@josmrobles
El taller se
anunciaba hace año y medio en un colegio público de Villaviciosa de Odón como
materia extraescolar, lo mismo que otros centros ofrecen clases de kárate,
francés o piano. «El próximo curso seremos pioneros en nuestro cole.
Iniciaremos la actividad de mindfulness para niños, así como mindfulness para
padres», indicaba la circular. Y luego añadía algo que recordaba un poco al
lenguaje de los prospectos. «Se ha observado que los beneficios obtenidos en
niños que practican mindfulness son múltiples. Entre otros muchos: mejora la
capacidad de atención, concentración y memoria; equilibra las emociones y ayuda
a gestionarlas; propicia mejores relaciones interpersonales, ayuda en la
resolución de conflictos, reduciendo la violencia y la agresividad y mejora el
rendimiento académico».
Con resultados
tan apetecibles como señuelo, el taller se impartió entonces y se volverá a
impartir este curso en el colegio madrileño, que se ha sumado a la comunidad
española del mindfulness. Sí, sí, no haga como que nunca ha oído hablar del
tema. Cada mes de septiembre y a principios de año, justo cuando se renuevan
los buenos propósitos, las ofertas aparecen aquí y allá: marquesinas de
autobús, anuncios en prensa, conferencias online, recomendaciones de famosos
como la presentadora Oprah Winfrey...
Igual a usted
también le han animado recientemente a descubrir de qué va eso de la atención
plena, aunque intentara escabullirse diciendo que no se ve sentándose un rato
cada día en posición de flor de loto. Descuide, ni la túnica ni el incienso ni
las campanas tibetanas hacen falta para iniciarse en una técnica de meditación
a la que cada día se suman nuevos practicantes, ya sean niños de Primaria o
gurús tecnológicos que aspiran a recuperar la paz interior.
Sin embargo, la
insistencia en promocionarlo como varita mágica contra cualquier malestar
contemporáneo y su aroma a budismo new age han provocado que cada vez más
analistas consideren al mindfulness el opio del pueblo del siglo XXI. Es cierto
que investigadores de la Universidad de Oregon confirmaron en 2010 que la
práctica con regularidad de la atención plena aumenta la densidad axonal (las
conexiones entre células) y el crecimiento de la mielina, una capa de tejido
graso que cumple funciones de protección. Pero de ahí a que en ciertos casos se
publicite como botiquín universal —un, dos, tres, respire— hay un trecho.
Ronald Purser,
profesor de Gestión Empresarial en la San Francisco State University y
verdadero azote del fenómeno, afirma en su último ensayo, publicado en julio,
que esta terapia que aboga por la regulación emocional basada en la percepción
del momento presente se ha convertido en «la nueva espiritualidad del mundo
capitalista».
«El mensaje
fundamental del movimiento de la atención plena es que la causa subyacente de
la insatisfacción y la angustia está en nuestras cabezas», escribe Purser sobre
la aceptación pasiva que implica. «Por supuesto, las reducciones en el estrés y
los aumentos en la felicidad y el bienestar personales son mucho más fáciles de
vender que las preguntas serias sobre la injusticia, la desigualdad y la
devastación medioambiental. Los últimos implican un desafío para el orden
social, mientras que los primeros responden directamente a las prioridades del
mindfulness: agudizan el enfoque de las personas, mejoran su desempeño en el
trabajo y en los exámenes e incluso prometen mejores vidas sexuales».
Purser critica
con dureza, por ejemplo, que se esté difundiendo entre ejecutivos de
multinacionales como una forma de eliminar el estrés acumulado en semanas de
trabajo de hasta 80 horas y, en cambio, no inste a esos profesionales a
examinar sus propias decisiones y unas políticas corporativas que «han
institucionalizado la codicia, la mala voluntad y el fraude».
«Todo esto puede
ayudarte a dormir mejor por la noche», añade el profesor a propósito del
envasado y mercantilización a gran escala de la terapia, «pero las
consecuencias para la sociedad son potencialmente terribles».
Así, el
mindfulness sería una especie de aplicación práctica de la ciencia de la
felicidad, ésa en la que confluye igualmente el pensamiento positivo, que
dictamina que no hay mejor tratamiento contra el cáncer, el paro de larga
duración o un desahucio que el optimismo a toda costa, como denunciaba la
doctora estadounidense Barbara Ehrenreich en su ensayo Sonríe o muere (Turner).
«Las personas que
trabajamos con mindfulness somos contrarios a presentarlo como panacea», matiza
Javier García Campayo, psiquiatra del Hospital Universitario Miguel Servet y
coordinador del Máster de mindfulness de la Universidad de Zaragoza, el primero
de sus características en España. «Tiene unas indicaciones muy específicas
(depresión, ansiedad, estrés, dolor, hipertensión, etc.). Por ejemplo, para el
estrés postraumático (supervivientes de terrorismo, guerras, etc.) la terapia
más eficaz es la EMDR. Y para fobias es la conductual».
Si se mira con
perspectiva, la expansión del mindfulness recuerda a la de los gigantes de
Silicon Valley: fulgurante y global. Desde que en 1979 el profesor de Medicina
estadounidense Jon Kabat-Zin creó el programa de Reducción del Estrés Basado en
Mindfulness (MBSR, por sus siglas en inglés), y más aún desde que en 2014 saltó
a la portada de la revista Time ya como tendencia consolidada, este método ha
generado abundante literatura científica, nuevas oportunidades de negocio -su
industria mueve 3.600 millones de euros al año en todo el mundo-, proyectos
gubernamentales como el Mindful Nation británico e incontables cursos, sesiones
y experiencias a mitad de camino entre la trascendencia y la autoayuda.
Uno de los
ejercicios más populares del mindfulness y, a la vez, frecuente objeto de mofa,
es la meditación de la uva pasa. Consiste en invitar a la persona que medita a
comerse este fruto seco aplicando el máximo grado de consciencia a cada acción:
la propia observación de la pasa en la palma de la mano, el análisis del color
y textura, su degustación pausada... Un entrenamiento que, se supone, propicia
el control mental y rompe con el ritmo acelerado del día a día. Aplicado al
fútbol, un poco lo que hacía Xavi en la selección del tiqui-taca.
«Vivimos en la
sociedad de las prisas. Todo tiene que ser en el menor tiempo posible y rendir
los mayores beneficios. El mindfulness, si llegamos a él en cuanto producto de
marketing, y no por una reflexión y elección personal, entra también dentro de
esa dinámica. Pasaría lo que con las dietas y tantas ofertas ad hoc», reconoce
Agustín Moñivas, Doctor en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid
y responsable de su cátedra de mindfulness y Ciencias Cognitivas.
Subraya este
especialista que el programa más popular —el MBSR— dura ocho semanas e implica
trabajar en casa en función de la disponibilidad. «Cada uno llega a un punto
determinado dependiendo de su grado de compromiso con la práctica y a donde
quiera ir. Como decía Walter Benjamín, 'a veces cuando llegamos a nosotros
mismos queremos salir corriendo'».
Que el
mindfulness esté siendo capaz de destronar como instrumento de autoexploración
favorito de Occidente no ya a la filosofía o al yoga, sino a la psicoterapia en
diván de toda la vida, también se explicaría en estos tiempos de chamanismo y
coaching, de terraplanistas y antivacunas, por la fascinación hacia una región
emergente del mundo: Asia.
Lo sugiere JM
Mulet, profesor de Biotecnología en la Universidad Politécnica de Valencia y
uno de los mayores expertos en pseudociencia de España. «Ha influido que se
basa en la meditación vipassana, que es una técnica oriental y ahora mismo todo
lo oriental está de moda», explica el docente. «Y ahí viene el problema: bajo
la etiqueta de mindfulness podemos encontrar psicólogos serios, pero también
charlatanes sin ninguna titulación profesional».
Andrés Martín
Asuero fue el pionero en la introducción de los cursos MBSR en España. Confiesa
sin reparo que, como todo fenómeno que crece muy rápido, el mindfulness tiene
dos caras: «La amable es que ahora está disponible para muchas personas en
distintas ciudades y centros de formación. La otra es que hay programas que se
promocionan en formatos o condiciones que quizás no son muy eficaces,
impartidos por instructores que no siempre tienen una formación suficiente y que
ante el desconocimiento de los asistentes se hacen pasar por expertos».
Un Ronald
McDonald de pega recibe a los turistas en Bangkok con las palmas de las manos
juntas, como si estuviera a punto de decir namaste. Para los monjes budistas,
la escultura del payaso corporativo de la multinacional de las hamburguesas
seguramente sea una aberración. Para otros ciudadanos, tailandeses o no, el
maniquí tal vez represente una concesión al omnipresente imperialismo yanqui. Y
para la mayoría de los que se tropiezan con el clown no dejará de ser una
curiosidad local ante la que hay plantarse con el móvil para hacerse el selfi
de rigor. Con todo, lo cierto es que el payaso zen es la metáfora perfecta de
la mezcla de meditación y negocio, de la búsqueda en paralelo del equilibrio y
el beneficio económico.
Al engendro
incluso le han puesto nombre: McMindfulness.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Identifícate con tu e-mail para poder moderar los comentarios.
Eskerrik asko.