lunes, 8 de agosto de 2022

Absoluto y Relativo

Hace más de diez años Rafael Calvo, fundador de Fe Adulta, convocó una reunión de cristianos seguidores de su página web.

Hubo una primera intervención de varios ponentes, entre los que estaban José Arregui y un señor muy mayor perteneciente a la comunidad de Santo Tomás. Arregui explicó que en aquel momento había llegado a la conclusión de que todo era divino. El otro ponente afirmó que para él Dios era un espíritu que nos ayuda a ser buenos.

Hubo después un tiempo para la intervención de los asistentes en el que yo expuse mi disconformidad con ambas posiciones y mi convencimiento de que hoy una fe adulta es la que es capaz de coordinar lo absoluto y lo relativo.

Las tesis de los ponentes mostraban, en mi opinión la absolutización de lo absoluto –valga la redundancia- y la de lo relativo. En efecto: si todo es divino nada es profano ni relativo y qué más relativo que un Dios convertido en manual de buenas costumbres.

Pues bien, vuelvo ahora repetir que para mí la fe adulta es la que es capaz de  coordinar –inconfuse sed indivise, como formuló el Concilio de Calcedonia– lo absoluto y lo relativo.

Hoy vivimos un baile de absolutos relativizados y relativos absolutizados. Dios, Jesús, la Iglesia, la moral, la autoridad se han relativizado. Igual pasa con los derechos humanos (si no hay Dios que nos hace iguales la evolución nos hace diferentes y por tanto no hay sino derecho al placer, sostiene Yuval Noah Harari en Sapiens).

Pero a la vez realidades relativas se absolutizan. Algo tan relativo como una lengua y una cultura se convierten en nacionalismos sagrados, la tierra, un conjunto de materiales orgánicos e inorgánicos, se hace Pacha Mamma, el conjunto del universo deviene el Todo, con mayúscula…

En este clima, ¿cómo puede la realidad, sin perder su condición relativa, ser recipiente de lo absoluto, de trascendencia? La fe cristiana tiene su apoyo en la enseñanza de la Biblia pero es el caso que cada vez conocemos más, cuando y como se escribió ese conjunto de libros, una colección de relatos, de reflexiones e invenciones ¿cómo esa palabra humana puede ser a la vez, sin dejar de serlo, palabra de Dios y no sólo –como dice por ejemplo fray Marcos– palabra sobre Dios? Jesús fue un predicador ambulante galileo, hijo de la cultura de su pueblo, condicionado por ella, fracasado en su intento renovador ¿cómo, sin dejar de lado todo eso podemos decir que en él habitaba la plenitud de la divinidad? Y el ser humano, cada uno una hormiga junto a miles de otras –como decía Harry Lime en El tercer hombre– puede a la vez ser una realidad sagrada?

Sin duda el cristianismo y su mejor teología han trabajado para dar razón de esta dialéctica. Porque no basta con hacer afirmaciones solemnes. Hay que dar razones. Cualquier fe –y todos tenemos alguna– exige una adhesión a algo no totalmente demostrable. La fe no es racional pero sí razonable. A cualquier fe hay que exigirle razones que partan de la realidad, no sólo conceptos, por muy bellos que sean.  En esas estamos.

 


 

 

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