Eran ‘curas sociales’. Luego, en los sesenta y
setenta, sus sucesores serían llamados ‘curas obreros’, o ‘curas rojos’, pero
en 1936 ellos eran sólo ‘curas sociales’. Pensaban que era compatible la
religión católica con la justicia y con la democracia, con el trabajo digno y
con un salario justo. Y por eso fueron liquidados por Franco y
condenados al olvido por los jerarcas católicos que bendijeron a los
rebeldes y les llamaron ‘santos cruzados’.
El número de estos sacerdotes republicanos exiliados,
encarcelados o asesinados por el franquismo no es aún conocido, pero un grupo
de historiadores coordinado por el catedrático Feliciano Montero ha
rasgado el velo del olvido y ha publicado un libro que demuestra que no todos
los sacerdotes españoles estaban ni con Pío XII ni con el cardenal Gomá,
y mucho menos con Franco. Pero, eso sí: estos curas republicanos y mártires
jamás subirán a los altares.
En definitiva, los “curas republicanos”, los “curas
rojos”, aquellos sacerdotes que tuvieron la osadía de apoyar la Segunda
República y colaborar con ella, lo pagaron muy caro: han sido doblemente
olvidados, doblemente represaliados. Como el resto de los vencidos, sufrieron
la represión política del régimen de Franco; es decir, muerte, cárcel y exilio;
pero, también, la represión eclesiástica: desarraigo, ostracismo, sanciones
canónicas y excomuniones… y, sobre todo, el silencio ominoso y el olvido.
Su pecado fue mortal, porque constituían la prueba
viviente de que era posible ser católico y republicano, sacerdote y demócrata,
de que la guerra civil no era una ‘cruzada’… y mucho menos ‘santa’, como
sostenía el cardenal Gomá, arzobispo de Toledo y primado de España, quien
escribiera: “¿La guerra de España es una guerra civil? No; una lucha de los sin
Dios [...] contra la verdadera España, contra la religión católica”,
calificando a Franco como un “instrumento de los planes de Dios sobre la
Tierra”. ¿Eran ateos los sacerdotes asesinados por los franquistas? No, y nunca
serán beatificados… pero han roto el mito de que sólo el bando republicano
represaliaba a las sotanas.
A los altares nunca subirá, por ejemplo, Francisco
González Fernández, el maestro y cura de Mijas (Málaga) asesinado en enero
de 1938, con tan sólo 41 años, por las hordas franquistas después de un juicio
sumarísimo. Su gran pecado fue el haber sido y ser republicano. Antes, esas
mismas hordas habían asesinado, por ejemplo también, a Matías Usero, por
el mismo delito, y esos mismos rebeldes asesinaron a un número incontable de
sacerdotes republicanos o nacionalistas vascos y catalanes por el gran pecado
de no condenar una sublevación deshonrosa y traidora.
Las biografías de González y Usero, mártires
republicanos asesinados por el fascio esdpañol, son sólo dos de las diez que
recoge el libro Otra Iglesia. Clero disidente durante la Segunda República y
la guerra civil, coordinado por el catedrático emérito de la
Universidad de Alcalá Feliciano Montero y los historiadores Antonio César
Moreno y Marisa Tezanos y publicado por la editorial Trea. Este
libro esclarecedor realiza recorridos vitales muy distintos, aunque todos ellos
trágicos: desde el asesinato ya comentado de Usero y González hasta el exilio
de Luis López-Dóriga, Juan García Morales, Joan Vilar i Costa
y Leocadio Lobo, o el encarcelamiento y posterior ostracismo de Cándido
Nogueras y Régulo Martínez.
Hasta ahora, los ‘mártires por la Santa Cruzada’
española lo eran por haber sido represaliados por el bando republicano. La
propia Iglesia y el franquismo silenciaron las matanzas que en nombre de Dios
cometieron los sublevados contra combatientes, civiles y sacerdotes
republicanos. Hasta ahora, los curas asesinados durante la Guerra Civil lo
habían sido por un bando, por los ‘rojos’. Pero el grupo de historiadores
coordinado por Montero se ha propuesto recuperar la memoria histórica y
rescatar una verdad incómoda para la Iglesia oficial.
Feliciano Montero, coordinador del libro
sobre los
curas republicanos. / CP
|
De momento, han recuperado sólo la memoria de diez de
estos sacerdotes, sus avatares y el marco socio-político en el que se
desarrollaron. Pero según ha confirmado a cuartopoder.es el propio
Montero, “eran un grupo minoritario [los curas republicanos], pero no era algo
tan excepcional como nos han querido hacer ver”. Porque poco a poco se tienen
constancia de nuevos caso. Por ejemplo, de otros dos sacerdotes que merecen ser
investigados y que estos historiadores piensan incluir en su próximo libro: Bernardo
Blanco Gaztambide y Teodoro Santos Vicente, ambos asesinados por el
ejército faccioso.
Estos historiadores tienen la intención de proseguir
con una investigación en la que, sin embargo, las puertas de los archivos
eclesiásticos permanecen cerradas. Claro, que ahora soplan nuevos vientos en la
Iglesia con el Papa Francisco y cabe una última posibilidad.
La otra historia: la de los curas vascos
En el libro coordinado por Montero han quedado al
margen los sacerdotes nacionalistas -especialmente los vascos- represaliados o
simplemente asesinados por el franquismo, o en este caso por el carlismo
reaccionario. Pero seguramente se abordará en un volumen posterior, porque
ahora empiezan a rescatarse del olvido casos que podrían explicar con una nueva
luz la historia reciente de España.
Por ejemplo, el de José Sagarna Uriarte,
fusilado por los franquistas el 20 de octubre de 1936. Su ‘pecado’ fue grave:
llevaba un año ordenado sacerdote cuando un asunto privado le granjeó la
inquina de un prócer de Berriatúa (Vizcaya), en cuya parroquia era auxiliar:
“Al parecer, un señor importante tenía relaciones extramatrimoniales y mi tío
denunció esa conducta como impropia en el sermón, sin nombrarlo. El hombre le
delató a las tropas franquistas”, llegó a revelar su sobrina Izaskun, que fue
alcaldesa del PNV de Zeanuri.
El cura Sagarna es uno de los 16 religiosos vascos
asesinados en los primeros meses de la Guerra Civil, otra más de las víctimas
silenciadas, como también lo fue Celestino Onaindía, ejecutado el 28 de
octubre de 1936 en Hernani. Tenía 38 años y volvía de oficiar un entierro. Le
esposaron y llevaron a la cárcel de Ondarreta, donde estuvo ocho días. Le fusilaron
sin juicio, sólo por ser un sacerdote vasco. La orden de ejecución apareció
después en un archivo de Galicia. Murió entonando un Tedeum bajo las
balas. Como triste paradoja, ese mismo día, en 2007, 71 años después, la
jerarquía celebró la beatificación de otros muertos como él… pero ejecutados
por el bando republicano.
Hay otros ejemplos dentro de la iglesia vasca, como el
de Aita Patxi, un cura al que en Euskadi se recuerda gritando “¡Desertar
es pecado!”, mientras la aviación franquista batía una y otra vez las
posiciones de republicanos y nacionalistas vascos en el monte Gorbea.
Con su altar móvil y con el ayuno a cuestas, Victoriano
Gondra Muruaga, religioso pasionista, capellán del batallón Rebelión de la
Sal, recorría los frentes en los que las tropas leales a la República combatían
a los sublevados. Hecho prisionero a punta de pistola por un cura carlista pasó
de campo de concentración a campo de concentración. Una víctima más del régimen
oprobioso. Pero, siete décadas después de todo aquello, los sucesores en la
silla de San Pedro sólo ven mártires a un lado de la historia.
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