sábado, 3 de julio de 2021

Myanmar

Fuente:   Alfa&Omega

José Luis Restán

1 de Julio de 2021

 

El pasado 1 de febrero se produjo un golpe militar en Myanmar, la antigua Birmania, que ha desatado una sangrienta represión y ha provocado la multiplicación de choques armados con milicias de las diferentes etnias que componen un país nunca definitivamente pacificado. En medio del caos llama la atención el protagonismo que han asumido los católicos en un país en el que apenas suman 659.000 personas, el 1,27 % de la población. La vida de la comunidad católica no ha sido fácil desde que llegaron los primeros misioneros en el siglo XVII. Han padecido persecución bajo diferentes regímenes políticos y han sufrido desdén y marginación por parte de un budismo con perfiles agresivos, que siempre se ha considerado hegemónico. Sin embargo, no han dejado de crecer en número y en iniciativas sociales, como pudo comprobar el Papa Francisco durante su visita en 2017.

Muchos laicos, pero también sacerdotes y religiosas, han participado en la protesta cívica contra el golpe militar. Las parroquias se han convertido en lugares de refugio, por lo cual han sido asaltadas o bombardeadas en diversos puntos del país, los centros sanitarios gestionados por religiosas se han mantenido abiertos pese a los riesgos, y las diócesis organizan la ayuda para los desplazados que buscan refugio en la selva. Los 22 obispos, con el cardenal Charles Bo a la cabeza, no se han escondido y, aunque han evitado intervenir como agentes políticos, han condenado la violación de los derechos humanos por parte del Ejército y han pedido a los jóvenes que no cedan a la dinámica del odio.

Acercarse a la vida de estas comunidades permite gustar una fe sencilla e intensa. Son numerosos los catequistas, florecen las vocaciones sacerdotales, y no hay separación entre el pueblo y sus pastores. No pierden el tiempo en quejas ni discusiones estériles. La vida es dura y a la vez alegre, la evangelización no se detiene y siempre va unida al testimonio de la caridad. Y hay una nueva generación que entiende las implicaciones históricas de la fe en la actual encrucijada de su país. Ni las leyes ni las circunstancias les ofrecen confort, pero son una presencia significativa y alegre. Algo tendríamos que aprender.

 

 

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