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Xabier Larramendi,
Noticias de Gipuzkoa. 26-04-2020
Somos muchos los creyentes
cristianos preocupados ante el acusado silencio que los medios de comunicación
mantienen sobre todo lo relacionado con la Iglesia católica a lo largo de esta
crisis sanitaria, social, económico-laboral y familiar provocada por el
coronavirus. Estábamos acostumbrados a que del tema religioso en general y de
la Iglesia en particular se informe poco y, por lo general, mal y haciendo gala
de un gran desconocimiento de los temas.Pero ahora, ciertamente, parece que la
Iglesia se encuentra “missing” o desaparecida del escenario de nuestra
sociedad.
Dada
la tendencia manifiesta de los medios hacia lo novedoso, espectacular,
populista y negativo, han destacado la multa impuesta por la policía municipal
de Donostia al obispo de nuestra diócesis, las bendiciones con el Santísimo
llevadas a cabo por algunos pocos sacerdotes y obispos en diferentes lugares
del Estado o el desalojo por parte de la policía de una veintena de personas
reunidas en la Catedral de Granada el Viernes Santo pasado. Y la crítica mordaz
realizada por un famoso presentador: “francamente, no creo que se derrote al
coronavirus rezando, pero no me hagáis caso que yo no tengo ni idea de ciencia”.
En
este “silencio eclesial” influye, sin duda, la actitud encomendada por el mismo
Jesús en el Sermón del Monte: “que no sepa tu mano izquierda lo que hace la
derecha”; y la exhortación del autor de la primera carta de Pedro: “estad
siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os pida
explicaciones; hacedlo, sin embargo, con sencillez y respeto, y con una
conciencia limpia”. Estas citas nos indican el estilo propio que los
creyentes cristianos y la Iglesia adoptamos habitualmente ante lo que hacemos.
El déficit comunicativo eclesial es real, comenzando desde su propio interior,
ya que solo los creyentes más cercanos y comprometidos tienen una visión más o
menos objetiva de lo que en realidad acontece, se pretende y se lleva a cabo en
nuestra Iglesia. Este déficit se multiplica hacia el exterior. Pero,
sinceramente, creo que el problema no es principalmente eclesial en este ad-extra
en esta ocasión, sino que depende muchísimo más de la actitud que nuestra
cultura adopta ante la Iglesia, a la que considera frecuentemente como un
residuo del pasado, difícilmente acreditable en nuestros días y sin futuro
alguno. Y esto es algo constatable en nuestros medios en su búsqueda de lo
sensacional, lo último, lo entretenido… con efecto anestésico.
Como
ocurre en las edificaciones sólidas y antiguas que el pasado histórico nos ha
legado, las piedras mejor talladas y más vistosas son fácilmente detectables,
pero no son menos importantes aquellas que se mantienen más escondidas,
formando parte del basamento y sosteniendo eficazmente el edificio. Siendo un
cuerpo enraizado desde hace muchos siglos en nuestra vida privada y pública, si
queremos ser objetivos, nos vemos obligados a reconocer la innegable función
social que nuestra Iglesia desarrolla habitualmente. Y, aunque con las
restricciones impuestas por el estado de alarma, también en esta crisis del
coronavirus. En grandísima medida, lleva a cabo su labor en diálogo con las
autoridades sociales y sanitarias competentes, respetando las medidas que estas
han adoptado para los distintos colectivos en general y las actividades
eclesiales en particular. Aunque nuestras iglesias y centros de reuniones
permanezcan cerrados, no es una Iglesia que mire hacia otro lado, se
desentienda de las dificultades y sufrimientos de los afectados y se desdiga prácticamente
del mensaje evangélico que anuncia y predica.
Dada
la rápida extensión de la pandemia, los responsables políticos han definido qué
tareas deben de ser consideradas como “esenciales” y cuales son de segundo
orden. Como no podía ser de otra manera, se ha reconocido la esencialidad de
los servicios sanitarios y hospitalarios, del cuidado de tantos mayores
ingresados en centros gerontológicos, así como los dedicados a suministrar los
artículos de primera necesidad, entre ellos los alimentarios y farmacéuticos. Y
en este punto coincido con una reflexión que se ha difundido en las redes. Así,
si bien la misión de la Iglesia no ha sido catalogada como “esencial”, no por
ello debe ser descartada como superflua. Si periodistas, psicólogos,
expertos deportivos, cuerpos de seguridad o cuentacuentos tienen un papel en
esta crisis, para los creyentes la espiritualidad evangélica y la fe se
convierten en algo esencial que motiva nuestra vida, la dota de sentido, nos
“descentra” y compromete a favor de los débiles y nos abre a una esperanza
inquebrantable. Y en esto, aunque algunas “estrellas” mediáticas no lo hayan
descubierto todavía, la oración es decisiva, sin que pretendamos limitar
nuestra actuación a lo oracional.
No
pudiendo reunirnos comunitariamente en la iglesia para celebrar la Eucaristía,
rezar y la escucha de la Palabra se convierten en algo básico en nuestro
confinamiento doméstico. Pero no hemos renunciado, laicos y curas, a
comunicarnos por whatsapp, email o internet, aunque no todo es virtual. Vemos
cómo curas de nuestras parroquias están disponibles para atender a las familias
que han perdido un ser querido, acompañándoles personalmente al cementerio y
posponiendo los funerales. Los medios de comunicación han levantado acta del
número de sanitarios contagiados y fallecidos a lo largo de estas semanas, pero
no así del casi centenar de presbíteros muertos en el ejercicio de su misión en
distintas diócesis del Estado, también en Francia y no digamos ya en Italia u
otros lugares.
Los
capellanes de los centros hospitalarios y las personas dedicadas al servicio
religioso en ellos no han suspendido sus servicios, sino que han tenido que
adaptarlos a la nueva situación, interesándose diariamente por los pacientes y
sus familias. Lo mismo cabe decir de los capellanes de las cárceles y miembros
de la pastoral penitenciaria, realizando recogidas y compras de mascarillas,
ropas y productos necesarios para los internos. Aunque no haya tenido eco
mediático, nuestras Caritas parroquiales y diocesanas han desarrollado toda una
“imaginación de la caridad” para acompañar a las personas y familias que
atienden, ofrecerles acogida y ayudarles en el pago de alquileres y asegurar su
subsistencia; muchas parroquias han colaborado en el reparto de alimentos o han
realizado las compras necesarias para asegurar su abastecimiento. Todos somos
conscientes de la grave crisis económico-laboral que empieza a acompañar ya a
la sanitaria, cuyos efectos negativos se traducirán en la gestión de ERTES, el
cierre de muchas pequeñas empresas y comercios, el paro para un número
importante de empleados, las dificultades de tantas familias para llegar a fin
de mes. Es seguro que Caritas tendrá un papel importantey estará donde siempre
ha estado, en la atención y el apoyo a los casos más vulnerables.
Las
escuelas cristianas y los profesores que realizan una labor docente de calidad
en ellas están realizando un esfuerzo añadido para sostener la educación en una
escuela doméstica. Aunque su aportación pueda parecer insignificante, es de anotar
también la oración confiada y la labor callada de las monjas contemplativas,
implicándose en la confección de mascarillas o de las peticiones recibidas.
Resulta realmente imposible de medir o cuantificar la solidaridad cercana de
tantas mujeres y hombres fieles o cuantos formamos la Iglesia de base,
manteniendo una “mística de ojos abiertos” ante cualquier necesidad de
familiares, vecinos o gente del entorno. Por último, merecen también ser
mencionados los gestos realizados por el papa Francisco con motivo de esta
pandemia, las celebraciones casi solitarias, pero llenas de unción, belleza y
mensaje esperanzado, la donación de cantidades importantes a los afectados por
la crisis del Covid-19, y las peticiones hechas en orden a establecer un
salario mínimo universal para que las personas y familias puedan seguir
viviendo con dignidad, la condonación de la deuda externa a los países menos
desarrollados, el cese de los conflictos y las guerras durante este tiempo,
denunciando con fuerza la fabricación y exportación de armas por parte de las
naciones más poderosas, mostrando preocupación y cercanía a los migrantes,
refugiados y encarcelados.
Somos
conscientes de que en el reto de hacer presente, con fidelidad y coherencia, la
causa de Jesús, el Crucificado Resucitado, en este tiempo concreto y especial
del coronavirus, es posible hacer bastante más como Iglesia, pero tampoco es
justo, objetivo y verdadero que seamos un colectivo social habitualmente
ignorado, considerado insignificante, desligado de la realidad y despreocupado,
que mira hacia otro lado ante los problemas que todos vivimos. Lo importante es
que sigamos colaborando desde nuestra realidad y misión, con la seguridad de
que “al atardecer de la vida todos seremos examinados en el amor”. La Iglesia
solo ha de pretender ser un sumando más, pero no menos que eso.
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