lunes, 8 de febrero de 2021

A propósito de la Instrucción episcopal “Un Dios de vivos”

 Por:  Ximo García Roca

En:  ATRIO. 06/02/21

     

Mientras me sobrepongo al inmenso dolor por la muerte de mi hermano, que ha sido arrebatado por la COVID, me incomoda lo que dice la Instrucción pastoral de la Conferencia Episcopal “Un Dios de vivos” sobre las exequias cristianas (diciembre 2020): “el centro de las exequias cristianas, dice, es Cristo Resucitado y no la persona del difunto. Los pastores han de procurar con delicadeza que la celebración no se convierta en un homenaje al difunto”. “En el caso de que algún familiar intervenga con unas breves palabras al final de la celebración, se le debe pedir que no altere el clima creyente de la liturgia de la Iglesia… y evite un juicio global sobre su persona”. Por motivos teológicos, por razones antropológicas y por requerimiento cultural pienso y hago lo contrario.

      Mi hermano creyó que la resurrección de Cristo se hace real y efectiva en la vida de los bautizados. Así lo trasmitía en la catequesis hasta creer que la resurrección empieza en el bautismo, continúa en la caridad y se cumple en la esperanza. Vivir cristianamente, para él, consistía en seguir y construir huellas del Resucitado, y además sabemos que Cristo ha resucitado porque existen marcas, efectos y consecuencias en las personas y comunidades que creen en El.

Pablo, en sus primeras cartas, afirma inequívocamente que estamos ya resucitados por el bautismo, y acaba en sus últimas cartas afirmando que ya estamos juzgados y sentados a la derecha de Dios Padre. Las exequias cristianas son el lugar donde mostrar que Dios pasó por su vida, creando vínculos familiares con su mujer e hijas, derrochando entrega como profesor, privilegiando en Artesanos a los que están peor situados, produciendo gérmenes de fraternidad y signos de vida eterna, que no pueden ser destruidos por el fuego ni sepultados en tierra. Para ello, como sugiere el papa Francisco, el gran ausente en la Instrucción  –de 99 citas sólo dos son de Francisco en insignificantes homilías– “el que pre­dica debe reconocer el corazón de su comunidad para buscar dónde está vivo y ardiente el deseo de Dios” (EG n-137). El centro de las exequias es la persona difunta incrustada y adherida por la fe , la esperanza y el amor al Cristo resucitado. Me hubiera gustado una reflexión más articulada, entre el Cristo resucitado y la vida del difunto. En tiempos de pandemia, no caben retóricas desencarnadas sobre la resurrección, ni homilías previsibles sobre el morir, ni ceremonias impasibles sino que como afirma el Papa Francisco “la homilía es la piedra de toque para eva­luar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo” (EG. n.135)

      Del mismo modo, me desagrada la Instrucción por razones antropológicas, ya que no se puede olvidar que la muerte es un acto radicalmente íntimo e individual, y sólo así se incorpora a la comunión de los santos. Con mi hermano muere una subjetividad personal irreductible, que ha secado los lagrimales de quienes le hemos amado. No es uno más de los ciento diez muertos hoy en Valencia. La individualidad ha de presidir las exequias. Los homenajes y exequias de Estado pueden y deben ser colectivas, como sucedió en la digna celebración por los muertos de la pandemia, en la Plaza de Oriente. En las exequias cristianas se celebra una vida concreta, con nombre y apellidos, con una historia particular y un cuerpo dañado. Lo otro, según la antropología social, es negocio funerario y ritual mágico. Me repugna asistir a un funeral que el cura no sabe ni el nombre del difunto, le llaman Francisco cuando siempre se llamó Paco, Inmaculada cuando todos la conocen como Concha, María Dolores cuando es Loles. Nunca entendí las eucaristías que se ofrecen por un listado de difuntos, si no es por razones que se me escapan.

      Cultural y afectivamente, la Instrucción me incomoda en tiempos de pandemia, cuando las muertes de disuelven en curvas estadísticas y números de muertos, y se acumulan féretros, esperando el turno para la incineración. En este contexto no tiene sentido acelerar la misa exequial, como se propone, si no se puede garantizar, por motivo de salud, la presencia de todas las personas significativas que hicieron única e irrepetible la vida del difunto. El sentido de las exequias no es tanto orar por el difunto, lo que se puede hacer en cualquier momento, sino celebrar comunitariamente la ausencia de uno de los nuestros. El sentido sanador de la eucaristía trasgrede el anonimato. En mis tiempos de profesor de escatología pedía a los estudiantes del último año de teología, que redactaran la homilía que quisieran para ellos. Todos se referían al compromiso y al seguimiento, a la bondad, la justicia, la belleza de sus vidas, salvo aquellos que, destinados a ser obispos, invocaban abstracciones sobre la misericordia de Dios, sobre la condición humana, finita y contingente. Así lo confirman el pueblo creyente cuando al finalizar la eucaristía toman la palabra y se refieren a la vida del difunto y arrancan en un aplauso, que en la tradición corrobora la santidad. Ahí empieza la homilía real y evangélica, todo lo contrario de lo que propone la Instrucción. Asistí hace unos meses a funeral por un amigo sacerdote. El celebrante, que representaba al obispo, habló del sacerdocio eterno según el orden de Melquisedech. En el momento final de la eucaristía, un joven de la parroquia en nombre de la comunidad dijo: “este hombre de Dios ha sido nuestro líder, y hoy es nuestro guía, y mañana caminará con nosotros como vigía”. ¿Quién tenía razón ? ¿Quién dijo verdad?

 

1 comentario:

  1. Un gran tipo García Roca. Me he entusiasmado con su lectura siempre.
    Comprendo su estado de ánimo y su actitud creyente concreta ante la muerte también concreta de su hermano.
    Desde ahí, tiene sentido su posición crítica ante el documento a que se refiere, y que desconozco.
    Pero por sus afirmaciones y posicionamientos se ve no tiene mucha idea de las mil cosas raras que ocurren en un sinfín de funerales en nuestras parroquias.
    Por citar dos ejemplos, que ningún cura de parroquia los precisa:
    1) Muchas predicaciones, incluso de jerarcas, se convierten inauténtico panegírico, desviado de lo central que el propio García Roca reclama.
    2) Yo he acudido atónito, en un funeral presidido por mí, a una intervención espontánea, dela que no tenía noticia se iba a producir; pero, al ver acercarse a un ex-sacerdote amigo del difunto quien, por exaltar la vida finiquitada de su amigo no ele ocurrió otra forma mejor que otros hubieran estado mejor muertos.
    Quizás soy imprudente al opinar a cuenta de un documento que desconozco. Pero...
    Txelis

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