jueves, 21 de abril de 2022

El Papa: de esta coprofilia a aquellos muckrakers

La acusación de Francisco remite a un antecedente histórico: un discurso del presidente Roosevelt en 1906 en EE.UU. La incomodidad con las investigaciones periodísticas y la sorprendente posición del jefe de la iglesia.

Fuente:   CLARÍN

Por:   Gonzalo Abascal

18/04/2022


El Papa Francisco durante la celebración de la Semana Santa en el Vaticano.

El Papa Francisco lee los diarios y escucha la radio. Y desde hace rato se nota que no le gusta parte de lo que lee y escucha en los medios argentinos. Lo dejó claro una vez más en su carta al periodista Gustavo Silvestre (“Querido Gato”, para el Papa) la semana pasada. En la carta, breve y escrita a mano, reafirmó su mirada crítica con un párrafo. “Siempre en esas informaciones se encuentran algunos pecados de los 4 en los que suelen caer los periodistas: desinformación, calumnias, difamación, coprofilia…”. Si bien la lista de pecados enumera debilidades reconocidas en el periodismo y por los propios periodistas, fue el último término, coprofilia (la atracción fetichista por los excrementos), el que generó mayor sorpresa.

El Papa Francisco no debe ni tiene por qué saberlo, pero su descalificación remite a un antecedente histórico. En la primera década del siglo XX en los Estados Unidos se popularizó un término pariente de la coprofilia: Muckrakers. La palabra, de difícil lectura y pronunciación, que significa justamente “husmeadores de basura o rastrilladores de estiércol”, definió un momento clave en la evolución del periodismo de ese país y luego del mundo: nada menos que el nacimiento del periodismo de investigación.

Fue el presidente Theodore Roosevelt, en un discurso pronunciado el 14 de abril de 1906, y enojado por una nota de investigación titulada “La traición del Senado” y publicada poco antes en la revista Cosmopolitan, quien utilizó por primera vez el término muckraker, que hasta ese momento, e incluso en su discurso, cargaba un claro sentido peyorativo. Roosevelt comparó a los periodistas con los “jardineros que limpian el estiércol sin mirar lo bueno de la sociedad”, una frase que, salvando las diferencias de lenguaje, conecta con acusaciones más recientes.

Lo que había incomodado al presidente norteamericano y empezaba a incomodar a la clase política de ese país eran las nacientes investigaciones por corrupción publicadas por revistas y diarios que crecían en su influencia, empujadas por una sociedad cada vez más alfabetizada que reclamaba conocer lo que hacían sus gobernantes.

Permítase el cambio a un tono coloquial para un breve mensaje a los políticos actuales: “muchachos, desde 1906 vienen acusando al periodismo de lo mismo. Sepan que en su letanía pueden ser cualquier cosa, menos originales”.

Sin embargo, la crítica de Roosevelt no tuvo el efecto por él buscado. Al contrario, a partir de la mención presidencial, desde entonces se entendió como muckraker a aquel que buscaba, investigaba y denunciaba la corrupción, sobre todo política, y la valoración social modificó el sentido de la palabra: aquello que hasta entonces había sido claramente negativo se convirtió en una categoría apreciada por la sociedad y llevada adelante por los medios.

Contra los deseos del poder, fueron los lectores los que agradecieron el trabajo de “husmear en el estiércol”, iniciando una tradición periodística en los Estados Unidos y el mundo que se extiende hasta hoy.

El Papa Francisco no tiene por qué saber todo esto. Pero no deja de sorprender que el presente lo encuentre ubicado junto a quienes siempre prefirieron la oscuridad y el secreto, condiciones para la corrupción.

No se trata de una atracción fetichista. Tampoco de husmear en el estiércol. Se trata, con errores, de intentar conocer aunque sea una parte de la verdad.

 

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