José Comblin |
(En RyL)
La separación entre lo sagrado y lo profano.
Constituido
en el siglo XVII – el modelo sacerdotal - tendió a exasperar la
separación entre el clero y el pueblo. Se multiplicaron los signos
visibles de la separación: ropa diferente, casa aislada, no
participación de los padres en el trabajo manual, en el comercio, en las
actividades profanas. El padre se reserva exclusivamente para
actividades sagradas. El lenguaje es propio. El padre no puede aparecer
en los lugares públicos de encuentro de personas: teatros, estadios,
circos, lugares de diversión, playas, y cines. No puede ver espectáculos
profanos. Su conversación debe ser muy reservada. En la propia iglesia
todo muestra la separación. Hay un espacio reservado para el padre y
otro para el pueblo, y nadie puede pasar la frontera, a no ser por
absoluta necesidad, por ejemplo, el sacristán o las encargadas de la
limpieza. El confesionario es un modelo de esta separación. El padre y
el penitente ni siquiera pueden mirarse y reconocerse. La distancia es
total. No es diálogo entre las personas, sino diálogo entre pecado y
absolución. El pecado entra por un lado y la absolución sale por el
otro.
¿Cuál es la razón de ser de tal separación? Si consultamos los libros de espiritualidad sacerdotal del siglo XVII no hay duda: se trata de la separación entre lo sagrado y lo profano, exactamente lo que Jesús vino a suprimir.
El padre es el hombre de lo sagrado: su dominio es el mundo sagrado,
el edificio del templo, el lugar de administración de los sacramentos.
Su mundo es poblado de objetos sagrados: el material de los sacramentos,
las imágenes, los libros sagrados. Su trabajo es el sacrificio. La misa
es vista en la línea de los sacrificios del Antiguo Testamento. El
padre es aquel cuyo trabajo consiste en celebrar la misa.
Lo
que él hace son misas. El cardenal que me ordenó dijo un día en un
retiro sacerdotal: si el padre celebra la misa y reza el breviario,
cumplió su obligación. De hecho su sacerdocio consiste en esto: mantener
las funciones sagradas. El resto es facultativo, y puede ser peligroso.
No lo constituye como sacerdote.
Estas
actividades sacerdotales son totalmente inaccesibles a los laicos.
Ellas marcan una separación radical. Son dos modos de vida totalmente
separados, pues entre lo profano y lo sagrado no hay comunicación.
Durante
tres siglos se construyó un edificio destinado a consolidar y
garantizar el aislamiento del sacerdote que era el ideal que debía ser
preservado de cualquier manera. Había la teología del sacramento del
Orden. Metafísicamente sacerdote y laico eran dos realidades diferentes.
En su ser metafísico el sacerdote era diferente del laico. Esta
separación metafísica debía tener sus aplicaciones en la práctica.
La
preparación para el sacerdocio tenía por finalidad separar al sacerdote
del mundo exterior. El candidato al sacerdocio aprendía la filosofía y
la teología escolásticas, que eran incomprensibles para las personas de
afuera, y lo tornaban incapaz de entender los pensamientos de los otros.
Los estudios levantaban una barrera que impedía cualquier comunicación.
El padre no podía dialogar, él debía sólo enunciar la verdad de la cual
era depositario, suponiendo que los otros entendiesen. Así fueron los
misioneros de la Colonia: enseñaban en portugués a los indios que no los
podían entender, para explicarles que debían someterse a lo soldados
del rey que era el Gran Maestro de la Orden de Cristo y tenía delegación
del Papa para imponerle sus órdenes.
Los
seminarios eran hechos para aislar. Eran como un monasterio
autosuficiente. Los alumnos no tenían necesidad de salir. Tenían todo en
la casa. Estaban bien protegidos contra cualquier contacto mundano que
los pudiese contaminar.
La ley del celibato.
Además de eso, fue aplicada la ley del celibato. En los orígenes la razón del celibato es lo sagrado siendo el padre reservado para las funciones sagradas no puede contaminarse con actos sexuales. Esto fue la razón primitiva y ella permanece hasta hoy, aunque hayan sido agregadas otras motivaciones. La base es la oposición entre sexo y sagrado. De esta manera la separación entre clérigo y laico es mayor todavía. Pues el celibato separa de manera simbólica muy fuerte. Separa de todas las mujeres y separa de los hombres casados. Para muchos pueblos la entrada en el mundo de los adultos es el matrimonio. Sin el matrimonio el sacerdote permanece fuera del mundo. Es lo que se pretende fortalecer.
Además
de eso, el celibato da a los sacerdotes un sentimiento de superioridad
notable. Debido a que son célibes, los padres se sienten más santos, más
heroicos, moralmente superiores, lo que les atribuye una autoridad
moral para definir los valores morales en todos los asuntos. El celibato
es como la barrera que separa a los santos de los pecadores. Si el
padre se reconoce pecador, es como señal de humildad, es una prueba más
de su superioridad moral. No es el caso de los laicos, que son pecadores
por esencia.
De
ahí la convicción en el mundo popular que el matrimonio es sinónimo de
pecado. Por esto los sacerdotes no se casan, cree el pueblo simple. En
cuanto a los laicos, ya que son pecadores, por definición, el matrimonio
es permitido, pero no deja de ser pecado también, un pecado
tolerado. Esta convicción todavía puede encontrarse en el mundo
popular. Los padres no pueden casarse porque no pueden pecar. Ellos
deben ser santos.
Todo
esto concuerda plenamente con el modelo de sacerdocio que se pretendió
inculcar en el siglo XVII. Sin embargo, una vez que nacen dudas
respecto a la relevancia histórica de este modelo, todo comienza a ser
cuestionado. De ahí que el sentimiento de pérdida de identidad del
sacerdote se ha convertido en un problema permanente en la Iglesia de
hoy.
Extracto del libro “O povo de Deus,” de José Comblin, publicado por
editorial Paulus-Brasil. 2da. Edición, año 2002, págs.
396-398. Traducción al castellano de Juan Subercaseaux A. y Leyla Reyes
Z.
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