martes, 17 de septiembre de 2019

La burbuja del mindfulness: por qué meditar no es el remedio para todos los males


    @josmrobles

El taller se anunciaba hace año y medio en un colegio público de Villaviciosa de Odón como materia extraescolar, lo mismo que otros centros ofrecen clases de kárate, francés o piano. «El próximo curso seremos pioneros en nuestro cole. Iniciaremos la actividad de mindfulness para niños, así como mindfulness para padres», indicaba la circular. Y luego añadía algo que recordaba un poco al lenguaje de los prospectos. «Se ha observado que los beneficios obtenidos en niños que practican mindfulness son múltiples. Entre otros muchos: mejora la capacidad de atención, concentración y memoria; equilibra las emociones y ayuda a gestionarlas; propicia mejores relaciones interpersonales, ayuda en la resolución de conflictos, reduciendo la violencia y la agresividad y mejora el rendimiento académico».

Con resultados tan apetecibles como señuelo, el taller se impartió entonces y se volverá a impartir este curso en el colegio madrileño, que se ha sumado a la comunidad española del mindfulness. Sí, sí, no haga como que nunca ha oído hablar del tema. Cada mes de septiembre y a principios de año, justo cuando se renuevan los buenos propósitos, las ofertas aparecen aquí y allá: marquesinas de autobús, anuncios en prensa, conferencias online, recomendaciones de famosos como la presentadora Oprah Winfrey...

Igual a usted también le han animado recientemente a descubrir de qué va eso de la atención plena, aunque intentara escabullirse diciendo que no se ve sentándose un rato cada día en posición de flor de loto. Descuide, ni la túnica ni el incienso ni las campanas tibetanas hacen falta para iniciarse en una técnica de meditación a la que cada día se suman nuevos practicantes, ya sean niños de Primaria o gurús tecnológicos que aspiran a recuperar la paz interior.

Sin embargo, la insistencia en promocionarlo como varita mágica contra cualquier malestar contemporáneo y su aroma a budismo new age han provocado que cada vez más analistas consideren al mindfulness el opio del pueblo del siglo XXI. Es cierto que investigadores de la Universidad de Oregon confirmaron en 2010 que la práctica con regularidad de la atención plena aumenta la densidad axonal (las conexiones entre células) y el crecimiento de la mielina, una capa de tejido graso que cumple funciones de protección. Pero de ahí a que en ciertos casos se publicite como botiquín universal —un, dos, tres, respire— hay un trecho.

Ronald Purser, profesor de Gestión Empresarial en la San Francisco State University y verdadero azote del fenómeno, afirma en su último ensayo, publicado en julio, que esta terapia que aboga por la regulación emocional basada en la percepción del momento presente se ha convertido en «la nueva espiritualidad del mundo capitalista».

«El mensaje fundamental del movimiento de la atención plena es que la causa subyacente de la insatisfacción y la angustia está en nuestras cabezas», escribe Purser sobre la aceptación pasiva que implica. «Por supuesto, las reducciones en el estrés y los aumentos en la felicidad y el bienestar personales son mucho más fáciles de vender que las preguntas serias sobre la injusticia, la desigualdad y la devastación medioambiental. Los últimos implican un desafío para el orden social, mientras que los primeros responden directamente a las prioridades del mindfulness: agudizan el enfoque de las personas, mejoran su desempeño en el trabajo y en los exámenes e incluso prometen mejores vidas sexuales».

Purser critica con dureza, por ejemplo, que se esté difundiendo entre ejecutivos de multinacionales como una forma de eliminar el estrés acumulado en semanas de trabajo de hasta 80 horas y, en cambio, no inste a esos profesionales a examinar sus propias decisiones y unas políticas corporativas que «han institucionalizado la codicia, la mala voluntad y el fraude».

«Todo esto puede ayudarte a dormir mejor por la noche», añade el profesor a propósito del envasado y mercantilización a gran escala de la terapia, «pero las consecuencias para la sociedad son potencialmente terribles».

Así, el mindfulness sería una especie de aplicación práctica de la ciencia de la felicidad, ésa en la que confluye igualmente el pensamiento positivo, que dictamina que no hay mejor tratamiento contra el cáncer, el paro de larga duración o un desahucio que el optimismo a toda costa, como denunciaba la doctora estadounidense Barbara Ehrenreich en su ensayo Sonríe o muere (Turner).

«Las personas que trabajamos con mindfulness somos contrarios a presentarlo como panacea», matiza Javier García Campayo, psiquiatra del Hospital Universitario Miguel Servet y coordinador del Máster de mindfulness de la Universidad de Zaragoza, el primero de sus características en España. «Tiene unas indicaciones muy específicas (depresión, ansiedad, estrés, dolor, hipertensión, etc.). Por ejemplo, para el estrés postraumático (supervivientes de terrorismo, guerras, etc.) la terapia más eficaz es la EMDR. Y para fobias es la conductual».

Si se mira con perspectiva, la expansión del mindfulness recuerda a la de los gigantes de Silicon Valley: fulgurante y global. Desde que en 1979 el profesor de Medicina estadounidense Jon Kabat-Zin creó el programa de Reducción del Estrés Basado en Mindfulness (MBSR, por sus siglas en inglés), y más aún desde que en 2014 saltó a la portada de la revista Time ya como tendencia consolidada, este método ha generado abundante literatura científica, nuevas oportunidades de negocio -su industria mueve 3.600 millones de euros al año en todo el mundo-, proyectos gubernamentales como el Mindful Nation británico e incontables cursos, sesiones y experiencias a mitad de camino entre la trascendencia y la autoayuda.

Uno de los ejercicios más populares del mindfulness y, a la vez, frecuente objeto de mofa, es la meditación de la uva pasa. Consiste en invitar a la persona que medita a comerse este fruto seco aplicando el máximo grado de consciencia a cada acción: la propia observación de la pasa en la palma de la mano, el análisis del color y textura, su degustación pausada... Un entrenamiento que, se supone, propicia el control mental y rompe con el ritmo acelerado del día a día. Aplicado al fútbol, un poco lo que hacía Xavi en la selección del tiqui-taca.

«Vivimos en la sociedad de las prisas. Todo tiene que ser en el menor tiempo posible y rendir los mayores beneficios. El mindfulness, si llegamos a él en cuanto producto de marketing, y no por una reflexión y elección personal, entra también dentro de esa dinámica. Pasaría lo que con las dietas y tantas ofertas ad hoc», reconoce Agustín Moñivas, Doctor en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid y responsable de su cátedra de mindfulness y Ciencias Cognitivas.

Subraya este especialista que el programa más popular —el MBSR— dura ocho semanas e implica trabajar en casa en función de la disponibilidad. «Cada uno llega a un punto determinado dependiendo de su grado de compromiso con la práctica y a donde quiera ir. Como decía Walter Benjamín, 'a veces cuando llegamos a nosotros mismos queremos salir corriendo'».

Que el mindfulness esté siendo capaz de destronar como instrumento de autoexploración favorito de Occidente no ya a la filosofía o al yoga, sino a la psicoterapia en diván de toda la vida, también se explicaría en estos tiempos de chamanismo y coaching, de terraplanistas y antivacunas, por la fascinación hacia una región emergente del mundo: Asia.

Lo sugiere JM Mulet, profesor de Biotecnología en la Universidad Politécnica de Valencia y uno de los mayores expertos en pseudociencia de España. «Ha influido que se basa en la meditación vipassana, que es una técnica oriental y ahora mismo todo lo oriental está de moda», explica el docente. «Y ahí viene el problema: bajo la etiqueta de mindfulness podemos encontrar psicólogos serios, pero también charlatanes sin ninguna titulación profesional».

Andrés Martín Asuero fue el pionero en la introducción de los cursos MBSR en España. Confiesa sin reparo que, como todo fenómeno que crece muy rápido, el mindfulness tiene dos caras: «La amable es que ahora está disponible para muchas personas en distintas ciudades y centros de formación. La otra es que hay programas que se promocionan en formatos o condiciones que quizás no son muy eficaces, impartidos por instructores que no siempre tienen una formación suficiente y que ante el desconocimiento de los asistentes se hacen pasar por expertos».

Un Ronald McDonald de pega recibe a los turistas en Bangkok con las palmas de las manos juntas, como si estuviera a punto de decir namaste. Para los monjes budistas, la escultura del payaso corporativo de la multinacional de las hamburguesas seguramente sea una aberración. Para otros ciudadanos, tailandeses o no, el maniquí tal vez represente una concesión al omnipresente imperialismo yanqui. Y para la mayoría de los que se tropiezan con el clown no dejará de ser una curiosidad local ante la que hay plantarse con el móvil para hacerse el selfi de rigor. Con todo, lo cierto es que el payaso zen es la metáfora perfecta de la mezcla de meditación y negocio, de la búsqueda en paralelo del equilibrio y el beneficio económico.

Al engendro incluso le han puesto nombre: McMindfulness.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.