viernes, 19 de enero de 2024

A don Florencio Roselló Avellanas

“Soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros” (San Agustín, Sermón 340,1).

Fuente:    Noticias de Navarra

18/01/2024


Florencio Roselló, en una visita al papa Francisco. DNN

Me dirijo a usted que va a ser consagrado en la Catedral de Santa María la Real arzobispo de la Diócesis de Pamplona y obispo de Tudela el día 26 de enero y tomará posesión tras su consagración episcopal. Desde que se hizo público su nombramiento (allá por el 9 de noviembre del pasado año) hasta su ordenación episcopal y toma de posesión, habrá recibido no poca ni poco importante e interesante información sobre su nueva Diócesis. Me imagino que, una vez en Pamplona, usted mismo se tomará su tiempo prudencial para conocer, palpar y sentir in situ la realidad concreta de esta Iglesia local.

Mi reflexión, que hago a título individual y sin ser pedida por usted (de ahí también mi atrevimiento), bebe de un autor cristiano que usted conoce y, quizá, también ha leído y estudiado. Si lo hago así es porque algunos libros de este autor forman parte de mi biblioteca personal y de mi bagaje y trayectoria. El autor en cuestión es Dietrich Bonhoeffer –pastor protestante y teólogo luterano, nacido en 1906 y ejecutado por el nazismo en 1945–. Y la titulo “mirar la realidad desde abajo hacia arriba”.

Le invito a considerar la conveniencia de mirar la realidad eclesial y social navarra desde abajo. Y es que elegir cómo mirar la realidad es ya un acto de encarnación e inculturación que implica una implicación personal y colectiva de cierto tipo. Mirar desde abajo significa para mí cambiar de perspectiva, aprender a leer la realidad no desde lo alto de un pedestal o desde una cátedra o desde un despacho, sino a la altura de los ojos para encontrarnos con el otro y con los otros. También significa elegir partir de los últimos, los marginados, los excluidos de esta Iglesia y de esta sociedad navarras.

Mirar desde abajo puede ser una experiencia de valor excepcional porque se aprende a mirar los grandes acontecimientos desde la perspectiva de los que sufren. Mirar desde abajo puede ser la cátedra de la vida y de una vida comprometida. La Iglesia también debería adoptar esta perspectiva ascendente para poder hacer análisis más lúcidos y así poder salir al encuentro de la realidad, encontrarla y acompañarla de manera más incisiva, es decir, evangélica.

La “visión desde abajo” de la sociedad no sólo tiene en cuenta las gestas épicas y los hechos gloriosos de un pueblo y de sus héroes, sino que también recupera la narración de acontecimientos menores, las historias de vida de las clases sociales más pobres, de las masas, de la inmensa mayoría de la gente anónima. Esta orientación trata de reconstruir el impacto de las decisiones en la vida concreta y real de la Iglesia y de la sociedad.

La “visión desde abajo” reconoce, por ejemplo, que no es indiferente el punto de vista. Aunque todo punto de vista es la vista de un punto, no es menos cierto que la visión desde determinado punto ayuda y posibilita a mirar y contemplar lo que desde otro punto de vista quizá no se pueda mirar y contemplar. No pretendo hacer una lectura interpretativa de las acciones del Papa Francisco, pero quizá no sea baladí su cambio de residencia desde el Palacio Apostólico a la residencia de Santa Marta ya desde prácticamente el comienzo de su pontificado. Un punto de vista particular es el de los cruces de los caminos por donde las personas transitamos cotidianamente o también las periferias que se encuentran más o menos distantes del centro. Una realidad compleja –no es necesariamente sinónimo de difícil– y diferenciada como la Iglesia y la sociedad de Navarra requiere un punto de vista muy global. Salga, camine, hágase el encontradizo, escuche, mire, contemple, huela, sienta, toque… No mire desde arriba. Tampoco desde la distancia. Tómese su tiempo para aprender a hacer en Navarra solamente lo que Él le diga y siempre como Él le diga, creo que éste fue un mensaje del Papa Francisco en el último Capítulo General de la Orden de la Merced a la que usted pertenece

A este respecto, le ofrezco otra clave. Dicen dos autores sagrados del Nuevo Testamento que el Hijo de Dios aprendió y creció. Es propio de los seres humanos cuando nacen aprender y crecer si lo hacen en determinadas condiciones. De esa manera, el Hijo de Dios respetó la lógica de la encarnación: la ley de la historia y del mundo exige aprendizaje y crecimiento. No digamos la lógica de la encarnación o, si lo prefiere, de la inculturación en ésta, su nueva Diócesis de Navarra. Aprenda y crezca. Rodéese de aquellas personas y de aquellos equipos que le ayuden a aprender y a crecer en conocimiento y en sintonía con esta realidad. También con la cultura, el imaginario y el mundo euskaldun o vasco parlante. Éste configura una parte importante y significativa de la Iglesia navarra que quiere que se le hable en euskara y sentir el Evangelio también en esa clave cultural que forma parte de su patrimonio ancestral.

Le ofrezco un texto de lo que significa también una “visión desde abajo”. Es un texto medieval anónimo y que se encontró, al parecer, en Salzburgo. Estoy seguro que usted lo conoce: “Un sacerdote debe ser muy grande y, a la vez, muy pequeño, de espíritu noble, como si llevara sangre real, y sencillo como un labriego, héroe, por haber triunfado de sí mismo, y hombre que llegó a luchar contra Dios, fuente inagotable de santidad y pecador a quien Dios perdonó, señor de sus propios deseos y servidor de los débiles y vacilantes, uno que jamás se doblegó ante los poderosos y se inclina, no obstante, ante los más pequeños, dócil discípulo de su maestro y caudillo de valerosos combatientes, pordiosero de manos suplicantes y mensajero que distribuye oro a manos llenas, animoso soldado en el campo de batalla y madre tierna a la cabecera del enfermo, anciano por la prudencia de sus consejos y niño por su confianza en los demás, alguien que aspira siempre a lo más alto y amante de lo más humilde… Hecho para la alegría, acostumbrado al sufrimiento, ajeno a la envidia, transparente en sus pensamientos, sincero en sus palabras, amigo de la paz, enemigo de la pereza, seguro de sí mismo. “Completamente distinto de mí”, comenta humildemente el amanuense”. No quiero comentarlo porque estoy cierto que lo estropearía torpemente. Eso sí, donde se lee “sacerdote”, se puede leer “obispo”. Y el texto fluye con la misma frescura y normalidad.

La “mirada desde abajo” nos pone en juego, nos hace entrar en una dinámica circular y sinodal, en la que nada ni nadie se desperdicia o se deja de lado. Esa “mirada desde abajo” tiene que ser dirigida a toda persona sin hacer distinciones ideológicas, políticas, sociales, religiosas. Porque estamos muy acostumbrados a identificar a la Iglesia con postulados políticos concretos; y muchas veces a utilizar a la Iglesia por defender ciertas formas de pensar. La Iglesia tiene que acoger a todos y todas, sin excepción. Siendo instrumentos para crear cohesión y eliminar las polarizaciones que no nos hacen bien en la construcción de una sociedad armónica. Jesús nunca preguntó a las personas que salía a su encuentro y en su auxilio sobre las creencias o ideología que tenían. Jesús se encontraba con la persona en el pleno sentido de la palabra. Si la Iglesia no adopta esta mirada, corre el riesgo de perder el contacto con toda la realidad, de abandonar su necesario papel de inspirar y de acompañar a esta sociedad navarra –que ya es mayor de edad– en toda su complejidad y su diversidad, y en este momento actual. Dicho en negativo, sin adoptar cordial y efectivamente esa “mirada desde abajo” la Iglesia no dejará de ser una pieza de museo de una historia remota, siempre pasada, pero una institución estéril, irrelevante y, por ende, prescindible, salvo para una cada vez más discreto número de más o menos adeptos incondicionales, en el devenir del presente y del futuro de esta sociedad.

Finalizo ya. También esta Iglesia de Navarra se fijará en el desenlace de su vida (Hebreos 13, 7ss). En un tiempo en el que abunda y sobreabunda el magisterio escrito y oral de diversa índole, Dietrich Bonfhoeffer, que también fue pastor, nos muestra que nuestro pueblo necesita más de testimonios que de maestros. Es cierto, escuchamos más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan. Y si escuchamos a los que enseñan, es porque dan testimonio. Sea muy libre para ayudar a esta sociedad a liberarse de lo que esclaviza –parafraseando el lema de su Orden Mercedaria–. Encarne sus enseñanzas y transmita una credibilidad incontestable. Es otra manera de recordarnos que por nuestros frutos nos conocerán y seremos conocidos.

 

*El autor es misionero claretiano

 

 

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