miércoles, 11 de diciembre de 2013

Un serio problema

Xabier Larramendi (en «DEIA»)
ULTIMABA este artículo sobre el camino que se está abriendo en la Iglesia con el actual Papa en contraste con la dirección por la que discurre el actual obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, cuando nos llega de nuevo la voz de Francisco en su Evangelii Gaudium, sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual. Una vez más, ha despertado interés dentro y fuera de la Iglesia, en medios de comunicación referentes en el ámbito internacional y en nuestro pueblo. La Alegría del Evangelio es para el Papa un "programa" para cuya elaboración ha recogido la "riqueza de los trabajos del Sínodo" de obispos y ha "consultado a diversas personas". Con todo, el Papa
"no cree que deba esperarse del magisterio papal una palabra definitiva o completa sobre todas las cuestiones que afectan a la Iglesia y al mundo" y aboga por avanzar en una "saludable descentralización". Dice que "debe pensar en una conversión del papado" y "estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de su ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización". Sobre el obispo afirma que "siempre debe fomentar la comunión misionera en su Iglesia diocesana" y que "en su misión de fomentar una comunión abierta, dinámica y misionera, tendrá que alentar y procurar la maduración de los mecanismos de participación… con el deseo de escuchar a todos y no solo a algunos que le acaricien los oídos", para "llegar a todos".

A esta primera exhortación apostólica le preceden ya numerosos actos, gestos y palabras de bondad, humildad, pobreza, lucidez y decisión. El Papa ha dado inicio a un nuevo tiempo en la Iglesia. Se sitúa dentro del Pueblo de Dios y a su servicio y está orientando el centro de la Iglesia hacia Jesucristo y su Evangelio, con una clara actitud de escucha, diálogo y cercanía a los más pobres y débiles, no creyentes en Dios, creyentes de otras confesiones, personas de buena voluntad. Mientras, algunas diócesis nos encontramos indefensas. Anhelamos pastores como Francisco, pero tenemos obispos designados con una intencionalidad absolutamente contrapuesta.

Al volver del encuentro Mundial de la Juventud de Brasil, el verano pasado, el obispo Munilla, preguntado si el magisterio de Francisco no contrastaba con el suyo, respondió que compartía "totalmente" lo dicho por el nuevo Papa. Esto debe querer decir que se identifica con su manera de ser, pensar y actuar y que se siente bien en el indudable cambio que el Papa está tratando de imprimir en la Iglesia. Cualquiera puede pensar que el obispo Munilla dice la verdad. Sin embargo, muchos creemos que no es así, sino que adopta una actitud camaleónica. La verdad, en determinadas circunstancias, algunos la identifican "con lo que conviene decir". Veamos.

Hace ocho meses, el Papa dio inicio a su ministerio pidiendo la bendición del Pueblo de Dios a él confiado. A todos nos sobrecogió y alegró el gesto del Papa inclinado ante la multitud para ser bendecido. Pronto hará cuatro años desde que el obispo Munilla comenzó su ministerio en Donostia, imponiéndose a la opinión y voluntad mayoritaria del Pueblo de Dios que vive en Gipuzkoa, que manifestó el rechazo a su nombramiento. Es un Obispo impuesto, sin adhesión ni autoridad.

El Papa habla de "humildad social", hablar cara a cara, entre iguales y defiende una "cultura del encuentro". El obispo Munilla no suele consultar las decisiones más importantes para la vida de la Diócesis y, cuando lo hace, no escucha la opinión mayoritaria de los consultados. El resultado es el desencuentro, el desaliento y la indiferencia de la mayoría de la Diócesis.


El Papa dice que "el rebaño tiene su propio olfato para encontrar nuevos caminos", y plantea dar "centralidad a los laicos para decidir junto con los pastores los caminos de la comunidad". Opta claramente por una Iglesia con una organización "no vertical sino horizontal". El obispo Munilla impone de arriba abajo sus decisiones, ignora al Pueblo de Dios, cree que el Espíritu Santo le inspira a él de modo particular y por su condición de obispo. Como consecuencia, da la espalda a la corresponsabilidad eclesial: nunca como hoy los Consejos y Organismos Diocesanos han estado más devaluados e ignorados.

El Papa es de la opinión de que la Iglesia no puede ser "controladora y administradora", sino "servidora y facilitadora". El obispo Munilla es especialista en el control y las estrategias de las medias verdades. Recurre a sus "informadores". Todo ello no facilita una comunicación sincera y transparente con él, sino que provoca una relación desconfiada, fría, distante. Por ello, este obispo difícilmente puede ser en la Diócesis de Donostia un hombre de comunión y de unidad, creador de puentes e impulsor de colaboración entre las sensibilidades eclesiales existentes.

El Papa denuncia una cultura que margina a jóvenes y ancianos. El obispo Munilla ignora a los sacerdotes que no son de su "sintonía", la mayoría. Se fía de los que se identifican con él. Los demás son ignorados y desechados. El obispo Munilla practica aquello que el Papa está denunciando: una "cultura del descarte", de la exclusión.

Francisco advierte que "no se puede hablar sin cesar y seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos" y que si se habla de ello, "hay que hacerlo en un contexto". El obispo Munilla siente una especial predilección por estos temas, a tiempo y a destiempo, hasta el punto de llegar a afirmar que, mientras se dé el aborto, hablar de paz y derecho de autodeterminación de los pueblos es una quimera.

Se podría continuar indefinidamente, pero no es necesario. Para resumir, tengo que afirmar que el obispo Munilla es uno de los últimos obispos nombrados en el marco de una estrategia restauracionista y neoconservadora en la Iglesia; una operación política impulsada por el sector más conservador del episcopado español, con el cardenal Rouco como principal valedor, para destruir todo lo que se había construido en esta Diócesis vasca durante los episcopados de Argaia, Setién y Uriarte. El Papa Benedicto XVI ha subrayado la importancia de una hermenéutica de la reforma en la continuidad, opuesta a una hermenéutica de ruptura. Pues bien, Munilla tampoco es fiel a esta enseñanza, pues ha provocado un corte con la historia precedente de nuestra Diócesis, una auténtica fractura con el ministerio de los obispos que le han precedido en lo últimos 40 años. No es sorprendente. Estoy convencido que esa es la hoja de ruta de José Ignacio Munilla.

Gracias al Papa Francisco opino que esta época restauracionista ha acabado fracasando, pues había situado a la Iglesia en los niveles más bajos de prestigio y autoridad moral, una situación eclesial insostenible a la que Benedicto XVI respondió con su renuncia, propiciando que el Cónclave eligiera a Jorge Mario Bergoglio.

Conclusión: muchos no creemos que el obispo Munilla se identifique con el Papa Francisco. Representa un rol, y sale en público con palabras de camuflaje, para despistar, mientras él actúa en la Diócesis de manera inversa a lo que el Papa defiende para la Iglesia. Dice Munilla sobre el ámbito socio-político vasco que "de ninguna manera habrá paz si no hay un diálogo vinculado al arrepentimiento". Le sugerimos que haga confesión pública de sus pecados eclesiales y pastorales, pida perdón, se arrepienta e inicie un diálogo en el que, sobre todo, le va a tocar escuchar. Tendrá que resetearse. Pero pensamos que no lo va a hacer. De modo que tenemos un serio problema en la Diócesis de Gipuzkoa, y en la Iglesia vasca en general. La cuestión es qué se puede hacer.

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