“El colegio episcopal no puede tener una estructura, como la curia, que
sea superior a él” (Mons. J. R. Quinn)
“El integrismo es más rigidez que
fidelidad, más un temor al error que una confianza en la verdad, más una
aceptación ciega de las apariencias que una inmersión a fondo en la sustancia”.
“La tendencia de la curia a
debilitar las conferencias episcopales es también un obstáculo importante para
la unidad”.
“Creo que sería beneficioso que
hubiera un concilio en un futuro no muy
lejano. Hay muchos asuntos muy importantes que la Iglesia tiene que abordar y
que presentan un enorme interés para muchas regiones del mundo”.
“Tenemos que aceptar la crítica
con humildad… Roma no tiene que estar a la defensiva, no prestando ninguna
atención a las observaciones que vienen de fuentes respetables, y, más todavía,
si estas fuentes son amigables y fraternales” (Pablo VI)
***
Monseñor John
Raphael Quinn, arzobispo emérito de S. Francisco (1977-1995) y antiguo
presidente de la conferencia episcopal norteamericana, ofreció una conferencia
en Oxford (junio, 1996) sobre la relación de la Curia Vaticana con los obispos
y con las diferentes conferencias episcopales del mundo, así como sobre la
forma de gobernar la Iglesia del entonces Papa Juan Pablo II y de su curia.
Su
intervención fue publicada en “Origins” (18.VII.1996) y acabó convertida –una vez
reelaborada- en un libro referencial para entender, entonces y hoy, los caminos
por los que tendría que ir la reforma de la Curia Vaticana en la que se ha
comprometido el papa Francisco (John R. Quinn, “The Reform of the Papacy. The Costly Call to Christian Unity”,
New York 1999; “La reforma del papado”, Herder Editorial, 2000).
A la
finalización de esta conferencia concedió una entrevista en la que resumía lo
más importante de su intervención. Son palabras que merecen ser recordadas por
su indudable actualidad.
P.- ¿Por qué ha elegido hablar del papado?
R.-
He escogido este tema porque el papa Juan Pablo II -en su encíclica sobre la
unidad de los cristianos de hace un año- ha pedido a los obispos y a los
teólogos tener con él un diálogo paciente y fraternal sobre las nuevas vías que
se han de activar para desempeñar la función papal. Mi conferencia en Oxford es
una respuesta a la invitación del papa. Creo que los obispos deberían ser los
primeros en tomar esta iniciativa en serio.
P.- Cuando Vd. habla de revisar la manera
como se ejerce el papado ¿quiere decir que el papado tal como lo conocemos en
la actualidad tendría que ser suprimido? El mismo papa dice que el papado es
uno de los mayores obstáculos para muchos cristianos de la actualidad.
R.-
El ministerio petrino es una institución divina y el papado es una de las
mejores contribuciones que la Iglesia puede aportar a la unidad de los
cristianos. El papa ha dicho expresamente que el objetivo de cualquier diálogo
debería ser la búsqueda de nuevas vías para ejercer la funciona papal, pero
preservando lo que es esencial. Sus palabras exactas son las siguientes:
“encontrar una forma de ejercicio del primado abierta a una nueva situación,
pero sin renuncia alguna a lo esencial de la misión”.
P.- Vd. concede una gran importancia a la
curia romana ¿por qué?
El
papa no podría actuar sin una organización administrativa, habida cuenta de la
importancia y de la extensión de la Iglesia católica. Pero la curia, como
cualquier otra institución administrativa, puede acabar mirándose al ombligo.
Por eso, hay que estudiar la siguiente cuestión: ¿la curia se ha convertido en
una forma de poder? ¿Se ha convertido en una estructura administrativa que “de
facto” está por encima del episcopado?
Estas
son preguntas importantes que tenemos que afrontar porque la doctrina sobre la
colegialidad significa que los obispos están unidos al papa como cabeza del
colegio episcopal y que el colegio episcopal (estructurado de esta manera,
cabeza y miembros) no puede tener una estructura, como la curia, que sea
superior a él.
P.- ¿Cómo son las personas que forman la
curia?
Los
miembros de la curia proceden de todas las partes del mundo. Son muchos los que
han sido agraciados con una gran inteligencia, son desinteresados, con visión
de futuro y presentan una ejemplar vida de santidad. Algunos, por el contrario,
tienen unos horizontes muy cortos y se consideran como una especie de servicio
de seguridad que protege a la Iglesia de los obispos indisciplinados. Otro
asunto que merece la pena ser revisado y puesto al día es el método y los
objetivos que presiden la selección del personal de la curia.
P.- Vd. pide un nuevo
procedimiento para elegir los obispos. Esto parece un ataque directo al primado
del papa.
R.-
Al contrario. Creo firmemente en el primado del papa y le acepto como sucesor
de S. Pedro. Pero el nombramiento de obispos no siempre ha sido hecho de manera
directa por el papa. En 1829, bajo el pontificado de León XII, de los 664
obispos diocesanos que había en la Iglesia latina, sólo 24 fueron nombrados
directamente por Roma. Eran los obispos de los territorios rusos, de Grecia y
de Albania, donde en aquel tiempo había dificultades particulares para que las
iglesias locales pudieran cumplir con sus responsabilidades. Son determinadas
circunstancias las que exigen una intervención directa del papa.
P.- ¿Por qué preconiza un cambio en el
nombramiento de los obispos por parte de Roma?
R.-
Preconizo un cambio en el nombramiento de los obispos con la intención de que
se restablezca una práctica multisecular y para que las iglesias y los
episcopados locales jueguen en dicho proceso un papel más importante y
decisivo. Existen muchas razones para ello. Permítame citar una: el principio
de subsidiariedad. Esto significa, en general, que una estructura más grande no
tendría que absorber las funciones de una estructura más pequeña, sino que
tendría que ayudarla a desempeñar todas las funciones que le son propias.
El
papa Pío XII dijo que este principio debería aplicarse en la vida interna de la
Iglesia. Por ejemplo, la Santa Sede, según este principio, no debería acumular
las funciones normales de las diócesis, de las provincias eclesiásticas y de
las conferencias episcopales.
El
concilio Vaticano II, el código de derecho canónico y la actitud general de la Iglesia
en el mundo están de acuerdo en que el principio de subsidiariedad sea aplicado
en primer lugar en la Iglesia. Es igualmente una importante preocupación entre
los ortodoxos y los protestantes.
P.- Vd. Dice que los procedimientos
parlamentarios ayudarían a hacer más eficaces los sínodos internacionales y
pide una aplicación más significativa del principio de subsidiariedad. Eso
parece dar a entender que intenta transformar la Iglesia en democracia.
R.-
“Democracia” es una expresión política que describe un cierto tipo de sociedad
civil. Yo no pido la democracia en sentido político. Sin embargo, afirmo que la
Iglesia debe ser más auténticamente jerárquica, es decir, sin que los
diferentes niveles de autoridad sean subsumidos, sino que cada uno conserve su
propia esfera de competencia. El Nuevo Testamento caracteriza a la Iglesia como
“cuerpo”. Quiere decir que cada miembro y órgano tiene su sitio y su función
específica, y que la cabeza no puede decir a los miembros que son irrelevantes.
Me preocupa la verdadera naturaleza jerárquica de la Iglesia, donde cada uno
desempeña su papel. La naturaleza de la Iglesia como comunión nos permite llegar
a las mismas conclusiones.
P.- Vd. habla de la importancia de crear
una atmósfera en la que los obispos pudieran debatir los asuntos importantes
que preocupan a la gente. ¿Pide Vd. la ordenación de las mujeres, la abolición
del celibato y la autorización de la contraconcepción?
R.- Lo que
intento decir es que sería más conforme con la doctrina católica de la colegialidad
que los obispos pudieran discutir estos problemas que afectan profundamente a
las personas. El cardenal Newman pensaba que era necesaria la consulta en los
asuntos doctrinales por motivos de caridad. Decía que la Iglesia debía conducir
a las personas de tal manera que pudieran asimilar las enseñanzas doctrinales y
que para que eso fuera factible, era preciso darles tiempo. La colegialidad
reservada a asuntos secundarios es una colegialidad embotada.
Yo no pido la
ordenación de las mujeres, la abolición del celibato o un cambio en la
enseñanza sobre la contraconcepción. Pido que los obispos tengan la oportunidad
de intercambiar sus puntos de vista sobre asuntos importantes que afectan a las
personas.
P.- Pidiendo esta apertura y este papel
para los obispos, diríase que es susceptible de ser criticado como infiel al
papa o incluso como alejado de la verdadera fe católica.
R.- Yo estoy
unido al papa de manera irrevocable por el vínculo de la fe católica. Pero me
percato de que semejantes acusaciones infundadas son posibles, en particular, en
nuestros días, en los que la ortodoxia ha sido desnaturalizada por una
pseudo-ortodoxia que se llama “integrismo”. El integrismo es más rigidez que
fidelidad, más un temor al error que una confianza en la verdad, más una
aceptación ciega de las apariencias que una inmersión a fondo en la sustancia.
El cardenal Newman decía que esta mentalidad “expresa su propia opinión en
dogmas y quiere destruir todo parecer diferente al suyo”.
P.- De todas formas, muchos le acusarán de
infidelidad y falta de fe
R.- Pero si yo
no hago más que repetir lo que dijo S. Bernardo, lo que dijo el cardenal
Contarini en la época del concilio de Trento, lo que dijo S. Juan Leonard al
papa Pío V, lo que dijeron los cardenales Döpfner, Suenens y Köning durante el
concilio Vaticano II y lo que dijo el cardenal G. Benelli, un miembro eminente
de la curia. Y ya que me encuentro aquí, en Oxford, añadiría que no he dicho
otra cosa que lo que dijo el cardenal Newman, todavía con más vigor, a
propósito de la curia y de la política romana. No se puede acusar a estos
hombres de que les faltara la fe o de haber sido infieles al papa. Eran hombres
honestos y francos, de ninguna manera infieles. Cuando el papa León XIII abrió
los archivos del Vaticano a Ludwig von Pastor, para que pudiera escribir la
historia de los papas, le dijo: “el primer principio en historia es no afirmar
nada que sea falso y no temer la verdad”.
P.- Pero el papa Pablo VI quedó muy herido
por algunas observaciones del cardenal Suenens sobre el ritmo de las reformas
después del concilio y sobre la curia.
R.- Es cierto
que Pablo VI fue herido por estas declaraciones públicas del cardenal Suenens.
Sin embargo, conviene recordar que Pablo VI dijo en un discurso reproducido en
los documentos oficiales de la Santa Sede, las “Acta Apostolicae Sedis”:
“Tenemos que aceptar la crítica con humildad… Roma no tiene que estar a la
defensiva, no prestando ninguna atención a las observaciones que vienen de
fuentes respetables, y, más todavía, si estas fuentes son amigables y
fraternales”
P.- Vd. entiende que algunas actitudes y
concepciones de la curia son un obstáculo para la unidad de los cristianos.
¿Cuál es la solución?
R.- Si la
curia entiende que es superior a los episcopados y actúa en conformidad con tal
convicción, es un obstáculo muy importante. Si ignora los puntos de vista de
los episcopados locales y los ningunea, como hace frecuentemente, es igualmente
un obstáculo importante para la unidad. La tendencia de la curia a debilitar
las conferencias episcopales es también un obstáculo importante para la unidad.
Después del
concilio Vaticano II, desde hace más de 30 años, se han dado diálogos
ecuménicos muy beneficiosos sobre asuntos doctrinales e históricos. Sin duda
alguna, estos encuentros son capitales. Las cuestiones doctrinales e históricas
deben ser estudiadas.
Pero si los
problemas derivados del funcionamiento, de la forma y manera de ejercer la
autoridad, el reconocimiento de los límites que tienen las competencias de la
curia y las relaciones entre la curia y el episcopado, si todos estos asuntos
no son abordados de manera eficaz, podemos solucionar todos los problemas
doctrinales e históricos sin alcanzar la unidad.
Tenemos que
plantearnos la última y verdadera pregunta: “¿cuál es la voluntad de Dios?”.
Plantear esta pregunta es reconocer que no se puede esperar que los problemas
de funcionamiento sean solucionados y que todos queden satisfactoriamente
resueltos antes de alcanzar la plena comunión. Y también plantear la pregunta:
“¿cuál es la voluntad de Dios?” no quiere decir que sólo los cristianos
no-católicos tengan que prepararse para
hacer sacrificios. También la Iglesia católica debe estar dispuesta a hacer
sacrificios, si quiere caminar hacia la unidad en la comunión. Cada uno debe
hacer un esfuerzo para concretar lo que es verdaderamente esencial, necesario,
para la Iglesia y lo que puede ser sacrificado por el bien común de una
verdadera unidad cristiana y por la comunión. He aquí por qué he hablado “del
precio a pagar para obtener la unidad”.
P.- Vd. propone que se reúna un concilio
ecuménico con ocasión de la entrada en un nuevo milenio. ¿Por qué?
R.- Creo que sería beneficioso que hubiera
un concilio en un futuro no muy lejano.
Hay muchos asuntos muy importantes que la Iglesia tiene que abordar y que
presentan un enorme interés para muchas regiones del mundo. Citaré por ejemplo
el papel de las mujeres en la Iglesia y en la sociedad, el celibato de los
sacerdotes, la recepción de los sacramentos por divorciados vueltos a casar, la
contracepción, una colegialidad efectiva de los obispos, la puesta en práctica
del principio de subsidiariedad en la Iglesia, la inviolabilidad de la vida
humana después de la concepción hasta la muerte natural, el uso responsable de
los recursos de la tierra y un justo reparto de los bienes, la inculturación
del evangelio y de la liturgia de la Iglesia, la libertad de que han de gozar
los teólogos. Hay todavía otros asuntos igualmente importantes.
El concilio
Vaticano II trató cierto número de cuestiones. Pero de eso hace ya 30 años.
Muchas cosas han cambiado en estos 30 años. Además, la tecnología está
permitiendo una comunicación instantánea, de rápidos intercambios, de
transportes rápidos. La Iglesia debe encontrar los medios para responder a
todas estas cuestiones y adaptarse a ellas. Creo que eso pasa por la necesidad
de que se celebren concilios ecuménicos.
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