Anne-Bénédicte Hoffner
Monseñor Michel Aupetit será
acogido el domingo 4 de mayo como obispo de Nanterre. La principal riqueza de esta
diócesis reside en sus numerosos laicos, que, debidamente formados, se
responsabilizan de la vida de sus parroquias, de la pastoral en general y de la
enseñanza católica.
Primero fue Notre Dame
de Pentecostés, situada entre las torres de la Défense, luego la capilla real Maximiliano Kolbe en Rueil-Malmaison,
después la “casa de la Palabra” en Meudon y muy pronto “la casa de las familias”
en Boulogne-Billancourt. Según el informe de monseñor Claude Dagens titulado “Proponer
la fe en la sociedad actual”, la diócesis de Nanterre tomó la decisión, hace
veinte años, de abrir estas casas de Iglesia”. “Ni sólo parroquias ni únicamente
establecimientos para acoger jóvenes”, la diócesis desea que sean, “a la vez,
lugares de misión y servicios concretos que se prestan a la sociedad”, resume
el P. Alain Lotodé, vicario episcopal, especialmente encargado de su control.
Son lugares atendidos con
particular esmero y adaptados al tiempo presente en una diócesis que, joven y
diversa, acoge, este domingo, a monseñor Michel Aupetit, antiguo obispo
auxiliar de París. Nanterre es una diócesis creada en 1966 a la que todavía
falta “una conciencia diocesana”, reconocen quienes trabajan en ella, deseando
que la reciente renovación de Santa-Geneviève y el flujo de visitantes que
vengan a descubrir sus vastos frescos contribuye a reforzarla.
Precariedad y “responsabilidad de los bautizados”
La diversidad de estos
territorios (los municipios más favorecidos, Neuilly-sur-Seine o Saint-Cloud, están rodeados por
otros menos afortunados como Bagneux o Gennevilliers) y la movilidad de su
población son dos de sus rasgos más característicos. “La mayor parte de las
personas vienen aquí lo hacen, sobre todo, por razones profesionales y muchas
de ellas regresan a sus sitios de origen o bien porque se jubilan o bien porque
huyen de los precios de las inmobiliarias” declara el P. Hugues de Woillemont,
vicario general.
Señal de la precariedad
que se va extendiendo, como consecuencia del drama de la crisis económica, la
delegada diocesana de los laicos en misión eclesial, Christine Naline, recibe cada
día más candidatos “que manifiestan tener necesidad de un salario, ya sea
porque tienen hijos en edad de estudiar, ya sea por la precariedad del empleo
de su cónyuge”. Quizá, por ello, “las casas de acogida” (misiones confiadas a
parejas a cambio de su alojamiento en la antigua casa presbiteral) están
teniendo un gran éxito en la diócesis. Pero estos laicos también están testimoniando
algo muy importante en la diócesis: “Su capacidad para tomar en serio su responsabilidad
de bautizados”, manifiesta Christine Naline.
Contar con los laicos
En la diócesis de
Nanterre, la colaboración entre sacerdotes y laicos es una realidad arraigada y
que viene de lejos. No es un medio para paliar la falta de sacerdotes, sino una
verdadera decisión pastoral: con 52 curas para 73 parroquias y 15 seminaristas,
con una ordenación cada año y “con ocho o diez sacerdotes que fallecen anualmente”,
declara el P. de Woillemont, “la diócesis está afrontando con solvencia las
necesidades de sus parroquias”. La constitución de equipos de animación
pastoral en cada parroquia fue una decisión que adquirió el rango de
orientación diocesana en 2009, gracias a monseñor Gérard Daucourt: formados por
ocho miembros, “su tarea no sólo pasa por garantizar los servicios pastorales
necesarios, sino también, por pensar la pastoral juntamente con el cura”,
subraya al vicario general.
En septiembre del año pasado,
esos equipos han abierto, en continuidad con su razón de ser, un tiempo de
reflexión presidido por esta cuestión. “¿Qué estamos llamados a vivir en la
situación actual? He aquí la pregunta que debemos hacernos ahora, resume el P.
Hugues, habida cuenta de que no estamos ni agarrotados por el miedo ni devorados
por el desierto”.
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