sábado, 7 de diciembre de 2013

Un galego ahonda en nuestra memoria


Ezustekoa, eta oso atsegina, izan da niretzat Anxo Ferreiro Currás galiziarrak eta Galiziatik bertatik euskal elizgizonek 1.936-39 tarteko gerra zibilean pairatu zuten pertsekuzioaz liburu bat idatzi izana. Nire ustez ekarpen oso garrantzitsu eta egokia da Euskal Herriaren hurbileko iraganaldiaz, gerra zibila eta ondorengo diktadura frankista barne, noski, beharrezkoa den “errelatoa” idaztea planteatuta dagoen abagune honetan. Niri dagokidanez, uste nuen dezente datu nituela pertsekuzio hartaz baina harri eta zur utzi nau liburugileak bere lanerako hainbeste material lortzeko jarduerak eta liburuan modu sistematizatuan aurkeztu izanak.   (jarrai irakurten=>)
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Martin Orbe escribe el prólogo del libro: Consejos de guerra contra el Clero vasco. La Iglesia vasca vencida, donde recuerda sus experiencias en el Zeanuri de la posguerra. Aquí traemos una amplia selección, en castellano y en euskera, de dicha introducción. El que desee leer el texto completo puede acudir al libro. Eskerrik asko Martin zure ekarpenagaitik!

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Sorpresa, muy agradable por cierto, ha constituído para mí que un galego, Anxo Ferreiro  Currás, haya escrito desde Galizia, un libro sobre la persecución que sufrió el clero vasco durante la guerra civil de 1.936-39. Considero que es una aportación muy importante y oportuna en este tiempo en que está planteada la necesidad de escribir el  “relato”  sobre el pasado próximo de Euskal Herria, incluídas por supuesto la guerra civil y la dictadura franquista. Personalmente, creía que conocía bastantes datos sobre dicha persecución, pero me ha sorprendido la dedicación del autor para recabar tanto material para su trabajo y presentarlo de forma sistematizada en su libro.

El trabajo de Anxo Ferreiro Currás me ha  dado pie para contextualizar algunos datos que yo conocía, aportados por el entorno más cercano en que me ha tocado vivir y moverme.

Así, de las dos casas curales que había en Errigoiti, mi  pueblo natal, a una de ellas , deshabitada, se la conocía como “la casa de D. Alejandro”. D. Alejandro Sagarna, sacerdote natural de Zeánuri, tuvo que exiliarse a raíz de la guerra civil. No llegué a conocerle, pero en mi ámbito familiar se le recordaba y apreciaba por la labor pastoral que había desarrollado en el pueblo, sobre todo entre la juventud.

D. Juan Añíbarro, tambien de Zeánuri y párroco del pueblo durante mi niñez y juventud, era uno de los seis sacerdotes, hijos de Zeánuri, que se ordenaron juntos el año 1.935. Más de una vez me comentó cómo uno de los seis, D. José Sagarna, había sido fusilado por los fascistas, pero apenas se extendía en dar detalles sobre la persecución que el clero vasco sufrió durante la guerra civil. Como detalle, no recuerdo que me hablara de D. Alejandro Sagarna, natural de Zeánuri como él y antecesor como sacerdote en Errigoiti. Lo que sí recuerdo es cómo terminaba, sistemáticamente, los comentarios sobre la guerra civil: “vosotros no os percataís de cómo son éstos”, refiriéndose a los franquistas.


    Mi primer destino como sacerdote fué, precisamente, Zeánuri y allí pude conocer, en toda su crudeza, la persecución y represión contra los nacionalistas vascos y contra los sacerdotes abertzales. El único delito, tanto de unos como otros, fué ser amantes de su pueblo y, consecuentemente, servidores del mismo incluso en circunstancias extremas como en una guerra impuesta.

    Zeánuri fué denominado “pueblo levítico” por la abundancia de vocaciones religiosas. De este dato se hace eco el historiador británico William A. Christian Jr., resaltando que Zeánuri ostentaba el record mundial de sacerdotes y religiosos/sas por número de habitantes. En torno al año 1.930, Zeánuri contaba con 2.300 habitantes. Con motivo de la primera misa de los seis sacerdotes en el verano de 1.935 se confeccionó un pequeño folleto con 276 nombres entre sacerdotes, religiosos y religiosas. Lógicamente, sacerdotes de Zeánuri tenían que aparecer entre los perseguidos durante la guerra civil, como efectivamente son señalados en el libro de Anxo Ferreiro Currás.

    Zeánuri fué un pueblo muy marcado por la guerra civil por las actuaciones prepotentes y abusivas de la minoría carlista del pueblo durante la guerra, por la cercanía del frente estacionado tanto en Legutiano-Barázar como en el Gorbea y por la coincidencia de acciones de guerra y sucesos luctuosos acaecidos entre los días 6 y 7 de abril de 1.937.

    Efectivamante, una compañia de republicanos asturianos, de filiación comunista, que iban de retirada, despechados por su fracaso en la ofensiva del frente de Legutiano-Barázar, mataron a sangre fría a Florencio Etxebarria y Ramón Etxebarria, pastores ambos, que vivían en dos caserios contiguos del barrio Beretxikorta, situados a la vera de la carretera según se baja el puerto de Barázar. Mataron incluso a sus perros.

    Al lllegar al casco del pueblo, camparon a sus anchas, entrando en las casas, saqueando y robando cuanto podían y amedrentando a la gente. D. Benito Atutxa, acompañado de un sobrino suyo, León Zuloaga, concejal nacionalista del Ayuntamiento, que justamente había venido con la idea de llevar al tío a su caserío porque allí estaría más seguro, se les enfrentó, rogándoles que por lo menos respetaran a las personas. Les mataron a los dos y arrojaron sus cadáveres a las zarzas del borde de la carretera. D. Benito Atutxa era natural de Zeánuri y párroco de su parroquia de Santa María entre los años 1.922-1.937. Sacerdote muy celoso, la gente de Zeánuri comentaba con entusiasmo sus muchas iniciativas y actividades pastorales todavía el año 1.958 cuando yo me incorporé a la parroquia de Santa María de Zeánuri.

    Estos hechos resultan más dolorosos al haber sido perpetrados por una compañía de repùblicanos, aliados de los vascos en la guerra. Por otra parte, en la confusión de aquellos días en los que Zeánuri había sido bombardeado por los nacionales, hubo gente, incluso entre familiares de D. Benito, que culparon al ejército vasco de estos asesinatos. Una más entre las tragedias y sinrazones de la guerra civil.

    El bombardeo realizado por los nacionales el mismo día tuvo por objetivo destruir la batería tanto de artillería ligera como pesada situada en el barrio Zulaibar. Además de los destrozos en edificios e instalaciones, fueron bastantes los civiles heridos; e incluso, dos muertos, Esteban Astondoa  en el citado barrio Zulaibar y el niño Jesús Urutxurtu en la Plaza del pueblo. Seis muertos!

    Por otra parte, uno de los 14 sacerdotes fusilados por los nacionales durante la guerra civil fué, como ya se ha dicho, D. José Sagarna Uriarte, uno de los seis sacerdotes naturales de Zeánuri ordenados en el año 1.935. Nombrado en 1.936 coadjutor de Berriatua, no pudo tomar posesión de su destino por los avatares de la guerrra. Fué fusilado en su anterior parroquia de Amalloa (Markina-Xemein), el 20 de octubre de 1.936. Tenía 24 años.

    Cuando fuí a Zeánuri vivían su madre viuda y sus hermanos y su única hermana. Familia numerosoa, 10 hijos, de los que tres, Juan, Emilio y Txomin estuvieron primeramenrte presos al terminar la guerra y luego en campos de concentración en los “batallones de trabajadores”; otro, Ramón, detenido varias veces durante la dictadura; el más joven, Fidel, sacerdote. Una de las sobrinas me informó accidentalmente y mucho más tarde, que solían visitar con cierta regularidad la tumba de su tio, pero sus padres les prohibían terminantemente que comentaran a nadie esas visitas. Una prueba del terror penetrado hasta lo más profundo del ser en quienes vivieron los horrores de la guerra civil.

    En relación con el fusilamiento de D. José Sagarna sucedió un hecho rarísimo que ninguno de los testigos lograron explicar.

    Cerca del caserio Amulategi de Amalloa había un hermoso manzano. Un jueves de junio de 1958 una tormenta tumbó el árbol, si bien gracias a alguna raíz que quedó en la tierra no se secó. En la noche del 13 de noviembre del mismo año, tambien jueves, el manzano apareció erguido de nuevo. Nadie pudo explicarse cómo sucedió. El manzano en cuestión estaba a escasos 15 metros del lugar donde le habían afusilado a D. José Sagarna.

    Naturalmente la noticia del suceso se extendió inmediatamente por la zona y ya el sábado siguiente bastante gente, sobre todo de Ondárroa, se acercó al lugar a comprobar la noticia. Se extendieron otros rumores: que en el lugar en el que había caído la sangre de D. José no germinó más la hierba ... que el manzano dió fruto fuera de temporada (en noviembre) ... que el cuerpo de D. José estaba incorrupto ... De esta forma se reavivó el recuerdo de D. José y la gente interpretaba el hecho como una señal milagrosa favorable a la causa de los abertzales.

    Las autoridades golpistas se alarmaron  y el domingo siguiente la cocina del caserio estaba llena de gurdias civiles. Empezaron a imponer multas de 1.000 pesetas no solo a los que se acercaban al lugar sino incluso a los que hacían comentarios sobre el suceso. En vista de esto, la gente se escondía de día entre los árboles y se acercaban al lugar, de noche, para llevar como reliquia trozos de las ramas del manzano.

    Intentando  demostrar que todo lo relacionado con el árbol era pura invención y mentira de los nacionalistas vascos,  los guardias civiles llamaron a declarar a muchos vecinos, pero todo fué en vano; ninguno pudo dar una explicación lógica. Para terminar con los rumores le conminaron al dueño del caserio Amulategi a que cortara el árbol; el dueño se negó, diciéndoles que les permitía que lo cortaran ellos.
Nadie se atrevió a cortar el árbol “santo”.  Un mes duró la movida en torno a este  suceso. En este tiempo, un grupo de jovenes irreverentes, medio en bromas y a espaldas de la guardia civil, intentaron echar el árbol, pero no lo consiguieron. A las cuatro semanas justas, tambien en jueves, el manzano volvió a caerse. Pero siguió vivo durante años hasta que por fin, tras una poda, se secó.

    D. Gabriel Manterola, natural de Zeánuri, coadjutor y compañero en la parroquia de Santa María, estuvo exiliado en Inglaterra, como capellán de los niños/as evacuados de la guerra. D. Leonardo Atutxa, tambien de Zeánuri y coadjutor como D. Gabriel, estuvo imputado en uno de los tantos sumarios abiertos contra los sacerdotes vascos si bien no fue condenado, pero quedó muy marcado y mermado psíquicamente por el trance por el que tuvo que pasar. Tengo que reconocer que, hasta leer el libro de Anxo, no conocía este dato ni el referente a D. Fabián Angoitia, natural trambien de Zeánuri, imputado así mismo aunque no condenado, como D. Leonardo; como tampoco conocía el dato de que D. Anastasio Urutxurtu, hijo de Zeanuri y párroco del contiguo pueblo de Areatza cuando yo estaba en Zeánuri, había sido capellán de gudaris.

    D. Pedro Atutxa, hemano mayor de D. Leonardo, estuvo desterrado en Huesca. Al volver fué nombrado párroco de la parroquia de Santiago de Ipiñaburu (Zeánuri). Hombre muy cercano a la gente y entusiasta y emprendedor, fue uno de los fundadores de la Escuela Profesional Zulaibar donde se ha formado profesionalmente gran parte de la juventud de Zeánuri y del valle de Arratia durante los últimos 58 años.
En este recordatorio falta por citar a D. Víctor Ertxebarria Zuloaga. Imputado no condenado se exilió en Canarias. Venía todos los años a Zeánuri, su pueblo natal, durante el mes de agosto, hasta que falleció en Canarias.

    Para terminar, es de justicia citar a D. Juan Aldekoa-Otalora, natural de Yurreta, coadjutor de  Zeánuri y capellán de gudaris en la compañía Arratia del batallón Ibaizabal. Según testimonio de un ex-gudari de la citada compañía, tenía un miedo cerval a los tiros, pero fué un gran capellán. Encarcelado, fué uno de los sacerdotes presos con Julian Besteiro en la prisión de Carmona (Sevilla).

    Tambien fué capellán de gudaris D. Luciano Urruzuno que fue coadjutor de Zeánuri y después párroco del cercano pueblo de Artea (Castillo-Elejabeitia) cuando yo estaba en Zeánuri.

    Al leer el libro de Anxo Ferreiro y después de convivir con sacerdotes que fueron protagonistas de los hechos que se recogen en el mismo, y conocer por diversas vías más datos y detalles sobre la persecución a los sacerdotes abertzales, me viene a la mente, una vez más, el desconocimiento total con el que salimos del Seminario sobre la suerte de estos sacerdotes en particular y del terrible drama que supuso para Euskal Herria la guerra civil en general.

    No viene al caso juzgar a los  responsables de los tres Seminarios  - Castillo-Elejabeitia,  Vitoria y Derio -  por los que pasé y por tanto no voy a posicionarme sobre si su postura y actuación se debió al miedo tan interiorizado y generalizado en los que conocieron y sufrieron la guerra civil u obedecía a que predominaban los que eran afectos al régimen surgido de la guerra.

    No obstante, sí recuerdo actuaciones impuestas que no podíamos ni valorar ni oponernos a ellas por nuestra temprana edad y que consideradas desde la perspectiva actual estimo que estaban establecidas con una deterrminada intencionalidad.

    Así, en el Seminario Menor de Castillo-Elejabeitia, todos los días antes de la meditación y misa de cada día, rezábamos las Preces y dentro de las mismas la Oración por España.  Inmediatamente antes de la comida, al terminar la media hora de estudio que solíamos tener después de las respectivas horas de estudio y clase de la mañana, puestos todos en pié en la misma Sala de estudio, cantábamos la siguiente canción:



            Bendita y alabada sea la hora
            en que la Virgen Santísima
            vino en carne mortal a Zaragoza, a Zaragoza.
            Bendita sea, por siempre sea, bendita y alabada.

    Se daba por cierta la  venida de la Virgen María en carne mortal a Zaragoza y cantábamos las excelencias del Pilar de Zaragoza sin que, a nuestra edad, pudieramos percatarnos de las connotaciones adjudicadas a dicho Pilar. Todo esto entre niños de 12-15 años de edad.

Había entre los Superiores de dicho Seminario Menor uno a quien le faltaban los dedos anular y menique y la parte de la mano correspondiente a los mismos. Sabíamos que el accidente lo había sufrido durante la guerra, pero no si había sido en alguno de los frentes de guerra o en alguna otra circunstancia. Hasta ese extremo llegaba el ocultamiento de todo lo relacionado con la guerra.

En cuanto al Seminario de Vitoria tenía fama de ser el mejor Seminario de toda la península o por lo menos así lo catalogaban quienes venían al mismo con motivo de algún acto académico, cultural o religioso. Siendo euskaldunes una amplia mayoría de los seminaristas, la única presencia del euskara se reducía a cantar el Agur, Jesusen Ama, al final de la misa del día que comenzábamos las vacaciones de verano.

La misma política siguió, por lo menos en los primeros años, el Seminario Mayor de Derio. Un salvedad. Organizó una clase de euskara, creo recordar que semanal, para todos juntos, tanto para los que no conocían ni una palabra de euskara como para los que teníamos el euskara como lengua materna. No sé si fué valor o temeridad lo que tuvo D. Fernando Arsuaga al encargarse de aquellas clases.

De los Superiores y Profesores que tuvimos a lo largo de la carrera, no pudimos saber quiénes eran euskaldunes, excepto algún que otro caso aislado; y en esos casos por circunstancias externas y ajenas a su cometido como Superiores y/o Profesores en el Seminario.

    En estas circunstancias se entiende que difícilmente podía esperarse que nos informaran sobre la terrible realidad de la guerra civil y nos orientaran y formaran mínimamente para enfrentarnos en los pueblos de nuestros primeros destinos a las vivencias y consecuencias de la guerra que la gente conservaba muy vivas aún en el recuerdo.

    Las carencias con las que salí del Seminario tuvieron que ser subsanadas con lecturas de diversas obras sobre la guerra civil y por testimonios directos de los feligreses que recordaban y contaban con emoción apenas contenida los sufrimientos acarreados por la guerra.

    En este contexto me complace insistir en que ha supuesto una sorpresa tan inesperada como agradable, que el galego  Anxo Ferreiro Currás ofrezca en su libro todo un arsenal de datos documentados sobre la persecución al clero vasco. Ha puesto a nuestro alcance los datos a los que ha tenido acceso en el Archivo militar de Ferrol. Tenemos una inmensa deuda de gratitud con él. Por otra parte es un reto que debe incentivarnos a que desde Euskal Heria se investiguen y publiquen otros datos sobre la guerra civil.
Destacaría dos aspectos de su libro. Queda muy bien reflejada la animosidad y la animadversión de los sublevados contra el clero alineado con el Pueblo Vasco en la decisión tomada ante la contienda; y aporta datos, sin cargar excesivamente las tintas, sobre los eclesiásticos que apostaron por los nacionales.
Ciertamente quedan reflejadas en el libro las luces y sombras de las actuaciones del clero vasco durante la guerra civil. Esta dualidad pude comprobar yo en Zeánuri entre los sacerdotes del cabildo parroquial al que tuve que incorporarme.

    (...)

    A la hora de documentarme para escribir este Prólogo, he podido enterarme de anécdotas que habría que catalogarlas, por lo menos, de curiosas.

    Uno de los sacerdotes fusilados durante la guerra fué D. Celestino Onaindía. Un sobrino suyo tambien sacerdote, D. Jon Onaindía, estuvo unos días en Covadonga, el año 1.983, durante sus vacaciones de verano, con sus dos tios sacerdotes, D. Domingo y D. Alberto. D. Domingo entabló conversación con un canónigo de Covadonga quien al decirle D. Domingo que él era vizcaíno, le comentó que la compañía de requetés de la que él había sido capellán durante la guerra, había detenido en Elgoibar a un sacerdote vizcaíno. Pretendían fusilarle inmediatamente a lo que él se opuso. Le gustaría saber, si es que le conocía, qué había sido de él. D. Domingo le contestó que era su hermano y que había sido fusilado.

    Al día siguiente les llamó y les confesó que no había podido dormir durante toda la noche, consternado por la información que le habían dado. Terminó pidiéndoles perdón por su cobardía, al no haber hecho más por salvarle la vida.

    Entre las penalidades del clero vasco con motivo de la guerra, no se pueden pasar por alto las cárceles de Dueñas (Palencia) y Carmona (Sevilla). De la cárcel de Carmona es conocida la fotografía hecha con motivo de las Bodas de Oro de sacerdocio de uno de los sacerdotes presos donde aparece tambien el dirigente socialista Julian Besteiro.

    El hecho más relevante de la cárcel de Dueñas, además de sus condiciones de habitabilidad infrahumanas, sería la muerte en la misma del septuagenario párroco de Elorrio, D. Juan Izurrategi, condenado a ocho años de prisión, quien en el alegato final de su juicio tuvo el coraje y el humor de decirles a los componentes del tribunal que les agradecía que le aseguraran ocho años de vida. Los sacerdotes compañeros de prisión, le despidieron cantando en su funeral la Misa de Requiem de Perosi.

Treinta y un años más tarde, en 1.968, se abrió la cárcel de Zamora para encarcelar a los sacerdotes penados durante la dictadura de Franco. A diferencia de las cárceles de Dueñas y Carmona decididas por la autoridad civil, la cárcel de Zamora se habilitó de mutuo acuerdo entre la autoridad civil y religiosa, en virtud del Concordato firmado en el año 1.953 entre la Santa Sede y el Gobierno español. Cárcel concordataria, por tanto. Se cerró el año 1.976. De los cincuenta y tres sacerdotes que pasaron por ella, cuarenta fueron vascos; todos ellos encarcelados por motivos políticos.

    Así como la cárcel de Dueñas tiene su “mártir”, D. Juan Izurrategi, tambien la de Zamora tiene el suyo. Nikola Tellera Merikaetxebarria, párroco de Sopela (Bizkaia), fué condenado a diéz años de prisión, cuando contaba 53 años de edad. Salió de la cárcel, casi sexagenario, después de cumplir seis años, con un cáncer muy avanzado. Murió a los pocos meses. A diferencia de  D. Juan Izurrategi, sus restos mortales fueron enterrados en su pueblo natal de Nabárniz (Bizkaia).

    Toda esta secuencia de persecuciones, encarcelamientos, torturas, ejecuciones ... incluído el destierro del Obispo,  interpelan seriamente a la  Iglesia. Decisión suya tiene que ser el  reconocer que Euskal Herria tiene pleno derecho a ser aceptado, en el ámbito de la Iglesia, como un pueblo que pueda realizarse como tal en toda su integridad.

    Sería  y debería ser posible si la Iglesia optara por ser una Iglesia pobre, libre, dinámica e indígena  tal como pedían los sacerdotes encerrados en el Seminario de Derio, en noviembre del año 1.968, y que los sacerdotes represaliados, cuya memoria reivindica el libro de Anxo Ferreiro Currás, trataron de visualizarla en las trágicas circunstancias en que les tocó ser servidores de su Pueblo.


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