Luigi Sandri
Tal y como están
las cosas en estos momentos, no sabemos quiénes son, y cuántos son, los “cuervos”
en el Vaticano: ciertamente una pequeña bandada. ¿Por qué han decidido actuar?
Si (y el condicional es obligado) lo hubiesen hecho por dinero, no se podría
tener más que un enorme desprecio por ellos, cobardes traidores. Parece, sin
embargo, que han actuado impulsados por motivos de conciencia: siendo testigos
de hechos desconcertantes y después de haber visto documentos en los que se
evidencian las luchas por el poder. Más aún, constatando -a pesar de estar
sometidos a la ley del silencio- que estas maniobras continuaban implacables,
se han visto obligados “en conciencia” (legítima e, incluso, necesaria) a violar
el silencio conexo con su responsabilidad y lo han publicado para que la
Iglesia lo conozca. En definitiva, una vez que se han visto en un doloroso
conflicto de deberes, han tomado la decisión de sacrificar la palabra dada para
contribuir a salvar la Iglesia. Si así fuera, todos mis respetos para esta decisión.
Pero, ¿se ha
visto alguna vez que los “cuervos”, ellos solos, organicen tramas? Detrás de la
bandada tiene que haber un domador: alguno o, mejor, un grupo, que tira del
hilo. Estas personas que están en la sombra, ya sean laicos o (sobre todo)
eclesiásticos, ¿por qué han movido ficha? ¿Para “salvar a la Iglesia” o por
envidia y celos? ¿Por amor a la verdad o para sabotear la carrera de otros? Es
imposible responder a estas preguntas, al menos por ahora. En cualquier caso, sean
cuales sean sus intenciones, es evidente que intentan condicionar el próximo
cónclave y, mientras tanto, al actual Papa.
De las cartas
publicadas (auténticas: lo reconoce la misma Santa Sede) se concluye la
existencia de una trama de complicidades e influencias que el cardenal
secretario de Estado, Tarsicio Bertone, ha ido tejiendo estos años. Se ha
tenido conocimiento de decisiones autoritarias y, frecuentemente, fuera de toda
lógica (como el alejamiento de Roma de monseñor Antonio María Viganò, ocupado
en “sanear” el Governatorato del Vaticano) tomadas por su Eminencia Tarsicio
Bertone. Pero ¿quién ha puesto al purpurado en el vértice de la Curia romana?
Benedicto XVI. Y, después de las “historias”, por decirlo de alguna manera, poco
edificantes, que tienen como epicentro a Bertone, ¿quien ha decidido dejarlo,
al menos de momento, en su puesto? El Papa Ratzinger. Es así como el mismo
pontífice aparece como el convidado de piedra del que, aunque sea
indirectamente, le acusan muchas de las cartas publicadas. A pesar de esto, el
30 mayo, en la audiencia general, Benedicto XVI “renovó” su confianza a sus
“más estrechos colaboradores”. Toda una cobertura política y eclesial al modo
de proceder de Bertone.
Sin embargo, más
allá de las personas y de sus eventuales límites, parece evidente -como lo
muestran los datos filtrados a la prensa- que las contradicciones radicales se alojan
en la estructura misma de la Curia romana, una Curia que ya no gobierna; y que no
gobierna porque no se puede, como se ha hecho, vaciar y malgastar impunemente
la herencia del Vaticano II. ¿Cómo es posible que a los cincuenta años del
Concilio exista todavía el cargo de “secretario de Estado”? ¿Cómo es posible
que a lo largo de todos estos años se haya tolerado la opacidad del IOR
(Instituto para las Obras de la Religión) y que todavía hoy en día su
transparencia siga siendo una promesa pendiente de aplicación? ¿Cómo es posible
que -a pesar de la proclamada disponibilidad (manifestada por el Papa Wojtyla y
confirmada por su sucesor) para cambiar los “modos de ejercicio” del primado petrino,
sea una disponibilidad permanentemente diferida al futuro?
Jesús dijo un
día (y Benedicto XVI lo ha recordado el pasado 26 mayo): “la casa construida
sobre roca” no será destruida por la tempestad, mientras que lo será la
“edificada sobre arena”. Probablemente se refería a la Iglesia (a cualquier
Iglesia) que el Dios misericordioso mantiene en pie, a pesar de todos sus errores. Sin embargo, no está
dicho que sea una promesa que concierna a la curia romana: el río Tíber es
arenoso.
Adista Notizie
n. 22,
Lun 04 giugno
2012
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