martes, 3 de julio de 2012

Monseñor Gerhard Müller y la Teología de la Liberación

La Teología de la Liberación está para mí unida al rostro del P. Gustavo Gutiérrez (28 de noviembre 2008 en la P U C de Lima...).


El viernes 28 de noviembre del 2008, la Pontificia Universidad Católica del Perú confirió la distinción de Doctor Honoris Causa a monseñor Gerhard Ludwig Müller, obispo de Ratisbona, Alemania, en reconocimiento a su ejemplar y fecundo aporte al desarrollo de los estudios teológicos contemporáneos, como es el diálogo de la Iglesia católica con las confesiones ortodoxa y protestante, el rol de la mujer en la vida de la Iglesia, la dignidad de la persona y el pensamiento teológico del papa Benedicto XVI. El discurso de orden estuvo a cargo del Dr. Salomón Lerner, rector emérito de la universidad, profesor del Departamento de Humanidades y presidente ejecutivo del Instituto de Democracia y Derechos Humanos de la pucp. Reproducimos a continuación parte del texto del discurso de monseñor Müller luego de recibir el doctorado.
Con el seminario, dirigido por Gustavo Gutiérrez, se produjo en mí un giro de la reflexión académica sobre una nueva concepción teológica, basada en la experiencia con los hombres, para quienes había sido desarrollada esa teología. Para mi propio desarrollo teológico ha sido decisiva esta inversión en el enfoque de prioridad de la teoría a la práctica, con base en un proceder a partir de tres pasos: "ver, juzgar y actuar".

Los participantes en ese seminario llegábamos provistos de innumerables conocimientos sobre el origen y el desarrollo de la teología de la liberación, y por eso discutimos ante todo sobre el análisis de la situación, al que se le reprochaba una ingenua cercanía con el marxismo. Nos eran familiares las declaraciones de las conferencias del episcopado latinoamericano de Medellín y Puebla. De ahí el debate de si en esas declaraciones se pretendía hacer del cristianismo una especie de programa político de liberación, en el que, en determinadas circunstancias, se tolerara incluso la violencia revolucionaria contra personas y cosas.

Algunos sospechaban que la teología de la liberación servía para legitimar la violencia terrorista al servicio de la legítima revolución, mientras que otros afirmaban que fue usada como argumento para ese fin. Lo primero que nos enseñó Gustavo fue a comprender que aquí se trata de teología y no de política. En línea con las grandes encíclicas sociales de los papas, también marcó de forma clara la diferencia entre teología de la liberación y ética social católica. Mientras que la ética social se  fundamenta en el derecho natural y pretende asegurar las bases de un estado social y justo, apoyándose en los principios de personalidad, subsidiaridad y solidaridad, en el caso de la teología de la liberación se trata de un programa práctico y teórico que pretende comprender el mundo, la historia y la sociedad y transformarlos a la luz de la propia revelación sobrenatural de Dios como salvador y liberador del hombre. Se trata también de cómo se puede hablar de Dios ante el sufrimiento de los pobres, de aquellos que no tienen sustento para sus hijos, derecho a asistencia médica ni acceso a la educación, excluidos de la vida social y cultural, marginados y considerados una carga y una amenaza para el estilo de vida de unos pocos ricos.

Esos pobres no son una masa anónima. Cada uno de ellos tiene un rostro. ¿Cómo puedo yo, como cristiano, sacerdote o laico, en la evangelización o en el trabajo científico-teológico, hablar de Dios y de su Hijo, que se hizo hombre y murió por nosotros en la cruz, dar testimonio de él, sin decirle al pobre concreto, cara a cara, que Dios lo ama y su irrenunciable e innata dignidad tiene su fundamento en Dios? Sólo así se puede hacer concreta la consideración bíblica, en la vida individual y colectiva, de que los derechos humanos tienen su origen en la creación del hombre a imagen y semejanza de Dios. Esto es lo que ha llevado, precisamente, a construir otro sistema teológico junto al ya existente.

Mi estancia en Perú en 1988 no sólo está ligada al seminario con Gustavo Gutiérrez, en el que vi claramente cuál es el punto de partida teológico de la teología de la liberación, sino también al encuentro vivo con los pobres de los que hemos hablado. Durante algún tiempo vivimos con los moradores de las barriadas pobres de Lima, y después con los campesinos de la parroquia de Diego Irarrázaval junto al lago Titicaca. Desde entonces he estado otras quince veces más en Perú y otros países de Latinoamérica, a veces meses enteros durante las vacaciones semestrales en Alemania. Mi participación en cursillos teológicos, especialmente en los seminarios de Cusco, Lima y Callao, entre otros, estuvo siempre acompañada de largas semanas de trabajo pastoral en las regiones andinas, especialmente en Lares, en la arquidiócesis de Cusco. Allí los rostros adquirieron un nombre y se convirtieron en amigos personales, experiencia ésta de comunión universal en el amor a Dios y al prójimo, lo que debe ser la esencia de la Iglesia católica. Finalmente, supuso para mí una profunda alegría cuando en el año 2003, en Lares, en la arquidiócesis de Cusco, siendo ya obispo, pude administrar el sacramento de la confirmación a jóvenes cuyos padres conocía ya desde hace tiempo y a los que yo mismo había bautizado.

De ahí que yo no hable de la teología de la liberación de forma abstracta y teórica, ni mucho menos ideológica, para halagar al grupo eclesial progresista. De igual modo, tampoco temo que ello pueda interpretarse como falta de ortodoxia. La teología de Gustavo Gutiérrez, independiente del ángulo desde el que se mire, es ortodoxa porque es ortopráctica y nos enseña el adecuado actuar cristiano, porque procede de la verdadera fe.

Una lectura breve del libro Beber en su propio pozo pone de manifiesto que la teología de la liberación se fundamenta en una profunda espiritualidad. Su sustrato es el seguimiento de Cristo, el encuentro con Dios en la oración, la participación en la vida de los pobres y los oprimidos, la disposición a escuchar su grito por la libertad y su anhelo de ser plenamente reconocidos como hijos de Dios; es participar en su lucha por poner fin a la explotación y opresión, en su ansia por el respeto a los derechos humanos y su exigencia de participación justa en la vida cultural y política de la democracia. Se trata de la experiencia de que no se es extraño en el propio país, sino que la Iglesia y el Estado quieren ser cobijo y garantes de la libertad espiritual y cívica. La meta es el inicio y el acompañamiento de un proceso dinámico que quiere liberar al hombre de su dependencia cultural y política...

             Gerhard Ludwig Müller, obispo de Ratisbona, Alemania.

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