no basta para hacerlos aptos para el ministerio sacerdotal.

Creo que es evidente la verdad de esta afirmación, pero me parece igualmente evidente que los responsables de la formación de los sacerdotes no quieren tenerlo en cuenta. Para ello, en mi opinión, es necesario seguir dos caminos complementarios: uno de carácter contenutístico y otro de carácter formal. En otras palabras, es necesario intervenir por un lado sobre los contenidos de la formación y por otro sobre la configuración ministerial a la que se dirige esta formación.

Empecemos por el aspecto formal: si queremos desacralizar la figura del presbítero, en mi opinión debemos volver a distinguir las funciones que históricamente se han centrado en él: la litúrgica, la catequética y la caritativa. Estas tres funciones fundamentales han dado lugar a tres figuras ministeriales diferentes: el presbítero (ministerio ordenado), el catequista (recientemente vinculado y asumido a la configuración ministerial) y el diácono (que el Vaticano II reafirmó como primer grado del ministerio ordenado).

 

La vocación ministerial de la Iglesia

Separando estas tres funciones necesarias para la vida eclesial, se anula la tentación del sacerdote de monopolizar en sus manos todo el servicio pastoral y se afirma claramente la vocación ministerial de la Iglesia en su conjunto.

Con este planteamiento, la formación de los sacerdotes católicos ya no es "exclusiva" de la única figura clerical, sino que está abierta a todos los laicos que quieran ejercer alguno de los tres ministerios fundamentales. Si todo el pueblo de Dios está llamado a participar en la misma misión y el Espíritu suscita en cada uno vocaciones de "especial consagración", entonces todos aquellos a quienes la comunidad eclesial reconoce un carisma particular y a quienes quiere confiar un ministerio particular deben tener acceso a una formación adecuada y no reservada sólo a los sacerdotes. Esta formación amplia y articulada debe prever, por tanto, tres salidas diferentes (sacerdotes, catequistas y diáconos), competentes en tantas formas diferentes de ministerio, complementarias e integradoras tanto como se quiera. Apostilla: considerar el ministerio diaconal como una figura por derecho propio, debería prever la desaparición del “diaconado de paso” para todos los candidatos al sacerdocio, precisamente porque se trata de un ministerio diferente y no solo de un “grado” inferior del único ministerio sacerdotal.

 

El nudo de la formación humana

Llegamos entonces a la estructura de esta formación, o más bien a los contenidos: sin trastornar el actual ciclo formativo, creo que es posible concretar un camino integrado de dos trienios, uno común y otro de especialización. Como preparación a este camino, sin embargo, debe darse una formación humana, integrada en los caminos de la pastoral juvenil ordinaria, en la parroquia y en la diócesis: el llamado "proyecto formativo", no puede ser prerrogativa exclusiva de algunos movimientos eclesiales, sino que ha de constituir el camino fundamental de cualquier laico católico que desee comprometerse aunque sea ocasionalmente en un servicio pastoral.

En definitiva, la formación humana no puede concentrarse en los pocos años de "formación específica" de quienes van a ejercer un ministerio dentro de la comunidad eclesial, sino que debe ser prevista e integrada en el desarrollo de un camino formativo eclesial "normal", en particular para los más jóvenes y no dirigida únicamente a la celebración de un sacramento. Tomar parte en la comunidad eclesial debe significar automáticamente entrar en un camino formativo, compuesto de momentos expositivos (catequesis), actividades concretas (caridad) y momentos celebrativos (liturgia).

 

Una formación diversificada

De esta primera formación básica pueden brotar ya vocaciones o carismas especiales, es decir, aquellas capacidades que el Espíritu suscita y la comunidad reconoce en sus miembros, en vista de uno u otro de los tres ministerios. Así se distinguen las habilidades de "ayudar a celebrar", "ayudar a comprender" y "ayudar a estar juntos" (más que a gobernar) y es sobre estas habilidades que deben encaminarse los candidatos en un primer trienio de carácter técnico-práctico, centrado en las ciencias de la comunicación, en las ciencias organizacionales, en las ciencias pedagógicas y en la introducción a la teología.

Evidentemente, este primer trienio puede articularse con la formación universitaria existente, convenientemente integrada con cursos específicos de introducción a la teología y cursos de teología fundamental, teología práctica y misionología, que son la base de la posterior fundamentación doctrinal específica.

Este primer trienio, sin embargo, debe centrarse en la formación práctica también a través de prácticas reales, no necesariamente de vida común (que no serán necesarias, en particular, en el ejercicio del ministerio ordinario), sino de colaboración y cooperación entre ellos y con otros, en campos específicos de actividad, donde también estarán sujetos al juicio de la comunidad cristiana y donde algunos observadores competentes sabrán examinar su acción y su idoneidad.

La "especialización de tres años", por otro lado, se centrará en las disciplinas teológicas, exegéticas, jurídicas y pastorales. Durante este período de tres años, los candidatos, a pesar de tener cursos comunes, seguirán cada uno su propia especialización: los sacerdotes se especializarán en los campos litúrgico, sacramental, espiritual y psicológico; los catequistas profundizarán las cuestiones filosóficas, dogmáticas, morales, ecuménicas e interreligiosas; los diáconos se especializarán en los aspectos antropológicos, sociológicos, ecológicos, éticos y políticos de la fe. El trienio no será solo especulativo, sino que se desarrollarán "seminarios" operativos en los que los candidatos deberán poner a prueba las competencias adquiridas, con intervenciones públicas, en las que no se les dejará solos sino acompañados por quienes son sus formadores, como pasantías cortas.

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Aquí hay algunas sugerencias, que obviamente no pretenden ser completas o sistemáticas, sino un estudio simple, igualmente "herético", a partir de la editorial de Larini.

Cesare Baldi:  Presbítero de la diócesis de Novara. Colabora con la Caritas diocesana de Novara. Autor del libro “Reuniendo a los desaparecidos. Trazos de pastoral misionera”, Ediciones Tab, Roma 2021

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Marco Guzzi,  Reformar a los cristianos a partir de los sacerdotes

Un libro para saber más:

Michael Davide Semeraro,  ¿Sacerdotes sin bautismo? Una provocación, no un juicio San Paolo, Cinisello Balsamo (MI), 2018, pp. 156. [publicado el 2 de junio de 2022]


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La imagen que acompaña al artículo está tomada del sitio web: www.vaticannews.va]

 

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