El Reino de Dios: un reino que comienza aquí en la tierra (mT 13, 44-52)
El Evangelio de hoy habla del reino de los cielos. Un reino que no está arriba de nosotros, y al cual solamente entraremos después de la muerte; sino un reino que debe comenzar aquí en la tierra, que consiste en comenzar a vivir verdaderamente en comunión con Cristo y con los demás. Comunión que se hará plenay eternamente feliz en el cielo. (Puebla 226-237).
Pero esto significa cambiar la cara del mundo, hacer una revolución. Hacer la revolución es un término cristiano cuando significa sobre todo cambiar el rostro del mundo, para que no haya más egoísmo, ni opresión, explotación, sino que nos sintamos todos hombres libres y capaces de vivir en paz.
La tarea de ir construyendo el Reino en la historia atrae a muchos, pero al poco tiempo ven que cosechan molestias, ingratitud, persecución, con el resultado de que muchos terminan sólo con ocuparse de sus negocios. Esta es una prueba de que no podemos dedicarnos al reino de Dios toda la vida por un acto de voluntad. Para ello es necesaria una conversión del corazón, y esta conversión es continua. En todas las opciones debemos ser fieles a la línea del amor. Si a la primera ocasión optamos por lo que nos conviene a costa de los demás, entramos por mal camino. La vía del amor es exigente; Jesús nos ha enseñado que va hasta dar la vida.
La conversión, la opción por el reino significa descubrir el famoso tesoro del Evangelio, por el cual dejamos aquello que para otros representa un bien, una razón para vivir. Podemos decir que el tesoro del Evangelio es como un gran amor, una pasión tremenda. Y este amor es por el ideal de cambiar la cara del mundo y de hacerlo más fraterno. Y por eso se deja toda ganancia, y se juega el todo por el todo. Es como una santa obsesión, y de hecho muchos han juzgado a los santos como locos; igualmente lo han hecho con los que dan su vida por una causa social o con el científico que se encierra para encontrar algo útil para la humanidad.
Todo esto es como un gran amor que nace desde dentro y que no se puede resistir. Por eso Jesús habla de uno que vende todo lo que tiene, como sucede al que tiene una gran pasión. La diferencia es que ciertas pasiones son destructivas y aumentan el odio en el mundo, mientras que esta es una pasión creadora, que aumenta el amor en el mundo.
Sin embargo, no todos los cristianos tienen esta pasión. El distintivo de los seguidores de Cristo debería ser la pasión por el reino. Pero muchos, aun practicantes, a veces buscan en la religión el refugio y la protección, la seguridad de sus bienes. Nos hemos alejado mucho del espíritu del Evangelio; aún vemos cristianos que luchan por no cambiar nada y por defender la situación actual.
La tarea de ir construyendo el Reino en la historia atrae a muchos, pero al poco tiempo ven que cosechan molestias, ingratitud, persecución, con el resultado de que muchos terminan sólo con ocuparse de sus negocios. Esta es una prueba de que no podemos dedicarnos al reino de Dios toda la vida por un acto de voluntad. Para ello es necesaria una conversión del corazón, y esta conversión es continua. En todas las opciones debemos ser fieles a la línea del amor. Si a la primera ocasión optamos por lo que nos conviene a costa de los demás, entramos por mal camino. La vía del amor es exigente; Jesús nos ha enseñado que va hasta dar la vida.
La conversión, la opción por el reino significa descubrir el famoso tesoro del Evangelio, por el cual dejamos aquello que para otros representa un bien, una razón para vivir. Podemos decir que el tesoro del Evangelio es como un gran amor, una pasión tremenda. Y este amor es por el ideal de cambiar la cara del mundo y de hacerlo más fraterno. Y por eso se deja toda ganancia, y se juega el todo por el todo. Es como una santa obsesión, y de hecho muchos han juzgado a los santos como locos; igualmente lo han hecho con los que dan su vida por una causa social o con el científico que se encierra para encontrar algo útil para la humanidad.
Todo esto es como un gran amor que nace desde dentro y que no se puede resistir. Por eso Jesús habla de uno que vende todo lo que tiene, como sucede al que tiene una gran pasión. La diferencia es que ciertas pasiones son destructivas y aumentan el odio en el mundo, mientras que esta es una pasión creadora, que aumenta el amor en el mundo.
Sin embargo, no todos los cristianos tienen esta pasión. El distintivo de los seguidores de Cristo debería ser la pasión por el reino. Pero muchos, aun practicantes, a veces buscan en la religión el refugio y la protección, la seguridad de sus bienes. Nos hemos alejado mucho del espíritu del Evangelio; aún vemos cristianos que luchan por no cambiar nada y por defender la situación actual.
En la misa de hoy San Pablo dice una frase muy rica: "Aquellos que El conoció desde siempre, también los ha predestinado a ser conforme a la imagen de su Hijo". Es decir, el hecho de que el Padre nos ha conocido, que nos ama y que nos ha salvado se manifiesta en ser siempre más como el Hijo. El Hijo es uno que ha dado la vida para cambiar el mundo, para hacer a los hombres altruistas de egoístas que somos, y así hacer un mundo más justo.
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