sábado, 3 de junio de 2023

Las facturas ahogan al pulmón de la Iglesia

Los contemplativos celebran este domingo la Jornada Pro Orantibus con cada vez más dificultades para subsistir. Muchas comunidades tienen problemas para pagar la luz, el gas y las cotizaciones o hacer frente a imprevistos

Fuente:   Alfa & Omega

Por   Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo

01/06/2023


Algunas monjas del monasterio carmelita de Maluenda. Foto: Fabián Simón

«Nosotras estamos bien, pero necesitaríamos un empujoncito», afirma con cierta timidez al otro lado del teléfono la madre Teresa, priora del monasterio de carmelitas de Maluenda (Zaragoza). En este carmelo de 14 monjas, la más joven tiene 20 años y la mayor 96 —«el alma de la comunidad», dice la priora—. Es una comunidad joven que, por tanto, tiene que afrontar cada mes uno de los principales gastos que tienen las contemplativas en España: los 257 euros de cotización a la Seguridad Social que debe pagar puntualmente cada monja que no haya alcanzado la edad de jubilación. 

«Esto nos cuesta lo nuestro», reconoce. A ello se añade el pago de una obra de reparación del monasterio que se va más allá de los 170.000 euros. «Se nos cayó la parte que usábamos como despensa y hemos estado cuatro años sin poder repararla porque no teníamos dinero», dice. Y aun así, lo van haciendo «de a poco», parando de vez en cuando porque se les acaban los ahorros. De este modo, «vamos tirando como podemos. La gente nos ayuda con lo que puede. Todo suma, aunque sea poco. Y otras comunidades carmelitas nos ayudan también».

El de las monjas de Maluenda no es un caso aislado dentro de la vida contemplativa en España. Más bien es la tónica general de los 725 monasterios de hombres y mujeres que «renuncian al espíritu mundano y entregan radicalmente la vida», como afirman los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada con motivo de la Jornada Pro Orantibus, que se celebra este domingo en toda España con el lema Generar esperanza. En su mensaje para la ocasión, dicen que «los contemplativos encarnan y dan a conocer esa esperanza que muestra que Dios ha creado el mundo y lo acompaña con suave providencia». Si alguien sabe de providencia son ellos y ellas, que llevan capeando cada crisis de los últimos años «buscando y esperando cada día al Señor que viene para que todos tengamos vida». 

Esa es la experiencia de las carmelitas de Maluenda, pues «por encima de todo nos confiamos a la providencia de Dios. Él está por encima de todo. No estamos sentadas sin hacer nada. Nuestra misión es rezar por todos», dice la priora en conversación con este semanario. 

 

«No ponemos la calefacción» 

«La situación de los conventos y monasterios en España en general es muy variada, como la de todos los españoles, pero la tónica más repetida es que económicamente están peor que hace unos años», confirma Juan Carlos Ortega, director del Instituto Pontificio CLAUNE (Claustros Necesitados). 

Según Ortega, la pandemia y las crisis les han afectado mucho, pues muchas comunidades dependían de la venta de dulces y bordados, e incluso del turismo, y ahora todo ese negocio «ha bajado muchísimo». A ello se suman el mantenimiento que no han podido hacer en sus edificios en los dos años más duros de la pandemia, a lo que se añade el impacto que causó la borrasca Filomena en no pocos de ellos.

La puntilla ha sido el aumento estratosférico de las facturas de suministros. Sor Lucía, superiora de las comendadoras de Toledo, explica, por ejemplo, que, aunque tienen instalada la calefacción en las celdas, «nunca la encendemos», aunque sea invierno. En su sala de labores tienen cinco radiadores eléctricos, pero solo utilizan dos. Y en la iglesia, «donde pasamos muchas horas», decidieron encender la calefacción solo después de que una hermana tuviera que ser ingresada en el hospital por el frío.  «Las facturas nos han agobiado mucho últimamente —lamenta la superiora—. Las dos últimas de gas han sido de 2.600 y 4.500 euros». Cada mes pagan, además, 5.000 euros en cotizaciones y reciben solo 2.000 de las pensiones de las mayores. «Las cuentas no salen», añade. 

El de las comendadoras de Toledo y el de las carmelitas de Maluenda son dos ejemplos de la situación actual en muchos cenobios, «que tienen las arcas habitualmente vacías y que, cuando surgen gastos extraordinarios, no los pueden afrontar», afirma el director de CLAUNE. Por eso, «los contemplativos son austeros y necesitan poco, pero necesitan», aclara Ortega.

En general, «las zonas rurales están sufriendo más que las zonas urbanas». Y continúa: «En eso se nota también el fenómeno de la España vaciada. Los pueblos que tienen un monasterio valoran mucho la presencia de sus monjas, pero, al haber menos gente, se reducen sus posibilidades de ayuda». 

Las instituciones civiles, «tristemente no suelen colaborar, ni los ayuntamientos ni las comunidades autónomas. No está en su agenda, aunque lo hayan hecho excepcionalmente». Queda la colaboración de algunas cofradías, que sostienen de manera particular a determinadas comunidades. O la del propio CLAUNE, que recibe dinero de donantes y luego lo ofrece a monasterios para cuestiones relacionadas con su salud: acondicionamiento de celdas para las mayores, sillas de ruedas, construcción de rampas, audífonos… además de formación. 

 

Al banco de alimentos

En los últimos años se han difundido también iniciativas como Contemplare o DeClausura, que permiten a las comunidades vender sus productos más allá de los tornos. Sin embargo, «lamentablemente, sus dulces se han convertido en un producto gourmet, que prácticamente solo encuentra salida en Navidad», dice Ortega. En su opinión, en esta situación necesario «buscar nuevas y creativas vías de financiación». Paradójicamente, mientras elaboran sus característicos dulces, muchas comunidades reciben comida de los bancos de alimentos o incluso de Cáritas. «Nosotras no pedimos nada, simplemente nos llega comida y la aceptamos», dice sor Lucía, que matiza que «aunque parezca que nos morimos de hambre, no es para tanto».

«Además —continúa la superiora de las comendadoras de Toledo—, no somos las únicas. Muchos conventos de nuestra federación y de nuestra provincia también pasan dificultades, ¡pero como muchos fieles!», lamenta. Y al despedirse, menciona un nuevo gasto al que hacer frente: termitas que les han salido en las vigas del coro. «Mala suerte», dice.

 

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