José Francisco Serrano (En RD
14/04/2019)
Hace unos días, el catedrático de Teología del País Vasco, Jesús
Martínez Gordo, en “El Diario vasco” publicaba un artículo titulado “Voto
católico y transversalidad”. Recordaba que según el Barómetro del CIS de febrero
de 2019, “el 91, 5 % del voto otorgado al PP lo fue de personas que se
autoidentificaban como católicas y, he aquí la sorpresa, también el 73,6 % del
voto recibido por el PSOE y el 29,2 % por Unidos Podemos”. A estos datos de
recuerdo habría que añadir los de Ciudadanos y los que en un futuro vaya a
conseguir VOX.
Sobre las relaciones entre voto, criterios de voto y responsabilidad de los
católicos, se ha escrito mucho en los últimos días. La aparición del libro “A la
caza del voto católico”, editado por Freshbook, pretende ofrecer contextos,
datos e ideas para el debate público, también dentro del mundo católico. Un
debate cada vez más necesario como ejercicio de sinolidad del pueblo de Dios y
como práctica de libertad. Un debate sin rechazo de interlocutores, sin
censuras, sin consignas, sin vetos, tal y como está ocurriendo en determinados
ámbitos. Prácticas más propias de las políticas de poder que de la comunión en
la Iglesia.
Pongamos el siguiente ejemplo tomado de la introducción del citado libro “A
la caza del voto católico”. Recientemente en el blog de Cristianismo y
Justicia, de los jesuitas catalanes, Bernardo Pérez Andreo escribía un
post sobre el voto católico y la utopía capitalista.
Comenzaba ensalzando un artículo de Juan Manuel de Prada, “Sirviendo
al mismo amo”, en el que señalaba que “en la línea de la argumentación de
Chesterton en “La utopía capitalista”, Prada pretende avisar a los católicos
contra los cantos de sirena del capitalismo y el liberalismo (hoy
neoliberalismo) a través de la estratagema de mostrar con una mano los temas
que preocupan a un votante católico conservador (aborto, familia, tradición,
etc.), mientras que en realidad aplican un programa ultraliberal que destruye
esos mismos valores que dice defender. Las políticas del neoliberalismo,
capitalistas, por tanto, son las causantes de la destrucción antropológica, no
las de corte marxista”.
Lo que decía Juan Manuel de Prada es que “el triunfo del capitalismo, de
hecho, se funda en esa ‘perpetua adaptación’ de los hombres al divorcio, al
aborto, al desprestigio de las virtudes domésticas, a la lucha de sexos, a las
políticas de género. El triunfo del capitalismo no sería, en fin, ni
siquiera concebible sin el sometimiento de los pueblos a sus destrozos
antropológicos”.
Pérez Andreo daba un paso más cuando señalaba que “el problema de los
votantes católicos en los próximos comicios va a ser que su voto, sin quererlo,
servirá para destruir los valores que tanto aman”. ¿Por qué? Su tesis es que
“el votante católico conservador se tendrá que enfrentar a la paradójica
situación de que los valores de la familia y la tradición están mejor
resguardados con políticas de corte socialdemócrata o directamente socialistas,
que con las políticas propugnadas por los partidos actuales de la derecha
española”. ¿Es así ahora? ¿Ha sido así en la historia reciente de la política
española? Preguntas que se plantean y se responden en el libro.
Y un último apunte, mucho se ha hablado y se hablará de la teoría de la “túnica
sin costuras” o de una “vida éticamente consistente”. Los que la promueven
tienen intenciones nobles: quieren que la sabiduría moral de la Iglesia y la
pasión por la justicia aporten la preocupación por temas más urgentes. Sin
embargo, esta línea de pensamiento plantea dudas respecto a cómo establecer las
prioridades para la toma de decisiones y que no se convierta en un ejercicio
arbitrario, a veces partidista, en el ejercicio del cálculo político.
El deseo de promover el desarrollo integral de la persona humana lleva a
una agenda de temas como el aborto, la eutanasia, la pena capital, la pobreza
global y los temas relacionados de los migrantes y refugiados, y el cambio
climático. Cada una de estas realidades de nuestro mundo representa una afrenta
a la dignidad humana y una amenaza para el orden social.
El problema, al final, quizá sea no cómo se distribuye el voto católico,
sino si los católicos se acuerdan de que lo son a la hora de votar, y de afrontar las
injusticias en nuestro mundo cuando votan y en el día a día.
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