Céline Hoyeau
El
papa Francisco ha autorizado a monseñor Jean-Marie Le Vert, 55 años, “por
razones de salud, suspender, hasta nueva orden, el ejercicio de su tarea pastoral
en la diócesis de Quimper” (Finistère), anunció la Conferencia Episcopal de
Francia el pasado 14 de mayo de 2014.
Para
asegurar, durante este período, el gobierno de la diócesis bretona, el papa ha
nombrado al obispo emérito de Langres, monseñor Philippe Gueneley, como
administrador apostólico. La decisión, explica éste último en un comunicado
dirigido a los católicos bretones, es para que “monseñor Le Vert se tome el tiempo
de descanso que necesita”.
La
diócesis se encuentra sumida, desde hace varios meses, en una crisis, entre sus
dirigentes, que ha llevado últimamente a que el vicario general, Jean-Paul
Larvol presente su dimisión. A la suya, le han seguido las de otros dos
sacerdotes del consejo episcopal. En Quimper, se habla con mucha prudencia de una
situación “complicada”, “delicada”, de “profundo malestar”. El arzobispo de
Rennes, monseñor Pierre de Ornellas, estuvo hace dos meses en Finistère, para
entrevistarse con algunas personas.
Una decisión de
la santa Sede bastante inédita
Las
quejas dirigidas por miembros de la diócesis no inciden, contrariamente a lo
que dicen determinados medios de comunicación social, en la existencia de
tensiones ideológicas que supuestamente habrían surgido entre un obispo
percibido como muy conservador (monseñor Le Vert, nombrado obispo de Quimper en 2007, fue
oficial de la marina y posteriormente sacerdote de la comunidad de San-Martin
que abandonó una vez ordenado obispo) y un clero más progresista. Las causas parecen
estar en el poder excesivo dejado a su entorno, en detrimento de su consejo
episcopal y de las personas que institucionalmente fueron nombradas para ayudarle
en el desempeño de su tarea.
Monseñor
Le Vert, por su
parte, entendía el pasado 2 de mayo, en las columnas del diario Ouest France,
que “el problema es más prosaico y más espiritual. Se trata de una cuestión de
fe. Cuando se hace el bien, siempre hay ataques”.
En
cualquier caso, la decisión de la Santa Sede es algo bastante sorprendente. No habla
de dimisión, sino de suspensión “hasta nueva orden”: el Vaticano parece haberse
dado un tiempo para facilitar que tanto la diócesis como el obispo reconsideren
sus posiciones. La misión de monseñor Gueneley sería la de conocer la situación
directamente y sugerir la decisión que se estime más adecuada tomar.
El
administrador apostólico ha manifestado que su prioridad es “ponerse a la
escucha” de todos con el fin de “apaciguar”. “Tengo la convicción, escribe, de que
quienes han recibido un encargo pastoral seguirán cumpliéndolo según la misión
recibida. Juntos, tendremos que ponernos a la escucha de la palabra de Dios, a
dejarnos guiar por el Espíritu Santo, para que la iglesia diocesana, mirando al
futuro, prosiga con su tarea evangelizadora en este departamento de Finistère.
Y que lo haga en unidad, paz y alegría”.
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