5. Propuestas de discernimiento para el diálogo
Para terminar, voy a proponer como posibles temas de discernimiento o diálogo tres grandes objetivos que, en su generalidad, enmarcan los retos a que nos tendríamos que enfrentar:
1. Caminar hacia una Autoridad publica mundial
2. Reformar (refundar) el sistema capitalista
3. Recuperar el espíritu profético cristiano en el campo económico
1. Autoridad publica mundial
La urgencia de intensificar el proceso hacia una Autoridad pública mundial, reclamada por Juan XXIII en el Pacem in terris en el año 1963 y remarcada en la Nota del Consejo Pontificio Justica y Paz del 24 de octubre de 2011, se hace cada vez más acuciante, “propiciada por el complejo fenómeno de la globalización y la importancia de garantizar, además de los otros bienes colectivos, el bien representado por un sistema económico-financiero mundial libre, estable y al servicio de la economía real”.
Se trata de un objetivo a largo plazo, pero todos los pasos que favorezcan y aproximen su realización deben ser defendidos e impulsados. “Vivimos en un mundo dividido en cuatro bloques: economías desarrolladas consumidoras: EEUU, Reino Unido, Irlanda, España, ...; economías desarrolladas industriales: Japón, Alemania, Holanda, ...); economías emergentes industriales: China, Sudeste Asiático...; economías emergentes, productoras de materias primas: Latino-América, Oriente Medio, Africa... Las rigideces en la arquitectura financiera mundial impiden que exista un ajuste”.[1]
A nivel europeo esto supone intensificar la convergencia no solo monetaria, sino fiscal y política en Europa, que evite el espectáculo deplorable de una Unión Europea mangoneada por el eje conservador alemán y francés, según los intereses favorables a sus respectivos países.
También es conveniente avanzar hacia un Banco Central Mundial, “que regule el flujo y el sistema de los intercambios monetarios, con el mismo criterio que los Bancos centrales nacionales... A nivel regional, dicho proceso podría realizarse con valoración de las instituciones existentes como, por ejemplo, el Banco Central Europeo”.[2]
Estas propuestas de más Europa, que en realidad deben desembocar en ‘más mundo’, no tienen por qué significar una centralización de los poderes. La experiencia avala que es mucho más eficaz una correcta aplicación del principio de subsidiaridad que ha tenido en la Doctrina Social de la Iglesia si es que no su creador, sí su principal propulsor.[3]
Este deseo de convergencia mundial podemos hacerlo extensible a todo tipo de organizaciones políticas y económicas que traten de coordinar, como se viene haciendo con mayor o menos acierto a nivel nacional, las aportaciones específicas y de aminorar las diferencias entre las diversas macroregiones del mundo. La experiencia parece señalar que las ventajas de este tipo de uniones son para todos mayores que las desventajas.
[1] De una ponencia de José Ramón Gorrochategui en un seminario sobre la crisis económica organizado por Barandiaran Kristau Alkartea.
[2] Nota del Consejo Pontificio Justicia y Paz.
[3] Wikipedia: Este principio tiene sus raíces teóricas en la doctrina social de la Iglesia católica, pero en su aplicación se ha independizado en gran parte de ella y es empleada en el Derecho para justificar la abstención de regulación. El principio de subsidiariedad se basa en el máximo respeto al derecho de autodeterminación o a la libre determinación de todos y cada uno de los miembros de una estructura social y, a su vez, es el fundamento sobre el que se sustenta todo el edificio de esa dinámica de interacción sociopolítica que denominamos democracia participativa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.