Eloísa LARREA |
El sábado 16 de mayo tuvo su última sesión el CPD. Se presentaron cuatro ponencias con el tema del LAICADO. Entre ellas, Eloísa Larrea presentó ésta centrada en la figura de la mujer. En tono reivindicativo, puede hacernos sintonizar con lo que dentro llevan muchas mujeres que, con su presencia y su trabajo y entrega, sostienen a tantas y tantas comunidades de nuestra Diócesis. A pesar de la amplia acogida que tuvo, a D. Mario le pareció poco menos que fuera de lugar, alegando que el tema no era el sacerdocio de la mujer sino el laicado. Aquí la ponencia:
Quisiera aclarar tres
cuestiones para comenzar:
La primera que yo no soy
ninguna experta en este tema, no he estudiado teología más allá de los cursos
del Sedere necesarios para impartir clases de religión. Voy a hablar, por lo
tanto, no desde lo intelectual, el estudio o la teoría sino desde la
experiencia, mi experiencia, desde la vivencia, la opinión y el sentimiento que
es un marco diferente al intelectual pero totalmente complementario. No vengo
como experta y no me siento como tal. Aún así, estoy convencida de que lo que
voy a tratar de expresar es todo ello RAZONABLE, es decir, de sentido común,
que es el suelo básico en el que podemos entendernos las personas.
La segunda aclaración es
que mi intención con lo que voy a decir no es provocar ni ofender a nadie sino,
como me pedía Estrella, hacer mi reflexión, compartirla con vosotros y si sirve
bien y sino queda mi disponibilidad y voluntad de hacerlo. Todo ello desde el
amor y el cariño a la Iglesia de Jesús de Nazaret de la que me siento parte,
partícipe y constructora.
El último previo es
deciros que voy a estructurar mi exposición en tres momentos: el VER, el JUZGAR
y el ACTUAR. Es la metodología que he aprendido en los movimientos de AC en los
que he participado y participo desde joven y no sé hacerlo de otra manera. En
cada uno de ellos voy a poner hechos de vida, vividos por mí, o escuchados por
mí que tratarán de reflejar o argumentar aquello que sostengo.
1.- VER: Las mujeres mayoría en la base, “conjunto
vacío” en los órganos de dirección.
Estrella me decía que enmarcara
mi pequeña intervención en el marco de la reflexión sobre el laicado que estáis
haciendo en el CPD. Diría que la situación de la mujer en la Iglesia comparte
todas las características que ella enumeraba en su intervención al hablar del
laicado en general. En nuestra Iglesia hay mujeres con distinta conciencia de
su ser creyentes y féminas, también hay diferentes niveles de participación e
implicación en las comunidades eclesiales, desde las que son dominicales a
aquellas otras mujeres a las que sólo les falta que les ordenen. Claramente
convivimos mujeres con distintos grados de conciencia de nuestra situación, con
distintos niveles de corresponsabilidad y de la misma manera con diversos
niveles de formación y capacitación pastoral.
Pero, como ella decía
también en su charla, hay un primer rasgo que define la situación de la mujer
en la Iglesia en el que creo que estaremos todos de acuerdo porque es
simplemente sociológico: SOMOS MAYORÍA.
1º) 1er rasgo del VER:
Las mujeres SOMOS MAYORÍA en la Iglesia: solo hace falta dar un repaso a la
realidad que vemos con nuestros ojos: somos las que limpiamos los templos y los
locales (no sé si habrá muchos hombres que realicen este trabajo, pero daros
cuenta de que cuando ha habido sacristanes como puesto de trabajo remunerado en
las parroquias yo los que he conocido han sido todos hombres), participamos en
la liturgia, en muchas parroquias además en exclusiva aparte del sacerdote,
somos la mayoría de las catequistas de infancia, animamos grupos de jóvenes, acompañamos
también la catequesis de matrimonios, adultos, llenamos los grupos de
voluntariado de Caritas, y no digamos en las celebraciones dominicales.
¿Os imagináis una huelga
de brazos caídos de este personal?
Sin embargo según vamos
subiendo en la estructura eclesial vamos descendiendo en número, vamos siendo
minoría. De tal manera vamos descendiendo en número e influencia que llegado un
escalafón ya desaparecemos, no estamos, NO SOMOS NADA, no hay una sola mujer,
NO EXISTIMOS, somos un conjunto vacío.
La representación gráfica
de la situación de la mujer en la Iglesia sería una pirámide como las que yo
dibujo a mi alumnado para explicar la sociedad estamental o el absolutismo
monárquico.
Con ello llegamos a
concretar la segunda característica de la situación de la mujer en la Iglesia:
2ª) Las mujeres no
estamos en los órganos de dirección ni de decisión. No existimos en el “poder
eclesial”. En 2015 tenemos mujeres presidentas de gobierno (curiosamente en
un porcentaje elevado en países latinos donde también hay más católicos),
presidentas de comunidades autónomas, de parlamentos, senados, FMI, órganos de
dirección de la judicatura y un largo etcétera, pero no HAY UNA SOLA MUJER EN
LOS ÓRGANOS DE DIRECCIÓN DE LA IGLESIA.
Ya sé que muchos van a decir
que la Iglesia no es una organización al estilo de las demás que nos damos los
seres humanos, que no es una democracia, que no se puede regir por los
criterios del mundo. No estoy de acuerdo: la humanidad ha avanzado en toda su
historia y en nuestra cultura ha pasado por la Ilustración y la revolución
francesa poniéndose de acuerdo en que las personas, todas las personas, somos
iguales en dignidad y en respeto, somos hermanas, y hemos de construir la
justicia para todos los seres humanos desde la libertad, la igualdad y la
fraternidad. Por ello yo me atrevo a afirmar que la Iglesia es una institución
fundamentada en la fe en Jesucristo pero fundada y organizada por las personas
y que aquella primitiva Iglesia del siglo situada en una cultura, un tiempo,
unos esquemas mentales y unas costumbres no puede ser igual que la Iglesia que
quiere ser profética en el siglo XXI y que a todo esto hay que darle una vuelta
y abrirse las ventanas al mundo real, a sus valores.
Yo trabajé de permanente
sindical en un sindicato durante seis años y en ese breve espacio de tiempo,
lógicamente fui miembro de la comisión ejecutiva de mi federación, pero llegué
a estar en la Comisión Ejecutiva Federal que era el máximo órgano de decisión
de ese sindicato en Euskadi y lo hice precisamente por ser mujer, es decir,
porque se veía necesario, enriquecedor e importante que las mujeres llegasen a
ese ámbito de decisión. He sido también ocho años directora de un centro
educativo público. Y digo esto para remarcar que cuando hablo de órganos de
poder no lo hago en el sentido peyorativo que podemos darle de “ansias de
poder” sino en el positivo, ya que el poder también es servicio, pensar en los
demás, tomar decisiones para favorecer los débiles, para mejorar las cosas,
para hacer un mundo más humano y justo.
Hecho de vida: comunidad de religiosas
incardinadas en una parroquia de Bilbao. Una lleva la catequesis infantil, otra
toda la iniciación cristiana de adolescentes y jóvenes, la animación en la fe
de los monitores y monitoras eskaut, otra la atención a inmigrantes, varias (ya
se repiten las personas porque son cuatro) trabajan en proyecto de apoyo
escolar de Caritas, también en atención a inmigrantes, mujeres de la calle,
preparan las celebraciones litúrgicas, ensayan con el grupo de música que las
anima, pintan, arreglan y decoran los locales parroquiales y otras cuantas
tareas que no son tan visibles pero que sostienen el quehacer y la tarea
pastoral de una parroquia. Y… ¿en el consejo de la Unidad Pastoral no pueden
DECIDIR? Pues así es, ni siquiera si en el presbiterio nos sentamos en una
Eucaristía distintos grupos y miembros de la comunidad porque el sacerdote no
está de acuerdo. Yo creo que la pasionista que coordina, trabaja, pone vida y
corazón en esa Unidad Pastoral ¿por qué no puede ser la párroco?
Un hecho que recuerdo con
tristeza y dolor es la sesión final de la Asamblea diocesana en el año 1987.
Después de tres años de participación, corresponsabilidad, esfuerzo y trabajo
para llevar adelante la tarea de la Asamblea en la Eucaristía final, en aquel
escenario grande que se montó en la feria de muestras a modo de presbiterio
cumplió la función que le da nombre: sólo hubo presbíteros en todo el tiempo de
la celebración y bastantes, y las primeras filas, en la parte de abajo, donde
estaba el pueblo, también fueron reservadas a los presbíteros. Me dolió porque
pensé y pienso que no fue justo. Creo que aquella Comisión Organizadora de,
creo recordar, de 34 miembros, que representaban a los territorios, al laicado,
religiosas y cristianos en las mediaciones que se habían dedicado en cuerpo y
alma a organizar una Asamblea del pueblo de Dios de Bizkaia que fue como un
aire fresco tenían que haber estado allí. Es una foto que dice mucho. Ya se
cerró la primera ventana porque había demasiado aire. Seguimos igual que hace
treinta años en este aspecto también.
La última característica
de este VER es que está situación de relegación en el gobierno de la Iglesia
sólo tiene una razón y es su imposibilidad de acceder al ministerio ordenado.
Insisto en que después de treinta años de la Asamblea no hemos avanzado nada,
creo que hemos retrocedido. Allí se recogía como una de las conclusiones para
trasladar a la Santa Sede la petición de acceso de la mujer al sacerdocio. Hoy
parece ser un tema todavía más intocable que hace treinta años! Y pensad en
todo lo que ha avanzado la mujer en la sociedad y la vida civil, nos hemos
convertido en mayoría en muchos sectores profesionales que en ese tiempo
empezaban tímidamente a abrirse al género femenino. También, en mi humilde
opinión, habría que cuestionarse el modelo de sacerdote en nuestra Iglesia,
pero es otro tema y no es el objeto de mi pequeña charla. Lo que sí está claro
es que el ministerio ordenado es el que detenta el poder, toma las decisiones,
marca las líneas fundamentales como lo hace cualquier gobierno del mundo y las
mujeres, por el simple hacho de serlo, no pueden acceder a él. ¿Hay alguna otra
realidad en la que sea así?
Hecho de vida: en tiempo de la Asamblea Diocesana en
una celebración de la Eucaristía del tema de los jóvenes una chica leyó el
evangelio. El sacerdote antes de comenzar la homilía volvió a leerlo y
argumentó que “no había sido proclamado” porque lo había hecho un laico y
encima mujer. Seguimos igual.
2.- JUZGAR: No es justo, ni evangélico, ni
testimonial, la situación de “minoría de edad”, de exclusión de los ámbitos de
decisión y gobierno, la falta de igualdad real de la mujer en la Iglesia.
MT 27, 55-56 / Mc 15,
40-41, 47 / Mc16 1-8 / Lc 23,55 – 24,12
Las primeras testigos de
la Resurrección son las mujeres que acompañaban a Jesús “con mucha alegría… corrieron a anunciárselo a los discípulos”. Sin
ellas “vana hubiera sido nuestra fe”.
Muy gordo tuvo que ser
esto para que aquellos que lo recogieron por escrito setenta u ochenta años
después de que sucediera siguieran poniendo en la boca y el corazón de las
mujeres la experiencia fundamento de nuestra fe. Ellas por supuesto no pudieron
escribirlo porque en aquella sociedad no se les estaba permitido leer y escribir.
A la luz de estos
fragmentos del evangelio yo me pregunto: ¿Qué hace la Iglesia católica manteniendo
la desigualdad y la marginación de las mujeres en los ámbitos de decisión, de
gobierno? ¿Por qué en el año 2015 la Iglesia católica sigue vetando el acceso
de la mujer al sacerdocio en igualdad de condiciones que los varones? En un
país como el nuestro, en una cultura como la nuestra donde las mujeres en los
últimos cincuenta años han accedido a todos los ámbitos de la vida pública y
profesional seguimos sin poder hacerlo en pie de igualdad en nuestra Iglesia.
Encontramos a nuestro alrededor torneras, fresadoras, conductoras de autobuses,
taxistas, médicas, jueces, (por cierto mayoría ya), abogadas, camioneras,
profesoras, escritoras, carpinteras, policías… ¿y sacerdotes? No, está vedado
para la mujer.
A mí me provoca dolor,
indignación, rabia, tristeza profunda escuchar en 2015 todavía… “es que Jesús
sólo eligió hombres”. Jesús de Nazaret vestía con túnica y ¿seguimos
haciéndolo? ¿Eligió hombres negros u orientales? ¿Usaba, tal vez, un ordenador,
una tablet? Se cae por su propio peso, no resiste la modernidad este argumento
caduco. No estamos ya en tiempos del medievo cuando san Agustín era capaz de
combinar una misoginia radical con la enseñanza evangélica de la igualdad del
varón y la mujer. A lo largo de la historia de la Iglesia muchos de sus
pensadores, San Pablo, San Jerónimo, San Agustín, Santo Tomás… se olvidaron del anuncio revolucionario de
la igualdad de todos los seres humanos, “ya no hay varón y hembra”, y se
dejaron llevar y empapar por las estructuras patriarcales y misóginas del
momento que les tocó vivir. Yo me atrevo a decir, siguiendo también lo que
teólogas feministas han defendido, que las afirmaciones de todos ellos estaban
muy pero que muy lejos del Evangelio de Jesús de Nazaret.
Estos argumentos que he
mencionado más arriba creo que son, cuanto menos, infantiles. En el siglo XXI,
no resisten el cedazo de la RAZÓN, y además me atrevo a afirmar que son
profundamente injustos, antievangélicos y también antitestimoniales.
En cualquier ámbito del
mundo real en el que nos movamos seguir manteniéndolos es totalmente ridículo
porque no se sostiene con un mínimo de racionalidad. El ser humano hemos sido
capaces de descifrar el ADN y… ¿no somos capaces de diferenciar lo que es
cultural, propio de una cultura y un tiempo de lo que es sustancial y además
justo? En cualquier encuesta a los compañeros de trabajo, de escalera, en la
calle ¿Qué se dice sobre la situación de relegación de la mujer en la Iglesia?
Que es ridícula, retrógrada, reaccionaria, signo de atraso y algo a cambiar y
transformar. ¿Cómo vamos a ser adalides de la justicia, de la verdad, de la fraternidad?
Hecho de Vida: la Corona española ya va a poder
ser heredada por las mujeres porque se entiende que es totalmente
contradictorio con la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Ya nos ha pasado
por la izquierda una institución más antigua que la Iglesia católica.
Hecho de vida: he participado en los órganos de
dirección de CCOO, del instituto por cuota, porque las instituciones entienden
que es de justicia promocionar la igualdad de la mujer, se crean secretarías,
instituciones que la defiendan y en la Iglesia se sigue con el argumento
retrógrado de que “Jesús no eligió mujeres” ¿Qué tienen los hombres para ser
depositarios de un mayor “ratio” del Espíritu, de ser los “únicos
intermediarios” entre Dios y los simples seres humanos?
ACTUAR: “Son cosas
chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan
los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá. Pero
quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo,
actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera
de probar que la realidad es transformable” (Eduardo Galeano)
Estudiar,
formarse, investigar desde la óptica de la mujer, desde la visión feminista. Se
hace en la historia, en la química, en las matemáticas y otras ciencias. Tiene
que haber teólogas que hablen desde el rostro materno de Dios que ha estado
oculto muchos siglos.
Otro
paso es leer, dar a conocer, publicar la teología feminista. Los círculos de
pensamiento, escuelas sociales, IDTP… publicar, promocionar la teología
feminista. Sacudirse siglos de dominación y relegación a un papel secundario,
escondido invisible de las mujeres en la Iglesia. ENDEREZARSE como la mujer del
relato de la curación de la mujer encorvada.
EMPODERARSE,
EMPODERAR A LAS MUJERES. Palabra nueva que utilizan desde el ámbito de la
cultura, la investigación, la cultura y hemos de utilizar también en la
Iglesia. Dar poder, en el buen sentido, a las mujeres, hacerles visibles,
dueñas de sí mismas y tan dignas del espíritu, de ser reflejo de Dios,
transmisoras de la fe y los valores del evangelio como los varones.
Agruparse,
unirse, juntarse para reivindicar el acceso al sacerdocio en pie de igualdad,
para estar en los puestos de poder-servicio y de decisión de la Iglesia. En
este punto los varones que ya están en los órganos de decisión tienen también
tarea para reivindicarlo codo con codo con nosotras.
SER
VANGUARDIA en la defensa de la igualdad, los derechos de la mujer y en la denuncia
de su situación. Hay un punto concreto en el que debemos actuar urgentemente y
ser denuncia nítida y clara: “la violencia contra las mujeres” que se extiende
en nuestra sociedad. La Iglesia debe analizar en profundidad su misoginia
histórica, debe hacer un examen profundo de su responsabilidad y complicidad
con las prácticas de dominación de las mujeres. Ha de reconocer el pecado
cometido y debe crear y potenciar acciones concretas que sanen a estas mujeres,
iniciativas de apoyo a las mujeres víctimas de la violencia de género, ha de
denunciar en todos los foros posibles esa práctica antievangélica y pecadora. En
fin, ser VANGUARDIA en la defensa de la mujer.
Termino con unas palabras
recogidas en el libro “Queremos el pan y las rosas” de Lucía Román.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.