Fuente: Confidencial
29/05/2022
Monseñor Rolando Álvarez, de 55-años, obispo de la diocésis de Matagalpa y administrador apostólico de Estelí. Foto: Confidencial | Archivo.
Monseñor Rolando Álvarez, obispo de la diócesis de Matagalpa, tiene una de las voces más reconocidas de Nicaragua. No es por su tono agudo y fuerte que cada domingo retumba en las paredes de la catedral de su Diócesis, sino por sus mensajes proféticos y pastorales que le caracterizan, y con los que se ha ganado el cariño y respeto de sus feligreses, y también le ha costado incomodar al régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo, que le hostiga y amenaza.
En los once años que lleva como obispo, la voz de monseñor Álvarez se ha alzado en favor de los campesinos que se opusieron a la extracción minera en Rancho Grande; de las víctimas de abusos policiales, como el caso del campesino Juan Lanzas, quien perdió ambas piernas tras recibir una golpiza y malos tratos en la cárcel. Su voz también se oyó junto a las de los obispos de la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN) que mediaron en el Diálogo Nacional detonado por las protestas de abril de 2018. Y fue viral su respuesta “Respete la patria”, cuando le intentaron cuestionar su solidaridad con las víctimas de la represión oficialista.
El pasado 19 de mayo, el obispo de Matagalpa y también administrador apostólico de la Diócesis de Estelí, denunció un fuerte asedio policial que acabó con la intrusión de oficiales de la Policía Nacional, controlada por el régimen de Daniel Ortega, en casa de una familiar. Ante esta falta, monseñor inició indefinidamente un ayuno de agua, suero y oración en Managua.
La respuesta del régimen fue ordenar asedio y vigilancia policial en su contra, hasta que cinco días después el obispo logró regresar a Matagalpa custodiado por un contingente de al menos 15 patrullas.
No aspiraba a ser obispo
La vida de monseñor Álvarez, el obispo más joven de la CEN con 55 años de edad, está llena de matices. En su juventud, escapó del servicio militar obligatorio de los años ochenta y abandonó un amor carnal para entregar su vida al sacerdocio, sin imaginar o ambicionar que un día, no muy lejano de su camino pastoral, sería consagrado como obispo.
“En 1983 ingresé al seminario y un día vi llegar a un joven a refugiarse a este centro de formación, él huía de la persecución sandinista, era el muchacho que coordinaba a nivel nacional a los grupos juveniles católicos. Ese conocía quien años después sería monseñor Rolando Álvarez”, comparte el padre Edwin Román, quien está exiliado.
El padre Román no volvió a ver al joven Rolando Álvarez porque tiempo después este se fue con su familia a Guatemala, donde terminó su bachillerato y se volvió seminarista, tras considerar durante un año si esta era su verdadera vocación. Monseñor Álvarez fue ordenado sacerdote en 1994, cuando ya estaba de vuelta en Nicaragua. Diecisiete años después fue consagrado como obispo.
“Yo nunca me esperé ser obispo, siempre pensé que iba a ser un colaborador íntimo y cercano a los obispos, a los que fueron mis obispos, y dedicarme con alma vida y corazón a este trabajo pastoral, pero como sacerdote”, dijo el prelado al canal católico Diócesis Media de Matagalpa, cuando cumplió su primer lustro como obispo.
En ese momento, monseñor Álvarez ya era sacerdote de la iglesia Francisco de Asís, en Managua, y también fungía como secretario del departamento de medios de comunicación de la CEN, que años después marcaría su interés por los medios de comunicación, y secretario adjunto del Secretariado Episcopado de América Central.
Según contó a la revista Magazine, el papa Benedicto XVI, que lo nombró noveno obispo de Matagalpa, después de un año con el puesto vacío, le ofreció consagrarlo en Roma, pero él se negó porque quería ser elevado a obispo en Nicaragua, su patria, junto con su familia y quienes entonces más apreciaba y respetaba, como el cardenal Miguel Obando y Bravo, quien participó en la ceremonia de ordenación.
El inicio del obispado
El día en que monseñor Rolando Álvarez fue consagrado, en Matagalpa, la feligresía lo recibió entre aplausos, chimbombas, pólvora y júbilo por la buena nueva. Según describe una nota periodística del diario La Prensa, la despedida de Managua fue breve. Unos cuantos fieles llegaron hasta su parroquia a darle el adiós y, tras unos cuantos abrazos y lágrimas, se trasladó en una caravana rumbo a su nueva morada.
Sin embargo, en el trayecto a Matagalpa, la caravana se detuvo en varios momentos, porque cientos de fieles salieron a orillas de la carretera para saludarlo con gran júbilo.
“La gente desbordó las calles. Algunos hasta lloraron. Los colegios sacaron a sus bandas musicales. Varios negocios cambiaron sus reguetones publicitarios por cantos a la Virgen. Las casas por donde pasó estaban adornadas con imágenes de la Virgen María, Juan Pablo II y del nuevo obispo”, describió una crónica de La Prensa. Más tarde, en la catedral, hizo falta espacio para el gentío que quiso entrar y tuvo que ver el rito de ordenación desde pantallas gigantes que instalaron en las afueras.
El respaldo que recibió ese día monseñor Álvarez, apenas fue un preludio del cariño que años después se ganaría el obispo en el corazón de feligreses de ese departamento, al que él llama su hogar. “Ya me siento un verdadero norteño de los que caminan en la ciudad o de los que montan a caballo o de los cantan rancheras”, dijo en su primer mensaje obispal.
El obispo misionero y bailarín
Monseñor Álvarez es uno de los obispos que más interactúa con su comunidad. Se le ha visto cruzar ríos en pequeñas balsas o a caballo, subir montañas a pie o en mula para llegar a los sitios más remotos de Matagalpa, en donde es recibido por multitudes que aprovechan la ocasión para casarse, bautizar a sus hijos, realizar comuniones y otras actividades religiosas que terminan en festejo.
“Es un proyecto de vida el visitar a todos los fieles en sus propios lugares, en sus propias casas, comunidades, es un proyecto pastoral personal y de la Diócesis y también una larga tradición histórica que viene y procede desde el primer obispo”, relató monseñor, quien desde los inicios de su obispado se propuso llegar a las más de 400 comunidades del departamento.
Al obispo también se le ha visto predicando a bordo de buses o bailando sin ningún miramiento entre los jóvenes, quebrando piñatas en honor a su cumpleaños, trapeando la iglesia o de compras en un supermercado como cualquier otro ciudadano.
La voz política de monseñor
La vida pública de monseñor Rolando Álvarez está marcada por sus reflexiones sociales y políticas tan necesarias en un país convulso como Nicaragua. Al prelado se le ha escuchado alzar su voz por las violaciones a derechos humanos, al campesinado, y sus críticas en un momento han tenido repercusión nacional.
En 2015, cuando denunció el extractivismo en la zona de Rancho Grande, consiguió que el Gobierno de Ortega declarara no viable la explotación minera en este municipio. Asimismo, se unió a la denuncia sobre la condición vulnerable de salud que quedó el campesino Juan Lanzas, quien fue golpeado por oficiales de la Policía y debido a esas contusiones perdió ambas piernas.
Durante el primer intento de Diálogo Nacional ante la Rebelión de Abril y la masacre orteguista, en 2018, Álvarez fue el principal moderador de la negociación fallida, y su voz era escuchada por ambas partes, aunque el régimen no cumplió los acuerdos y se retiró de la mesa sin poner fin a la represión.
Desde 2018, sus homilías se han caracterizado por su voz profética con la que reflexiona sobre el rumbo del país, las desgracias que aquejan a la población, a las víctimas de violación a derechos humanos, su llamado al diálogo y a no ser indiferentes ante la situación social.
“Un pueblo desesperanzado es un pueblo sepultado en vida, un pueblo que odia se autodestruye, un pueblo con miedo se paraliza, y un pueblo indiferente a los problemas, a la crisis, al sufrimiento de los demás, es un pueblo que deja que otros arreglen los problemas”, dijo en una de sus homilías.
El obispo fue uno de los sacerdotes que el régimen de Ortega vetó de la segunda mesa de negociaciones de 2019, cuando se intentó tener otro diálogo entre el Gobierno y la sociedad civil, en la que los obispos de la CEN participaron como acompañantes y testigos, junto con el Nuncio Apostólico. En paralelo, el régimen emprendió una campaña de odio en contra de los religiosos “más incómodos”: monseñor Álvarez, monseñor Silvio Báez (actualmente exiliado) y monseñor Abelardo Mata (hoy obispo emérito de Estelí).
En los últimos cuatro años, monseñor Álvarez ha sido objetivo de campañas de odio de simpatizantes sandinistas que lo señalan de ser cómplice del supuesto “golpe de Estado”. También ha sido asediado por la Policía y por paramilitares. También han atacado las instalaciones de la catedral y en abril una de las colaboradoras de la Diócesis fue agredida.
“No hagan con los fieles lo que quieren hacer conmigo. Lo que quieran hacer conmigo, si van a hacerlo háganlo conmigo y no con los fieles, no con el santo pueblo de Dios, se lo digo con toda claridad y sencillez”, dijo el obispo tras denunciar el ataque a una de sus ministras lectoras.
Ayuno y oración ante represión
El asedio y vigilancia policial contra monseñor Rolando Álvarez se incrementó el pasado 19 de mayo. Ese día, a eso de las 9:00 p.m. el prelado informó a través de un video su decisión de permanecer en Managua, tras un largo día de acoso.
“Hoy (jueves) he sido perseguido durante todo el día por la Policía sandinista, desde la mañana, hasta estas horas de la noche. En todo momento, durante todos mis movimientos del día”, empezó contando en un video publicado en la página de Facebook de la Diócesis de Matagalpa.
Según describió, cuando se encontraba en la casa de una sobrina, al final de la tarde, se acercó a los oficiales y les cuestionó por qué lo perseguían y le respondieron que “ellos obedecen órdenes”. Minutos después los oficiales ingresaron a la vivienda. En consecuencia, el obispo se trasladó a la capital y los siguientes días, la iglesia Santo Cristo de Esquipulas, donde se refugió, permaneció custodiada por los cuatro extremos. La vigilancia se agudizó a tal punto que ni siquiera dos sacerdotes pudieron acompañarlo en su misa dominical.
“A ese hijo de p… no lo dejen pasar”, respondió uno de los policías cuando otro preguntó si los dejaban pasar. Al siguiente día de ese hecho, el obispo fue escoltado a su Diócesis, donde ahora permanece aún bajo vigilancia. Sin embargo, el obispo intenta continuar su labor episcopal celebrando los sacramentos y visitando las comunidades. Con sus mensajes religiosos, la voz de monseñor Álvarez es una voz profética que no calla.
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