domingo, 20 de septiembre de 2020

El verdadero rostro del Opus Dei (II/III)

NOTA:    En el equipo de mantenimiento del BLOG hemos llegado a entender que, en las circunstancias que nos envuelven (el CONFINAMIENTO POR «COVID-19») bien podríamos prestar el servicio de abrir el BLOG a iniciativas que puedan redundar en aliento para quienes se sientan en soledad, incomunicadas o necesitadas de expresarse.
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Fuente: Opuslibros
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Nos ha parecido procedente publicar este documento de gran interés eclesial en tres entregas. El texto es el contenido de un escrito-denuncia enviado al Papa Benedicto XVI en septiembre de 2009. El escrito fue firmado por 165 hombres y mujeres, sobre todo de España, pero también de otros 18 países de América y Europa. Se sabe que Benedicto XVI lo recibió. La única señal de que lo recibió la obtuvo el prelado Javier Echevarría. Fue llamado por el Papa para un tema, según se supo, grave: la confusión entre la jurisdicción interna y externa de las personas. Los denunciantes no obtuvieron ninguna respuesta del Papa ni de alguien del Vaticano. Han pasado once años y este texto sigue estando vigente pues el contenido de la denuncia pervive.
    Para más información, se puede consultar la página opus libros correspondencia.

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3. Control de la cultura y de la información

       Los planes de los estudios religiosos y los medios de formación espiritual (charlas, ejercicios, convivencias, etc.) van dirigidos a confirmar la doctrina y la praxis que acabamos de señalar y, por eso, nada hay en ellos de espontáneo ni de creativo, pues todo cuanto debe decirse y enseñarse se ha previsto y planificado al detalle.

       Se controla todo. Se controlan los manuales de teología y las lecturas complementarias. Las charlas de formación espiritual deben ajustarse a unos guiones determinados. No se permite libertad de cátedra en ningún ámbito de la formación interna. Las personas encargadas de la formación son designadas principalmente por su fidelidad a los principios institucionales, antes que a los de la Iglesia, sin que cuenten su sabiduría o su ciencia teológicas. Todo lo que una persona desee leer para formarse doctrinalmente ha de consultarlo a los superiores, que dan o no su permiso según convenga[1]. En lo tocante a los libros de lectura espiritual y de meditación, sólo se suelen utilizar los que se encuentran recogidos en una lista existente en los centros, elaborada por el gobierno regional[2]. Los libros que cada uno lee como lectura espiritual debe consultarlos al Director, para que los apruebe el Consejo local[3]. En la biblioteca de los centros sólo puede haber libros autorizados[4]. Todos los años, cada centro ha de enviar a los Directores la lista de los libros adquiridos recientemente, y se retiran los que según su criterio no parezcan convenientes. El cumplimiento de estas normas —se dice— obliga a todos en conciencia y de modo grave.

       Asimismo, los estudios y la formación institucional se encuentran claramente sesgados por los intereses de la manipulación intelectual ejercida por la institución. Y tampoco existen libertad y autonomía de investigación y de docencia en las Facultades eclesiásticas promovidas por el Opus Dei, por más que hayan recibido de la Iglesia la condición de centros universitarios.

       El adoctrinamiento a los miembros es incesante, al igual que existe un enorme aparato de propaganda para los de fuera, camuflando esta realidad de control mediante constantes manifestaciones de sus grandes ideales apostólicos de servicio a la Iglesia y de comunión con ella.

 

4. Control de la opinión

       Cualquier opinión disonante con la postura oficial, tanto en lo anteriormente tratado como en temas teológicos, históricos y de espíritu de la institución, es fuertemente reprimida. No cabe una postura discordante de los postulados y eslóganes oficiales. A los disidentes en estas materias se les corrige con firmeza, se les quita toda responsabilidad de formación y de gobierno y se les coacciona para que se vayan de la institución. En caso de legítima discrepancia con la postura oficial porque ésta atente contra el magisterio de la Iglesia o sus sagrados cánones, las consecuencias son las mismas.

       No se permite la libertad de expresión y de opinión —en la convivencia con otros miembros, en reuniones, etc.— cuando ésta se aparta de la doctrina oficial. Enseguida viene una corrección. Tampoco se permite la crítica positiva y moralmente sana a la praxis institucional. La opinión legítima sobre estas materias —y aun el solo pensamiento discrepante— es siempre considerada como murmuración y falta gravísima contra la unidad. El pecado más grave en el Opus Dei es la crítica a los Directores y cualquier “síntoma de desunión” con ellos, con sus opiniones y decisiones, porque éstos representan al Padre o Prelado (y éste representa, a su vez, la encarnación de la voluntad de Dios).

       Como requisito previo a la incorporación jurídica definitiva, es obligatorio realizar un compromiso o promesa ante testigos, de no criticar en público o en privado las decisiones de los directores, y de cortar sobre la marcha y corregir muy severamente cuando otro miembro lo haga[5]. Este compromiso de conciencia —se dice— obliga sub gravi, pero no está contemplado en los Estatutos dados por la Sede Apostólica.

 

5. Limitación grave a la libertad de comunicación interpersonal

       En virtud del llamado espíritu del Opus Dei, está terminantemente prohibida la comunicación de la intimidad con otros miembros. Nadie puede referir a los demás lo que piensa o siente íntimamente. La intimidad sólo puede —y debe— ser comunicada a los directores propios[6]. Ya se ha dicho que los pensamientos más íntimos deben ser comunicados a los superiores como manifestación de buen espíritu y materialización de la sinceridad con Dios; y nada puede permanecer oculto a los superiores[7], pues sería llevar una doble vida ante Dios. De este modo que los directores quedan como los dueños y señores de la intimidad y administradores de ésta. Con tales planteamientos de espíritu la amistad entre los miembros resulta cortada de raíz. La consecuencia más grave de esta praxis es el completo aislamiento personal de cada miembro, su absoluta atomización. El aislamiento de los miembros y la incomunicación entre ellos son tan radicales que los convierte en seres completamente indefensos ante la institución e ignorantes de sus abusos.

       A lo anterior hay que añadir la práctica de una peculiar corrección fraterna desprovista de sus características evangélicas. Tal práctica es una de las indicaciones más insistentes en la formación habitual que el Opus Dei imparte a sus miembros. La corrección fraterna es uno de los medios de formación personal de la institución y su ejercicio se considera como manifestación eminente de buen espíritu, de vibración y de amor a la Obra y a los hermanos. En definitiva, es uno de los pilares del Opus Dei, que los Directores utilizan habitualmente como un medio de represión ante cualquier síntoma de disidencia[8] y como un excelente instrumento de información-denuncia sobre la conducta de los miembros, pues está establecido que para hacerla se consulte previamente al Director[9]. De este modo, no sólo se corta la posibilidad de amistad, sino que se impide la lealtad en esa amistad y se promueve la delación entre los miembros, convirtiéndolos en auténticos espías y controladores de los demás, pues todos espían a todos (inclusive los directores a los otros directores). Con esta configuración de la corrección fraterna, por la que cada uno es a la vez oveja y pastor, se consigue un generalizado control institucional sobre cada uno. Y esta praxis, que se presenta como de espíritu fundacional, cierra y sella toda posible comunicación entre los hermanos, que queda reducida a aspectos muy intrascendentes y superficiales.

 

6. Aislamiento de la familia y limitación de las relaciones sociales

       Desde el comienzo de la vocación y por supuestos motivos de entrega a Dios, se promueve una efectiva separación de cada miembro Numerario respecto de su familia, aunque el sujeto sea muy joven y dependa económicamente de ella. Se distancian y reducen al mínimo las visitas a los padres, que frecuentemente son tachadas de apegamiento espiritual. Se tiende a limitar cualquier comunicación telefónica con ellos. Se revisa y censura la correspondencia escrita, especialmente durante los años dedicados a la formación intensa. Se restringe la asistencia a eventos familiares y no se permite pasar las vacaciones con la familia. Esto ocasiona no pocos conflictos con ellos, pues se dan situaciones difíciles de entender: por ejemplo, ausencia en bodas y hasta en la ordenación sacerdotal de hermanos. De este modo, con el paso de los años, muchos miembros llegan a ser extraños para sus respectivas familias por haber tenido con ellas muy poca comunicación afectiva y bastantes desencuentros por causa de la obediencia a los directores.

       También se recortan las normales relaciones sociales de los miembros célibes, debido a circunstancias varias, como la instrumentalización de la amistad por intereses apostólicos, los frecuentes cambios de domicilio, las dificultades para realizar viajes, el control del dinero y de los horarios de salida y llegada al centro donde viven, la dedicación profesional a tareas internas, la prohibición de asistir a espectáculos públicos culturales y lúdicos, o también la vigilancia para que nadie disponga de su tiempo en asuntos que no interesen a la institución.

 

7. Desarraigo social y del mundo

       Es bien sabido que el hombre es un-ser-en-el-mundo. Para los llamados a santificarse ahí, el anclaje en la sociedad se produce mediante vínculos tales como la familia, la profesión, la posesión y administración de bienes económicos propios, la toma personal de decisiones en todos los ámbitos, los lazos afectivos, la construcción de la propia persona desde uno mismo y, en general, la madura autonomía en los distintos órdenes existenciales. En el Opus Dei esto resulta sumamente dificultoso, por no decir imposible.

       En efecto, aunque la vocación y el espíritu del Opus Dei se presentan como netamente seculares, de cristiano corriente en medio del mundo, y se insiste en que no se saca a nadie de su sitio —y esto es lo que se asume cuando uno abraza esta vocación—, sin embargo, la realidad es completamente opuesta para los miembros célibes. Basta pensar en el engaño que supone adoptar el régimen de vida en común y de obediencia propios de los religiosos: el régimen económico de estos miembros célibes es de total dependencia; además, se orienta profesionalmente a los miembros hacia tareas internas no remuneradas o hacia trabajos en empresas apostólicas dependientes de la institución, privándoles de autonomía profesional y económica[10]; por el mismo hecho de tener que obedecer y consultar en todo, hasta en lo más pequeño (gastos, llamadas telefónicas[11], desplazamientos, salidas, etc.), se pierde la autonomía de decisión; los constantes traslados de ciudad impiden el natural arraigo social y profesional. Los puntos personales de anclaje en el mundo, tanto materiales como afectivos, se recortan hasta extremos insospechados. Por eso, son muchos los que, al abandonar la institución, no reconocen su pasado como propio, debido a que raramente tomaron decisiones por sí mismos.

       Y todo ello completa el cuadro del aislamiento del sujeto, al que nos hemos referido anteriormente, y la enorme aventura y dificultad —muchas veces, verdadera imposibilidad— que supone construir una nueva vida en caso de dejar la Obra.

 

8. Alienación respecto de sí mismo

       El control de la información y los recortes a la autonomía en la actividad externa no son los más deletéreos para el célibe del Opus Dei. Hay aspectos más graves, que no se dan ni en los regímenes políticos más totalitarios. Es el caso de aquellos planteamientos de una supuesta vida espiritual de santidad que despojan a la persona de su legítima autonomía en la construcción de sí misma y en su relación con Dios.

       Cabe consignar entre ellos: la pérdida de la libertad de la conciencia (suplantación de la conciencia personal y de su debida autonomía, por el régimen de obediencia total a los Directores); la falta de autonomía en la construcción de la propia vida espiritual de relación con Dios, pues se imponen el director espiritual, el confesor, los libros de formación espiritual, etc.; la expropiación de la intimidad, a causa de la obligación de dar cuentas de conciencia y de los habituales interrogatorios sobre lo más íntimo[12]; la violación institucionalizada del secreto de dirección espiritual y las artimañas que se emplean para que el interesado hable con el confesor fuera de la confesión de asuntos mencionados en ella[13]; el gobierno de las personas a partir de las obligadas informaciones de conciencia del director espiritual a los superiores; el gobierno de régimen de los superiores en el ámbito de la conciencia, suplantando a Dios; la exigencia de completa docilidad a las decisiones de los Directores —presentados como únicos intérpretes de la voluntad de Dios— en materia de vida espiritual[14] (que abarca realmente todo), por los que hay que dejarse modelar como el barro en manos del alfarero; y la constante insistencia en los medios de formación en orden a una completa sumisión de la persona a los Directores, como concreción de la entrega a Dios. Por lo tanto, se impide a la persona escuchar la voz de Dios, que es suplantada por la obediencia a los Directores, y la libertad interior, que es lo más básico en la vida espiritual.

       Según se puede constatar, no cabe imaginar una mayor expropiación y dominio de la persona desde lo más íntimo suyo, realizada en nombre de Dios y por motivos de santificación. Como estos derechos antes referidos son los que tutelan la libertad más íntima y más básica de la persona, las consecuencias de su violación producen la más radical alteración del desarrollo humano y una grave alienación de la persona respecto de sí misma. Pues el respeto a la intimidad de la persona y a la toma de decisiones vitales, es lo que ayuda al sujeto a ser uno mismo, a desarrollar su propia personalidad y a alcanzar la debida madurez.

       Pensamos que tal conculcación de los derechos más fundamentales de la persona, debidamente proclamados por el reciente concilio Vaticano II y protegidos por el vigente Código de Derecho Canónico, no ha sucedido nunca a lo largo de la historia de la Iglesia Católica de un modo tan completo y sistemático. Ello ha sido posible gracias al doloso engaño que supone, por parte del fundador y de sus sucesores, gobernar la institución al margen de los Estatutos concedidos por la Sede Apostólica, sirviéndose de unos reglamentos internos no conocidos ni aprobados por la Iglesia, porque deliberadamente se han hurtado a su discernimiento, y que contienen abusos graves sobre los derechos fundamentales de la persona.

 

9. Aislamiento afectivo e indefensión psicológica

       Conviene destacar la situación de indefensión en que permanecen sumidos los miembros célibes por causa del ya mencionado aislamiento afectivo y sentimental. Al resultar incompatible el trato de sincera amistad y comunicación entre los miembros con lo establecido como espíritu de la Obra, la relación entre ellos es superficial y banal; además, ésta se desarrolla en un clima de cruel desconfianza por el temor a ser delatados y corregidos por razón de la inobservancia del espíritu, que se lleva a efecto por la práctica de la corrección fraterna, como ya se ha dicho. El hecho es que la incomunicación de los miembros es completa en todos los aspectos necesarios para contrastar sus vivencias importantes relativas a su vida en general y en la institución, así como para opinar sobre temas de espíritu o sobre las indicaciones de los directores[15]. Y, con ello, el sujeto se queda inerme —cortados los lazos naturales de la recta amistad—, pues una persona incomunicada es una persona aislada e indefensa.

       Como consecuencia, resulta también que la tan predicada vida de familia en el Opus Dei no pasa de ser una falacia. La vida solitaria en común es característica general de la vida de familia en los centros de la Obra. Aislados y sin ambiente afectivo de verdadera familia, la existencia personal resulta durísima e inaguantable para muchas personas que se hicieron del Opus Dei porque, entre otras razones, se les prometió un magnífico cariño de familia.

       En efecto, la indefensión del así aislado es enorme. Y no sólo porque —como se ha dicho— al estar impedida la amistad e institucionalizada la delación entre miembros por la corrección fraterna, nadie escapa al control; sino, peor aún, porque la configuración doctrinal recibida y la imposibilidad de contrastarla conducen al interesado a una visión peyorativa de sus justos sentimientos discordantes respecto de los errores de la praxis institucional. Y esto le suscita un sentido de culpabilidad tan infundado como destructivo. Por lo que, en virtud de esa configuración doctrinal recibida como espíritu de la Obra, cada uno ejerce un autocontrol ideológico sobre sí mismo y sobre los demás, porque considera el espíritu del Opus Dei como algo revelado por Dios y nuclear en su relación personal con Él[16].

       En estas circunstancias, si alguien da síntomas de pensamiento autónomo, se le persigue y machaca sistemáticamente sin posibilidad de resistencia[17]. Pues se trata del choque de una persona —completamente aislada— contra todo un aparato institucional que, además, se arroga la posesión de la verdad y de la voluntad de Dios: Los Directores siempre tienen razón, le dirán habitualmente. Los efectos de esta continua confrontación son terribles para el sujeto, que está solo y se ve tachado de soberbio y de rebelde al querer de Dios. Si esto le hace sufrir y le desanima, inmediatamente se le lleva a un psiquiatra de la institución y se le considera un enfermo, anulándolo a base de medicación. Es más, a los disidentes también se les considera enfermos mentales dignos de tratamiento por los psiquiatras del Opus Dei.

       En estos casos la única solución es marcharse. Pero en muchos supuestos, que son los más habituales, esto se hace muy cuesta arriba al pensar que es una traición completa a Dios, ya que en la formación recibida se identifican correspondencia a Dios y fidelidad al Opus Dei; y también porque la mayoría de los miembros no cuentan con medios económicos para dar el paso de irse, muchas veces después de toda una vida de entrega y sin tener nada para vivir.

       Sólo es posible enfrentar este tipo de situaciones si el interesado, además de gozar de alguna ayuda externa a la institución, ha adquirido por su cuenta una formación moral y doctrinal segura e independiente que le permita ser consciente de la manipulación ideológica a la que ha sido sometido, y escapar mentalmente del control de sus Directores y de las falsedades del espíritu.

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[1] Ver las precisiones contenidas en Experiencias de los Consejos locales, p. 126ss. Roma 2005 (http://www.opuslibros.org/libros/Excl2005/indice.htm). Ver también la Guía Bibliográfica o Índice del Opus Dei (http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=6585).

[2] “Para facilitar esa tarea, la Comisión Regional envía listas de libros adecuados para la lectura espiritual” (Experiencias de los Consejos locales, p. 121).

[3]  “Los Directores locales, y los que tienen encargos de formación, procuran recomendar a cada uno el libro que resulte más apropiado a sus circunstancias personales en ese momento, evitando la improvisación” (Experiencias de los Consejos locales, p. 121).

[4] “Por una evidente razón de prudencia, en las bibliotecas de los Centros sólo se incluyen los libros relacionados con la fe y las costumbres que, con el asesoramiento de la Dirección espiritual de la Región o de la Delegación, se considere que carecen de inconvenientes; y los libros de teología, moral, filosofía, medicina, etc., que sean de consulta o de estudio para un profesional o un especialista, no están al alcance de los demás, si pudieran hacerles daño” (Experiencias de los Consejos locales, p. 122).

[5] Declaración anterior a la Fidelidad: “Con la ayuda de Dios Nuestro Señor, para quien es toda la gloria, confiando en la intercesión de Santa María, de nuestros Patronos y de mi Santo Ángel Custodio, yo ..., por mi honradez cristiana, me comprometo a cuidar con especial diligencia lo que sigue: 1° - con respecto a la Prelatura: evitar sinceramente, por mi parte, todos aquellos hechos o palabras que, en cualquier modo, puedan atentar a la unidad espiritual, moral o jurídica del Opus Dei. Y si estas cosas fueran hechas o dichas por otros miembros, no tolerarlas y corregirlas, según parezca oportuno en la presencia del Señor; 2° - con respecto a todos y cada uno de los Directores del Opus Dei: evitar cuidadosamente, por mi parte, las murmuraciones que pudieran disminuir su fama o restar eficacia a su autoridad; y, de modo semejante, rechazar las murmuraciones de los otros, y no consentirlas en ningún modo” (Experiencias de los Consejos locales, p. 193).

[6] Catecismo de la Obra, nº 221: “Nunca será conveniente que los fieles del Opus Dei tengan entre sí estas confidencias de vida interior o de preocupaciones personales, porque quienes cuentan con la gracia especial, para atender y ayudar a los miembros de la Obra, son el Director o la Directora —o la persona que los Directores determinen— y el sacerdote designado. Además, si no se evitasen esas confidencias con otras personas, se podría dar lugar a grupos o amistades particulares, y se podría fomentar en algunos la curiosidad indebida por asuntos que no le incumben.” Aunque pueda parecer fuerte la expresión terminantemente prohibida, que hemos empleado en el texto, se corresponde con el nunca será conveniente, del texto citado y, por supuesto, con la realidad práctica.

[7] “Tenemos que llevar a la Confidencia las preocupaciones, tristezas, alegrías y proyectos de vida espiritual y apostólica; hacer presentes nuestras dificultades; la vida entera de nuestra alma, en un deseo de entrega plena a la Obra, sin dejar rincones ocultos. Entonces recibiremos luz y orientación para conformar nuestra vida a la Voluntad de Dios y para desarrollar nuestra personalidad de manera constante y ordenada. Cuanto mayor empeño pongamos en esta tarea, más gracia recibiremos del Señor (…). Hace falta sólo esa disposición nuestra de recibir, de ponernos en manos de los Directores; es el camino querido por el Señor” (Libro de Meditaciones -texto oficial de la Obra-, Tomo III, Viernes de la X Semana del Tiempo Ordinario). Cuando se habla de la Confidencia se refiere a lo que habitualmente se entiende como dirección espiritual personal, que en la Obra se tiene con los Directores. La praxis del Opus Dei identifica –como se aprecia en la cita- “ponerse en manos de los Directores” por la sinceridad total, con “ponerse en manos de Dios”. Ver también nota 30.

[8] Catecismo de la Obra, nº 227: “¿Qué se entiende por corrección fraterna? Por corrección fraterna se entiende la advertencia, llena de delicadeza y de sentido sobrenatural, con que se procura apartar a un fiel de la Obra de algún hábito ajeno al espíritu del Opus Dei.” Se entiende por “espíritu del Opus Dei” lo que establecen los Directores. En la Declaración de los miembros llamados Inscritos (los que se dedican a tareas especiales de formación), éstos se comprometen a velar para que se practique la corrección fraterna en el sentido indicado: “Yo ..., por mi honradez cristiana, me comprometo a cuidar con especial diligencia lo que sigue: 1° - mantener firmemente, como uno de los pilares del Opus Dei, la práctica de la corrección fraterna; procurar con todas mis fuerzas que se conserve vigente con toda integridad; y ejercitarla siempre fielmente, según nuestro espíritu, cuando la considere necesaria o muy conveniente para las almas de los miembros o para el bien de la Prelatura…” (Experiencias de los Consejos locales, p. 194). ¿No resulta sorprendente que la corrección fraterna sea considerada uno de los pilares del Opus Dei?

[9] Catecismo de la Obra, nº 230: “¿Qué precaución hay que tomar antes y después de hacer la corrección fraterna? Para hacer la corrección fraterna, se ha de consultar antes al Director local; y, después, comunicarle que se ha hecho la corrección.”

[10] Como dice el Vademécum del Gobierno local, p.117, los miembros de la Obra “vivirán libremente dispuestos a abandonar la labor profesional más floreciente o cualquier trabajo profesional, por fecundo que sea, para dedicarse aun a las tareas más humildes, si así se lo piden los Directores.”

[11] Transcribo el texto de una de esas Notas de gobierno –en el Opus Dei se gobierna a base de Notas-, sobre el uso de teléfonos móviles, que es un pequeño ejemplo de lo que afirmamos: “Por otra parte estas llamadas tienen todavía un coste muy alto, no es difícil superar el precio de 1 €/llamada. En algunos casos podríamos considerarlo como gasto extraordinario y consultar la oportunidad de hacer una o varias llamadas. Y siempre -hablando del uso no profesional- entregar como cuenta de gastos el listado de las llamadas que ofrece la compañía telefónica”.

[12] “En la tarea de formación espiritual, no es prudente dar las cosas por supuestas; por esa razón, no sería lógico prescindir sistemáticamente de algunos temas, concretamente la fe, la pureza y la vocación. Es indispensable formar muy bien en esos puntos, tratándolos con delicadeza y sentido sobrenatural, con claridad y sin ambigüedades. También conviene hablar en la charla fraterna de las lecturas, para pedir el oportuno consejo; y del aprovechamiento del tiempo, que es para Dios. Será oportuno a veces facilitar la dirección espiritual, preguntando —en el caso de que a alguien se le olvidara— sobre esas materias, para poder así orientar y formar la conciencia, sugiriendo metas concretas de lucha y de progreso interior” (Vademecum del Gobierno Local, p. 97). Como se puede apreciar, el director espiritual no es un mero escuchador, sino que debe interrogar sobre toda la intimidad.

       Para ilustrar cuál es la mentalidad y hasta dónde se pretende llegar en el dominio de la intimidad personal, citamos dos párrafos de un guión interno, elaborado por las Directoras: “Esta enseñanza y esta formación que imparten las Directoras ha de referirse a todos los aspectos de la vida: todas y cada una de las potencias y sentidos, todas y cada una de las actividades, como se ha dicho: no deben quedar parcelas que: o no se ven, o no se quieren ver, o no se quieren someter, o quedan apartadas de la dirección espiritual. Unidad de vida: totalidad y exclusividad, como se ha dicho, fraguada en la oración personal” […] Para esto, la Directora ve, oye (correcciones fraternas), profundiza (lleva a su oración, pregunta a la interesada, etc.) en todos los aspectos de la vida de sus hermanas, sin «dejar parcelas oscuras», sin omitir aspectos; y pregunta, sin temor a entrar en la intimidad. Día a día, con una delicadeza extrema, porque se sabe instrumento del Espíritu Santo, minia el códice, hoja a hoja, conociendo a fondo a sus hermanas (reacciones, actitudes y situaciones) y queriendo de veras a cada una” (Dirección espiritual: Formación de la conciencia. Fidelidad. Junio de 1996). Este guión se encuentra reproducido en el libro de Isabel de Armas Serra La voz de los que disienten, pp. 126-135. Editorial Foca. Madrid, año 2005. Cfr. para contrastar el c. 630 del Código de Derecho Canónico, y el Decreto Quemadmodum de León XIII, del 17 de diciembre de 1890 (Acta Sanctae Sedis 23 (1890-1891) 505-508).

[13] Ver notas 4 y 12.

[14] Tratando de los deberes de la obediencia, en el Catecismo de la Obra nº 141, se señala que, para los fieles del Opus Dei, esa virtud cristiana conlleva el “deber” de “aceptar con la mayor prontitud y con esmero las sugerencias, disposiciones y consejos de los Directores del Opus Dei en todo lo referente a su vida espiritual y a la labor apostólica”. En la misma línea, el Vademécum del Gobierno local enumera entre los compromisos adquiridos al incorporarse al Opus Dei, nada menos que “el deber de obedecer con finura, sentido sobrenatural y prontitud al Padre —y a los Directores que le representan—, en todo lo referente a la vida interior y al apostolado” (p.53). ¿Hay algo en la existencia de una persona que no guarde relación con su vida interior? Véase lo que se ha dicho en la nota 17.

[15] En De spiritu et de piis servandis consuetudinibus, nº 69, se dice: “Esta caridad nos obliga a ayudar y a aconsejar a los demás fieles, siempre dentro de los límites de la corrección fraterna”. O sea que toda posibilidad de ejercer el amor fraterno dando un consejo a los demás cuando lo estimamos oportuno, queda limitada a la “corrección fraterna”, previa información a los Directores y autorización de ellos. De esta manera se impide cualquier posibilidad de entrar en una relación de confianza y de amistad.

[16] Para ilustrar lo que decimos sobre la formación ideológica, se cita un testimonio personal: “No me acabo de dar cuenta de que todo mi ser es para la Obra, que no hay aspecto alguno de mi vida que me pertenezca a mí, sino a Dios, a la Obra, a los directores. "Mis" derechos son egoísmo. Los "suyos" son fidelidad-felicidad, eficacia apostólica y vida eterna: intimidad con Dios, cumplimiento de mi deber, Opus Dei. Que se me quite de la cabeza la obediencia selectiva: pueden decirme todo acerca de todo y en todo momento. Lo mío es obedecer. En todo y siempre. Es absurdo racionalizar la voluntad de Dios, ese es el disfraz de la infidelidad. Los cotos cerrados que aún tengo son el escenario de mi traición: Jesús en su cruz llamándome, y yo cuestionando las cosas de los directores: mezquino, mezquino, mezquino” (Lappso, http://www.opuslibros.org/nuevaweb/modules.php?name=News&file=article&sid=4467).

[17] El Vademécum del Gobierno local dice refiriéndose a estos casos: “En concreto, convendrá enterarse con prudencia de qué clase de amistades cultiva; si tiene intimidad con alguna persona, si busca consejo espiritual fuera de la Obra, en lugar de dirigirse a sus hermanos; qué correspondencia envía y recibe, pues quizá escriba a parientes, a amigos o a otras personas que no le orientan bien; qué libros lee” (p.63). El modo de enterarse es usando todos los medios, tanto de fuero de conciencia como de fuero externo.

 

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