lunes, 1 de agosto de 2022

El sindiós de un cristianismo sin Dios


Fuente:   Atrio

Por:   Alfredo Fierro

30/07/2022

Lo más sólido en sus páginas es la primera línea: “Muchas personas cristianas se encuentran hoy día incómodas con su fe”. Pero de inmediato pasa a unas generalizaciones completamente gratuitas: “una humanidad desconcertada”, “una unitaria esperanza planetaria”. ¿Dónde ven los firmantes esa esperanza planetaria?; ¿y de dónde sacan que la humanidad está más desconcertada que en otros tiempos? La humanidad, pese a la globalización, está más resquebrajada que en otros tiempos entre la riqueza y la miseria, pero los dos mil millones de personas –en tosca aproximación– sin condiciones mínimas de salud y alimentación no están para angustias de desconcierto ideológico que, probablemente, sí laceran a algunos creyentes cristianos y, desde luego, a los autores del manifiesto.

El desconcierto por el cuestionamiento de verdades absolutas solo alcanza a quienes alguna vez creyeron en ellas, a los educados en la dogmática católica u otra. No toca ni siquiera a todos los cristianos practicantes, muchos de ellos bien convencidos desde adultos del carácter relativo de sus creencias y sus prácticas. El impacto de las epistemologías –tampoco tan nuevas, cuentan con cien años– solo llega a la clerecía culta, no a los sacristanes, ni a los monjes/as de clausura.

La clerecía cultivada, los teólogos moderadamente críticos, ya habían sospechado –al menos desde Berger y Luckmann en La construcción social de la realidad (1966)–, de que “las religiones son construcciones sociales” e, incluso, de que “no hay un Dios previo y separado del mundo”, algo bien sabido por los ateos. Y ahí viene la primera proclama, impropia de un ateísmo serio: “es preciso liberar a la divinidad de su identificación con un Ente Supremo dominante”. ¿En qué quedamos? ¿Se trata de posteísmo o de un teísmo diferente, el de una divinidad  no identificada con las del pasado?

Se nos dice de que “el teísmo se gesta, nace y crece en la era de los metales”, una era ya sobrepasada, información, por otra parte, poco precisa. En Europa y Oriente Próximo la horquilla de la Edad del Bronce se extiende del 3.300 al 1.200 a. C., y la del Hierro otros seis o siete siglos más. “Manca finezza”, que se dice en italiano. Haría falta un poquito más de finura, también para no hablar del origen de los dioses o los teísmos en general, sino del Dios de Abrahán y de Moisés (“Elohim”, “Yahvé”, etcétera, caso de ser el mismo dios), cuya sombra, vía cristianismo, se alarga hasta nuestros días, y para no olvidar al mucho más tardío Alá.

El texto del manifiesto se hace un verdadero lío, un sindiós, cuando aclara (¿?) qué es y qué no es el posteismo: “No es, en sí mismo, ni ateo, ni nihilista, ni materialista-reduccionista, ni cerrado a la sacralidad, ni a la divinidad; simplemente se desembaraza crítica y conscientemente de un producto evolutivo creado por el ser humano, una ficción útil …”. Ese “ni …ni” está inventado hace tiempo; y para el desembarazo no hace falta cristianismo. Es el agnosticismo, que incluso no necesita profesarse con tal nombre: actitud de no pronunciarse en modo alguno, no hacerse cuestión de lo de Dios, no tomar posición –teísta o atea– ante el asunto, igual que puede uno no tomarla sobre el flamenco o el cubismo.

El posteísmo del manifiesto, sin embargo, solo es “post” de boquilla y respecto a teísmos tradicionales. Es una forma renovada de teísmo, pues reconoce “reverencial y activamente un Misterio último o una Realidad (¡atención a las mayúsculas!) inefable en la que somos”.  ¿Qué más se quiere para  una divinidad?

Se invita, en fin y en conclusión, a dejar atrás toda imagen teísta de Dios y a ir “más allá de Jesús, hijo de su tiempo”. Una mente no ya reductora-cientificista, ni científica, sino simplemente euclidiana, con solo tres dimensiones, difícilmente traga con el truco de una imagen no teísta de Dios: será, si acaso, ajena a antiguos teísmos, pero ¿no teísta en absoluto? Eso es como pretender una imagen no tridimensional de una pirámide.

Y, si hay que ir más allá de Jesús, ¿a qué viene ser “copartícipes de la evolución creadora, inspirados en Jesús de Nazaret”? Otra grandilocuencia vacía. ¡Ah, la evolución creadora!; y ¿cómo participaremos en ella? El manifiesto acaba inspirado en Bergson y Teilhard más que en un Jesús del que se ignora casi todo. Los autores ¿serían tan amables como para indicar qué conductas de Jesús de Nazaret les inspiran para tan ambiciosa coparticipación?; ¿y cómo son capaces de penetrar en su mente, en su interior? A quienes vivimos dos mil años después y que solo a duras penas podemos conjeturar acerca de él a partir de informes-catecismos (evangelios) tardíos y poco fiables, escritos por quienes tampoco le conocieron (no digamos ya Pablo) nos gustaría mucho saberlo. La ignorancia casi completa acerca de Jesús continúa alimentando toda clase de fantasías.

  

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