Entrevista a José V. Casanova
El académico de la Universidad de Georgetown explica la alianza de Putin con el Patriarcado contra Occidente
Fuente: La Vanguardia
15/05/2022
Putin junto al Patriarca de Moscú Kiril en una festividad ortodoxa en la catedral de Cristo Salvador. Konstantin Zavrazhin / Getty
Ucrania está siendo el escenario de tres guerras: la que libra el Patriarcado de Moscú contra la Iglesia Ortodoxa autocefálica de Ucrania, y las de la Rusia de Putin contra la exrepública soviética y contra la OTAN y Occidente. Así lo explica en esta entrevista telefónica José V. Casanova (Valdealgorfa, Teruel, 1951), profesor emérito de Sociología de la Religión y Teología en la Universidad de Georgetown (Estados Unidos) y uno de los máximos especialistas mundiales sobre el mundo ortodoxo.
¿Hay una dimensión religiosa en la guerra de Ucrania?
Sí, y es doble. Por una parte es una guerra contra Ucrania porque el patriarcado de Moscú dice que es territorio canónico suyo, que Ucrania es parte de la santa Rusia o el Russkiy Mir y que por lo tanto hay que incorporarla a Rusia. La otra dimensión es una guerra entre Rusia y la OTAN, el mundo de Occidente. La idea de que Rusia está defendiendo los valores tradicionales del cristianismo frente a una Europa y un mundo occidental decadente que los ha abandonado a favor del liberalismo, del secularismo, de derechos feministas, de los homosexuales…
¿Rusia se erige como el baluarte de la confesión cristiana en Europa?
Pero confesión cristiana en un modelo tradicional. Querían una alianza con la Iglesia Católica, de ahí la importancia del diálogo con el Vaticano, y con los protestantes evangélicos fundamentalistas americanos. A este nivel sí que han trabajado mucho en lo que se llama las guerras culturales globales, sobre todo sobre los derechos de la familia “tradicional cristiana”. Y llevan 15 años organizando congresos de la familia con los evangélicos americanos. Hay una alianza sobre todo entre la Iglesia rusa ortodoxa, evangélicos americanos y grupos de católicos también conservadores, grupos que están contra el papa Francisco y que se han unidos a ellos.
Cuentan con el apoyo de los partidos populistas y de extrema derecha y de algunos gobiernos, como el de Hungría, o en su día el de Trump…
Sí, es una parte del proceso. Pero claro, una vez esta guerra cultural se convierte en una verdadera guerra cruenta hay bajas, como es el caso de Polonia, que más o menos estaba en ese campo, y ahora se ha pasado al otro. La guerra lo ha complicado todo, porque es muy difícil ahora para cualquiera de esos agentes hacer una alianza con Putin. Pero esa era la idea. Los partidos populistas antieuropeos, y sobre todo antiinmigrantes, unidos a antifeministas… Nuestro Vox es el partido que cuadra perfectamente en este tipo de alianza.
¿Vox sería el aliado del patriarcado ruso y de Putin en esta guerra cultural?
En la guerra cultural sí, en la guerra de verdad es muy difícil para estos partidos apoyar la guerra… No es una unión perfecta tampoco entre Putin y la guerra. Son dos vertientes de ese conflicto. El Russkiy Mir ya lo usaba como concepto Putin antes de la alianza con la Iglesia ortodoxa, pero originalmente solo tenía la idea de defender a los rusohablantes en la antigua Unión Soviética: Estonia, Ucrania, etcétera.
¿Cuándo sella Putin su alianza definitiva con el Patriarcado de Moscú?
La unión entre la Iglesia rusa y el régimen se hace más fuerte a partir de su segunda presidencia. Pero la alianza definitiva se sella dos años después en el 2012.
Casanova recuerda que ese año Pussy Riot, el grupo feminista de punk rock, irrumpe en la catedral de Cristo Salvador de Moscú para pedir a la madre de Dios que librara al mundo de Putin. Ese acto causa la alianza definitiva de Putin con el Patriarcado. Su líder María Aliójina, vigilada y en arresto domiciliario, huía de Moscú hace unos días disfrazada de repartidora de comida.
Es a partir de ese momento cuando Putin llega a la alianza definitiva con el Patriarcado. Antes, Putin hablaba de Eurasia como proyecto y no nombraba a la Iglesia. Pero es muy significativo que empieza a hacerlo después de la invasión de Crimea, en el 2014.
¿Ucrania y Rusia son dos modelos diferentes de relación Iglesia-Estado-Nación y Sociedad Civil?
Al principio no, porque ambos vienen de la Unión Soviética. El soviético era un estado oficialmente ateo que imponía la secularización desde arriba pero al mismo tiempo aceptaba a la Iglesia ortodoxa rusa como única Iglesia. Lo que ha pasado en Ucrania es que ha mantenido un estado secular neutro que no apoya a ninguna iglesia como iglesia nacional. Hay un modelo de un pluralismo religioso muy grande pero igualitario porque todas las comunidades religiosas forman parte de la Asociación de Iglesias y Comunidades Religiosas de Ucrania, que tiene 15 miembros. La presidencia rota cada seis meses y la ostenta cualquiera de las iglesias o confesiones. Es una asociación civil, sin injerencia del Estado. Por otra parte la Iglesia rusa no es una iglesia estatal oficialmente porque al ser un imperio tiene otros grupos étnicos que no pueden aceptarla, pero se considera que es la iglesia étnica de los eslavos, y todos los eslavos tienen que estar afiliados con la Iglesia ortodoxa rusa.
El pluralismo religioso de Ucrania quedó de manifiesto en la revolución naranja del 2013 y la plaza Maidán…
Sí, en Maidán se demostró que no había una Iglesia nacional del Estado. Todos los grupos religiosos estaban juntos… Y cada funeral por cada una de las víctimas, fuera greco-católica, ortodoxa, armenia o judía, lo presidían conjuntamente. Lo que llamaba también la atención en Maidán es que la gente hablaba ruso y ucraniano indiferentemente, sin cuestionar nada. Este pluralismo religioso y lingüístico es la base de la formación de un estado-nación civil territorial no étnico y es lo que de alguna manera se ha institucionalizado en la Ucrania democrática.
Algo que Moscú no acepta.
Esto ha llevado a un cisma entre Constantinopla y Moscú. Y también desde el 2014, cuando Moscú se dio cuenta de que el patriarca de Constantinopla estaba dispuesto a aceptar la reunificación de las nuevas iglesias ucranianas bajo su jurisdicción. Cada nación o estado nación ortodoxo tiene una iglesia nacional patriarcal autocefálica, como la de Ucrania que está en comunión desde hace cuatro años con el patriarca de Constantinopla, pero no con el de Moscú, que también está enfrentado con el de Alejandría. Es parte de una guerra dentro del mundo ortodoxo sobre Ucrania. En Ucrania hay dos guerras transnacionales. Además de la guerra entre Rusia y Ucrania está la de Rusia y la OTAN sobre Ucrania y está la guerra jurisdiccional entre Moscú y Constantinopla sobre la Iglesia ortodoxa ucraniana.
¿Y se recurre al nazismo?
Es la forma de movilizar a la gente. Si ellos son nuestros hermanos, “rusos pequeños” en el lenguaje oficial imperial ruso del siglo XIX, ¿cómo vamos a aniquilarlos? No podemos. Solo podemos aniquilarlos si no son libres porque los nazis se han apoderado de ellos. Si son nazis quiere decir que no son libres y hay que liberarlos. Esta lógica sostiene que hay que destruirlos para liberarlos.
¿Qué papel cree que puede jugar la Iglesia católica, el papa Francisco?
La Iglesia católica sólo puede jugar un papel importante si realmente acepta a las iglesias ucranianas como interlocutores fundamentales. El problema con el Papa no es que ha querido hablar con Moscú. El problema con el Papa es que no ha querido hablar con la iglesia ortodoxa ucraniana. Ha aceptado el chantaje de Moscú de que si hablan con la iglesia ortodoxa ucraniana es el final del diálogo con Moscú. Cada vez que hay un congreso interreligioso ecuménico donde hay obispos católicos y aparece el arzobispo Hilarión, el representante de la Iglesia ortodoxa fuera de Rusia, no pueden aparecer ni ortodoxos ucranianos ni greco-católicos ucranianos. No puede funcionar el Vaticano con Rusia de la misma forma que funcionan Estados Unidos y Rusia sobre Ucrania. Los ucranianos tienen por fin derecho a ser sus propios agentes. El problema es que ahora sí que va a ser difícil, porque esto se ha convertido en una guerra entre Rusia y la OTAN. Pero el Papa debería escuchar menos los “ladridos” de las grandes potencias, de Rusia y de la OTAN, y más los gemidos, los gritos de desesperación y las voces auténticas que provienen del pueblo ucraniano
El ecumenismo...
Para la Iglesia ortodoxa rusa el ecumenismo siempre ha estado reducido a lo que Antonio Spadaro SJ, redactor de La Civiltà Cattolica, llamó “el ecumenismo del odio,” que tiene poco que ver con el ecumenismo religioso, y mucho más con discrepancias morales, sobre todo en cuestiones de género. Aquellos que están con nosotros en estas cuestiones ideológicas, con ellos tenemos un diálogo no religioso sino ideológico estratégico contra los enemigos comunes. La Iglesia rusa nunca ha entrado en auténtico ecumenismo religioso, porque ellos no aceptan la idea de un pluralismo religioso que practique lo que el papa Francisco llama la cultura del encuentro con el otro, con el cismático, el hereje, el infiel, como interlocutor religioso. Nunca han practicado auténtico ecumenismo religioso. Buscan, como ha dicho repetidamente Hilarión, una alianza estratégica con grupos conservadores religiosos para enfrentarse contra el secularismo, el laicismo, el feminismo, la UE y la decadencia de Occidente. No se trata de un diálogo teológico. Y se ve en el documento de La Habana de 2016, cuando se encontraron el Papa y Kiril, el patriarca de Moscú: allí de ecumenismo religioso hay muy poco. Hay simplemente un acuerdo geopolítico
Una guerra cultural por el orden moral, vaya.
La cuestión religiosa hoy día es fundamentalmente una cuestión moral. En Ucrania no. Sus iglesias cristianas y las comunidades judías y musulmanas no parecen estar obsesionadas, a diferencia de la Iglesia ortodoxa de Moscú, con conflictos de índole moral sobre cuestiones de género y de derechos de los homosexuales. De hecho, en Occidente y en grandes partes del mundo hemos aprendido a vivir con pluralismo religioso, pero todavía no sabemos vivir con verdadero pluralismo ético moral. Y eso es lo que está en cuestión hoy día, en las guerras culturales globales. En la sociedad americana, el pluralismo religioso nunca fue un problema para la democracia, pero hoy día el pluralismo ético moral lo es para la sociedad americana, así como para muchas sociedades democráticas europeas.
Rusia quiere ser un imperio dentro de Europa para destruir la Unión Europea; y sin Ucrania no es un imperio
Pero el pluralismo ético moral lleva a polarizar las sociedades.
Sí, y de una forma que el pluralismo religioso ya no lleva. Estamos en una polarización moral, fundamentalmente en cuestiones de género, que ha sido la revolución moral más importante en la historia de la humanidad en los últimos cincuenta años. Los cambios han sido muy drásticos y las sociedades están respondiendo a ellos. Por ejemplo, en Holanda, uno no podía fácilmente imaginarse que esto llegaría a ser un punto de conflicto álgido. Sin embargo, en Holanda, un partido liberal que emergió al principio como un partido anti-islamista en defensa de los derechos de los homosexuales, se convirtió rápidamente en un partido anti-inmigrante, xenófobo, anti-musulmán, defendiendo la cultura (no la religión) cristiana, como la auténtica cultura nativa europea. Tal posición, que hoy se encuentra a lo largo de Europa, no es defendida frecuentemente por europeos cristianos practicantes, sino más bien por europeos seculares post-cristianos. A través de esta transformación se polarizan las sociedades.
El mundo parece pues que está patas arriba.
Al principio de la guerra, yo tuve la esperanza de que nos encontrábamos ante una ocasión única, un kairos global, un momento histórico propicio a crear un nuevo orden internacional basado en normas consensuadas que podrían ser mantenidas por la comunidad internacional. Una situación como la actual en la que Rusia, una superpotencia que es miembro del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, es la que rompe violentamente las reglas del sistema internacional y además esgrime el chantaje nuclear, es claramente un momento que nos fuerza a reflexionar sobre la necesidad de reformar el sistema global. Pero Occidente se equivocaría si tuviera la ilusión de que nos encontramos en una nueva versión de la guerra fría bipolar entre el mundo libre democrático occidental y el otro mundo “autoritario”. Gran parte del denominado “Sur global” no tiene interés en esta guerra y no va a tomar partido ni a favor ni en contra de Rusia. El mundo neutro en esta guerra, a nivel de población, es mucho mayor que el que representa Occidente. La cuestión definitiva va a ser qué posición toman China y la India.
Rusia, con la guerra, se presenta como una potencia.
El problema fundamental es que la Unión Soviética se transformó en la Federación Rusa sin que hubiera un momento de reflexión histórica sobre su pasado. Cuando Putin dice que la disolución de la Unión Soviética fue la catástrofe más grande de la historia del siglo XX, eso lleva hacia una recomposición del imperio, sin reflexión, y sin memoria histórica crítica. El problema es que Rusia no es una nación, es un imperio. Ya lo dijo Zbigniew Brzezinski: Rusia sin Ucrania es una nación; Rusia con Ucrania es un imperio. Rusia no quiere ser una nación europea igual a las otras, quiere ser un imperio dentro de Europa. En su primera presidencia Putin buscaba un papel global para Rusia como parte de Eurasia. Pero ahora me temo que quiere ser parte de Europa contra la misma idea de Europa. Quiere ser una potencia europea para destruir la Unión Europea.
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