sábado, 18 de diciembre de 2021

De cómo el diálogo interreligioso puede ser colonial. Invitación a un replanteamiento práctico

Fuente:   Cristianisme i Justícia

Por :   Elías González Gómez

15/12/2021


[Imagen extraída de CPAL]

Entre las décadas de 1960 y 1970, la Iglesia Católica se embarcó en una supuesta empresa humanitaria en pro de los países “subdesarrollados”, particularmente de América Latina. Su ayuda consistía en enviar un considerable porcentaje de misioneras y misioneros norteamericanos a la parte sur del continente. Cosa similar hicieron -y siguen haciendo- muchas iglesias cristianas, principalmente de los distintos evangelismos estadounidenses. Este esfuerzo eclesial era paralelo a la famosa Alianza por el progreso del presidente Kennedy, la cual sintonizaba a la perfección con la larga historia colonialista de un país que, desde las doctrinas Marshall y Monroy hasta la invención del termino “subdesarrollo” por el presidente Truman en 1949, no ha cesado de producir desórdenes afuera para mantener la casa en orden. Incluso, y este es el foco del interés de este artículo, cuando pretende “ayudar” a los otros pueblos menos favorecidos. La iniciativa eclesial referida, a pesar de no ser la intención de sus organizadores, iba a terminar sirviendo como caballo de Troya, permitiendo la entrada infecciosa de la ideología del desarrollo a los países latinoamericanos. 

La de Iván Illich fue una de las voces que con más fuerza y destreza se opusieron a esta iniciativa. Sus diversas experiencias en una parroquia puertorriqueña en Nueva York, su propia estancia en Puerto Rico e incluso sus viajes a pie por el continente, le habían dejado en claro que el envío masivo de misioneros norteamericanos a América Latina sería en todos los sentidos terriblemente perjudicial para los pueblos y comunidades. Desde el punto de vista económico hasta eclesial, pero sobre todo cultural, los cambios que traerían consigo estos misioneros detonarían una pérdida paulatina de los propios modos locales y vernáculos de vida, incluyendo las formas eclesiales que el continente había construido. Con el afán de amortiguar un poco el impacto, Illich fundó una serie de proyectos interculturales para recibir a estos misioneros y tratar de disuadirles de su cometido. Si no lograba hacerles ver que lo mejor que podían hacer por América Latina era quedarse en sus países de origen, por lo menos el filtro sería suficiente como para que quedaran quienes auténticamente harían el menor daño. 

Esta no es, claro está, la primera vez que una “buena intención” religiosa podría terminar propiciando elementos colonizadores. Hoy en día continúa presente esta añeja pero igualmente perjudicial estrategia de entrar con las mejores intenciones y salvadores por la puerta grande, cuando en realidad terminan imponiendo su propia cultura. La religión secularizada en sus facetas de derechos humanos y marco de legalidad global son otros ejemplos actuales, unos ciertamente impulsados por el gran Leviatán del internacionalismo de organismos como la ONU, el Banco Mundial o titanes similares. Mi temor es que el diálogo interreligioso, mejor conocido como el interfaith movement, opere desde la misma lógica y no sea sino un caso más de estos neocolonialismos. 

Llevo varios años participando activamente en el diálogo interreligioso. Comencé como joven interesado en la diversidad religiosa, pasé a convivir con distintas comunidades espirituales hasta darme cuenta de que el diálogo interreligioso era “algo”; un movimiento, una potencia, un discurso. Me involucré en distintos proyectos de algunas de las instituciones con mayor renombre internacional en este ámbito: el Parliament of the World Religions, la United Religions Initiative, el North American Interfaith Network, A Common Youth Among the Youth, etcétera. En una ocasión, durante un congreso en San Diego, California, surgió una pregunta fascinante que todavía continúo masticando:  Is interfaith becoming a new religión? (¿Se está convirtiendo lo interreligioso en una nueva religión?) Me llamó la atención el hecho de que existía poca reflexión en torno al diálogo interreligioso, sobre todo desde un pensamiento crítico y en español. Decidí dedicarle mi tesis de licenciatura a pensarlo en serio. En el proceso que años después me llevaría a publicar mi tesis bajo el nombre Encuentro, Religación y Diálogo. Reflexiones hacia un diálogo Inter-Re-ligioso (Samsara, 2020), me di cuenta de que existen distintos tipos de diálogos interreligioso. Por mi parte quise distinguir dos: el político-dialéctico y el ético-dialogal. El primero tiene como finalidad el “llevar la fiesta en paz”, en él reinan la burocracia y la diplomacia. Un excelente ejemplo son los posgrados que se pueden estudiar en ciertos países del Norte donde te forman para que puedas asesorar campañas políticas y hacerlas “políticamente correctas” con las religiones. El diálogo ético-dialogal, por el contrario, sucede cuando existe un encuentro auténtico en la tierra de nadie de la interreligiosidad, cuando el otro desmantela nuestras certezas y nos abre a la posibilidad de ver el Misterio desde otros ojos. 

Este no es, sin embargo, el tema que quisiera tratar a fondo. Lo que me preocupa es que el diálogo interreligioso, el llamado interfaith movement, comienza a fungir de forma similar a los otros discursos humanitarios del Norte que entran con las mejores intenciones, pero terminan por imponer nociones totalmente ajenas a la vida de los pueblos. Recientemente una organización internacional muy importante en el diálogo interreligioso abrió una convocatoria para una formación en la cual me interesé. Escribí de inmediato. Lo primero que me respondieron, igual que en repetidas ocasiones me han insistido otros organismos internacionales con los que he colaborado, fue por mi religión y si conocía a alguna persona indígena que le gustaría tomar la formación. Me molesta este afán de encasillarnos en religiones como si estas fueran clubes o asociaciones, pero dejaré este tema de lado para otro momento. Recalco el exacerbado interés de que personas de los pueblos originarios formen parte de su movimiento, interés que siempre me ha levantado una enorme sospecha. De fondo existe una “buena intención”, la de la inclusión. Pero la inclusión es quizás una de las formas más sutilmente violentas de destruir al otro. Es como invitar a alguien a tu fiesta, pero dejándole en claro quién es el dueño de la casa. Como decía Illich: “¡al diablo con las buenas intenciones!”. 

El interfaith movement está cargado con valores culturales muy específicos. No es el espacio neutral en donde la diversidad religiosa se conglomera en igualdad de condiciones, sino un ámbito particular donde predominan unos ciertos valores concretos, así como una lengua y una religión. La religión que domina, misma que invita y convoca al movimiento, no perfila en la lista clásica de las religiones. No me refiero al cristianismo ciertamente mayoritario. Hablo de la religión de la modernidad, de la globalización, del internacionalismo. Su lengua, al igual que en cualquier otro campo que también opera bajo los mismos valores, es el inglés. Muchos nos hemos quejado sobre el monolingüismo imperante en el interfaith movement. Los encuentros y organizaciones suelen ser en inglés. El único evento interreligioso al que he asistido y que ha sido completamente bilingüe lo organizamos en Guadalajara en el año 2016 desde la Fundación Carpe Diem Interfé en asociación con el North American Interfaith Network. Estoy seguro de que habrá habido otros, pero son la excepción. Pero la lengua no viene sola, la acompañan las grandes narrativas del pensamiento hegemónico actual: globalización, paz mundial, derechos humanos, ciencia, tecnología, gobernabilidad, género, democracia, ecología… Todos estos conceptos, por más útiles y maravillosos que en ocasiones puedan ser, ni son universales ni culturalmente neutrales. Responden al proceso cultural de una civilización específica, la moderno-capitalista. 

Cuando el interfaith movement predica su evangelio, en el fondo está promoviendo un modelo muy específico de interreligiosidad y convivencia interreligiosa. Se trata de un modelo profundamente burocrático, legalista y multicultural, a saber, el modelo que hasta cierto punto comparten varios países del norte como Estados Unidos, Inglaterra, Suiza o Canadá. Países “laicos” que bajo el ala de la laicidad acogen la diversidad religiosa a la pura imagen y semejanza a como la pax romana imperial permitía la diversidad religiosa siempre y cuando se pagaran impuestos. Lo que quiero decir, en pocas palabras, es que detrás del interfaith movement se encuentra una cultura muy específica, la moderna. Lo que escribo no ha de entenderse como una mera crítica a estos esfuerzos, sino como una invitación a la autorreflexión. 

Quiero transformar mi preocupación en un llamado, una invitación, una provocación. Encuentro en el diálogo interreligioso mi casa, el lugar donde he conocido a personas comprometidas y donde he forjado entrañables amistades. Precisamente por este motivo considero que este tipo de reflexiones son pertinentes y urgentes. ¿Qué pasaría si esos amigos canadienses que he conocido en los encuentros interreligiosos apoyando luchas latinoamericanas concentraran sus esfuerzos en luchar en su país en contra de las mineras en lugar de venir a nuestros territorios a hablarnos de derechos humanos y construcción de paz? ¿Podemos pensar en un diálogo interreligioso organizado y desde abajo que no opere desde la lógica hegemónica de la cultura imperante? ¿Es posible hablar de “nuestros diálogos interreligiosos”, los de nuestros pueblos, culturas y lenguas? 

Un ejercicio que me parece urgente y que creo no se está tomando muy en cuenta en el diálogo interreligioso, es la recuperación y regeneración de los saberes ancestrales de cada una de nuestras tradiciones. Impulsados por el temor a nuestras diferencias, corremos rápidamente a “buscar lo que nos une y no lo que nos separa”, creyéndonos el cuento de que la violencia viene de la diversidad cuando justamente es lo contrario, viene de la homogeneización. Pero al creer ese mito suavizamos nuestras distancias afiliándonos a una única tradición que lenta y silenciosamente nos homogeniza. Me he dado cuenta de que la mayoría de las y los jóvenes que atendemos el interfaiht movement compartimos una cierta idiosincrasia, esto porque la mayoría pertenecemos a grupos privilegiados que han sido formateados por universidades y organizaciones idénticas en todo el planeta. Pero ¿qué si el diálogo interreligioso no buscara perpetuar los valores típicamente modernos y más bien buscara en lo profundo de sus tradiciones las alternativas de vida que son críticas al sistema-mundo que nos está matando?

 

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