José Luis HOAC
–¿Sigue siendo la «intrahistoria» de los cristianos una desconocida frente a la historiografía oficial?
–La historia se escribe con datos, documentos, tradiciones, que, casi siempre hablan de lo más llamativo y aparente: gobernantes, instituciones, guerras, escritores, concilios. La vida del alma, del amor, de la generosidad, de la acogida, de la fe, queda en la penumbra, en la intimidad, parece interesar menos y resulta más difícil conocerla. Sin embargo la historia del cristianismo debiera ser fundamentalmente la historia del amor de Dios a los seres humanos y del amor de los creyentes a Dios y entre sí. Resulta más complicado conocerlo y elaborarlo, pero es la más importante.
–Con su trabajo, además, contribuye a resaltar la importancia de experiencias pasadas que quizás hoy en día los propios cristianos estamos olvidando. Pensemos en los sacerdotes obreros, en Chiara Lubich, en los hermanitos de Foucauld, en Dorothy Day e incluso en el propio Rovirosa…
–Solo los testimonios de amor son intemporales. La experiencia de generosidad de los sacerdotes obreros, de Rovirosa o de Doris Day siguen siendo actuales, nos siguen interpelando, nos indican que hoy como ayer el núcleo del cristianismo sigue siendo Jesús que dio su vida por sus amigos. Podemos recordar la conversación de Abraham con Dios: siempre ha habido en la comunidad cristiana los diez justos que han cumplido con su deber. Aunque, a veces, las instituciones eclesiásticas no hayan sido ejemplares, en toda época encontramos con clérigos, parroquias y, sobre todo, laicos, que han ofrecido su vida para cumplir el mandato del Señor.
–Usted afirma que «probablemente la única identidad de los cristianos es la de la caridad»… Sin embargo, no parece que sea percepción general. ¿No cree que damos demasiada importancia a las estructuras de la Iglesia?
–Es más fácil pertenecer a un Club que ser generosos, rezar que darnos a los demás. Somos conscientes de que necesitamos ser amados por Dios, pero no tanto de que se nos exige amar al prójimo. Sin embargo, es Cristo quien determina nuestra identidad. De las palabras y acciones de Cristo, la mayoría tienen que ver con el amor de Dios y con el amor entre sus discípulos. Las parábolas del hijo pródigo, del buen samaritano y del juicio final; los mandatos: «Vosotros no así, no actuéis como el mundo», «el último será el primero», y «No he venido a ser servido sino a servir», todos están relacionados con la caridad y deben ser nuestras señas de identidad. De hecho, los paganos, al referirse a los primeros cristianos, decían: «mirad cómo se aman». Si olvidamos esto, ofrecemos una imagen distorsionada de Cristo y de los cristianos.
–La historia de la Iglesia nos ha demostrado también como muchos pioneros, muchos santos y fundadores se toparon con la incomprensión de sus cohetáneos y recibieron severas condenas por la autoridad eclesial de cada momento… ¿No debería esta lección histórica ayudarnos a relativizar las diferencias?
–Demasiado a menudo, en nuestras comunidades, prevalece la ideología y las diferencias psicológicas de apreciación y de intereses varios sobre el amor entre hermanos. Una Iglesia masiva como la nuestra es necesariamente plural y tiene que superar la tentación de la unanimidad y la uniformidad. Cuando se defiende la verdad y la ortodoxia sin amor y contra el amor, se pretende ofrecer contrabando y se acaba con las hogueras de la Inquisición. Nunca existe verdad en el cristianismo sin amor y sin comunión mutua. En el Padre Nuestro nos comprometemos cada día: «perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden». En Dios la palabra es realidad, pero nosotros, aunque hablamos de amor continuamente, amamos poco. Los cristianos no somos coherentes y en esto consiste nuestra debilidad y nuestra hipocresía.
–¿Qué opina de la actual polémica sobre si la Iglesia debe o no pagar el IBI?
–Hay dos actitudes que se deben rechazar. Por parte del Estado y partidos, no exigir a la institución eclesial, por simple anticlericalismo, lo que no se exige a las demás instituciones de las mismas características. Por parte de la Iglesia, no exigir privilegios que no tengan esas instituciones. Por su parte, la Iglesia, recuerde el dicho clásico «nuestro tesoro son los pobres». A ellos debe revertir lo que posee, conseguido por la generosidad de los cristianos para sus fines propios. En el resto, está sujeta a la legislación general.
–En su libro, se repasan algunas iniciativas que han alumbrado los cristianos, con más o menos acierto, para socorrer al desválido, ¿cómo se explica esa clarividencia para encontrar en cada momento la respuesta adecuada?
–Jesús, dice el Evangelio, sintió pena de la gente, que andaba como ovejas sin pastor. El amor y el sentido de fraternidad resulta siempre creativo y la generosidad de quien se encuentra libre de sí mismo encuentra siempre respuestas para situaciones imposibles. La historia de la caridad cristiana constituye, tal vez, la página más hermosa de la historia humana, y la mayoría de sus agentes han sido cristianos anónimos, gente sencilla que ha ayudado a sus vecinos y han conseguido que tuvieran una vida mejor y más feliz.
–¿Hay un «plus» en los proyecos sociales impulsados por la comunidad cristiana que los diferencia de las instituciones civiles de solidaridad o de ayuda mutua?
–El emperador Julián el Apóstata decidió renovar el paganismo con todos los medios del Estado. Conservamos una carta suya al Pontífice Máximo pagano con instrucciones para reorganizar y fortalecer el paganismo. En una de ellas le recomienda que imite las obras e instituciones caritativas de los cristianos. En su proyecto, Julián olvidó que solo Cristo es el amor generador del amor y de la generosidad de los cristianos. La generosidad cristiana viene de la conciencia de que Dios es Padre, nos ama, y nosotros somos realmente hermanos, y este convencimiento no se sustituye con dinero.
–¿Es compatible la fe sin obras?, ¿y es posible mantener el pulso y la tensión de las obras verdaderamente evangélicas sin una vivencia de la fe?
–Todo hombre es lobo para el hombre escribió el filósofo. Todo hombre es capaz de maldades y acciones heroicas, tal como nos demuestra la historia en general y la del siglo XX en especial. Los cristianos hemos aprendido de Jesús el principio de que quien no ama al hermano no ama a Dios. Dios preguntó a Caín: «¿dónde está tu hermano?» y Caín le contestó: «¿Acaso soy guardián de mi hermano?». Un verdadero cristiano no podría responder así.
–En el siglo XIX, se empieza a comprender también dentro de la Iglesia que «la caridad debía ser acompañada por la exigencia de dar a cada uno lo suyo». ¿No se insiste hoy demasiado en la rectitud de los comportamientos individuales y poco en el cambio de las estructuras?
–No existe amor sin justicia. No existe cristianismo sin comunidad y sin solidaridad. En este tema, como en los demás, el papel y la actuación de los laicos resulta de primer orden. Ellos constituyen la sociedad y de ellos depende la rectitud de su organización. Creo que nuestra juventud carece del sentido social, de justicia social que caracterizó a muchas organizaciones del siglo XX, y esto constituye una carencia grave.
–Desempleo masivo y trabajo precario, desahucios y extensión de la pobreza, desigualdades norte-sur… ¿Cree que la comunidad cristiana puede ante estos nuevos problemas idear respuestas adecuadas?
–Creo que hoy, en nuestras comunidades cristianas, encontramos tantos ejemplos de caridad, de generosidad personal, de solidaridad comprometida que llega a ambientes y situaciones abandonadas y marginadas. Decenas de millares de cristianos dedican su tiempo y su capacidad a los ancianos, niños, enfermos y emigrantes. En un momento en el que la Iglesia parece débil y desconsiderada, es capaz de ofrecer lo más propio de su identidad. Convendría recordar el ejemplo de Francisco de Asís, el santo más espontáneamente querido y seguido por los cristianos a lo largo de los siglos. Su sentido de pobreza se confunde con su sentido de identificación con los más pobres y abandonados. Francisco nos enseña que para entrar en el misterio de Dios debemos permanecer libres de las ataduras terrenas. Hoy, a menudo, se quiere compatibilizar el fuego con el agua, pero la tradición espiritual cristiana nos dice que debemos despegarnos de nuestras ambiciones y egoísmos para llegar a Dios y a nuestros hermanos.
–¿Qué nos puede enseñar a los cristianos y las sociedades de hoy ahora mismo este «mosaico de esa vida que, de manera espontánea y sencilla, muestra como un torrente de ternura, amor y compasión recorre las arterias del cuerpo cristiano»?
–Nos recuerda que la comunidad cristiana debe ser, en primer lugar, un espacio de paz, acogida, escucha, alegría y cobijo. Hay demasiada gente sola, triste, abandonada, marginada, desprotegida, angustiada, hambrienta de pan y de afecto. Jesús se identificó con ellos y muchos cristianos en la historia también. El siglo XX ha sido el siglo de los mártires, la mayoría, mártires de la justicia y de la caridad, tal como he intentado describir en mi libro «Por sus frutos los conoceréis». Ellos constituyen lo mejor de nuestra historia.
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