miércoles, 26 de junio de 2013

Lecturas para tiempos de crisis económica (I)

“Buscarás la justicia y sólo la justicia” (Deut. 16,20)


                                                                                               Jose Ignacio González Faus
Actualidad Bibliográfica 99 (2013) 5-17

La crisis económica, tanto la española como la universal, ha desencadenado una gran cantidad de literatura casi imposible de abarcar, a menos que escribiéramos otro libro más. En este boletín elijo algunos libros que, por un afán formal de compleción (ya que no puedo ser materialmente completo) me gustaría dividir en tres capítulos: el pasado o historia de la crisis, nuestro presente en la lucha contra ella, y algunas lecciones para el futuro. Aunque es probable que no las aprendamos, si es cierto que “el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma crisis”

I.- HISTORIAS DE LA CRISIS.
En este capítulo seré mucho más breve porque los orígenes de la crisis pertenecen ya al pasado. Pero puede ser útil evocar en dos trazos rápidos a:
LEOPOLDO ABADÍA, La crisis Ninja y otros misterios de la economía actual, Madrid 2010.
Un libro breve y pedagógico que tuvo el mérito de ser de los primeros en trazar esa línea sinuosa que va desde la decisión de un particular norteamericano de prestar dinero a malos pagadores para resarcirse con unos intereses más altos o unas apropiaciones cuyo valor iba creciendo, hasta el desmoronamiento global de todas las economías. La aparente neutralidad del libro puede ser completada con:
ERNESTO EKAIZER, Indecentes. Crónica de un atraco perfecto, Barcelona 2012.
Un periodista conocido,  combativo, buen analista y bien informado. Por si no estuviera claro lo que indican el título y subtítulo, este libro lleva otro ante-título que reza: Por qué lo llaman crisis cuando es una estafa. Y resumiendo una de sus tesis fundamentales puede formularse así: “Existen intereses creados que obstaculizan la capacidad intelectual de economistas y analistas” (51).

Como ejemplo de esas cegueras intelectuales puede servir la afirmación de Rodrigo Rato en 2002: “no estamos ante una burbuja; estamos ante una demanda muy poderosa que se mantiene, aunque se está moderando” (66). Que nos evoca la tantas veces citada de Zapatero unos años después: no estamos ante una crisis.  Aun aceptando que el interés que los cegó fue el de crear optimismo u no pesimismo, lo innegable es la ceguera de ambas afirmaciones. Y el ejemplo cumbre, y reconocido, son estas palabras del señor Greenspan (presidente de la Reserva Federal de EE.UU), en 2008 ante el congreso USA: “todavía no entiendo completamente por qué ha ocurrido” (86). Una frase así, ante algo tan clamoroso y que se podía ver venir, sólo se explica porque esos intereses creados le cegaron los ojos. A menos que queramos admitir que Greenspan sabía bien que estaba empujando el mundo hacia el abismo, pero tenía intereses personales (o grupales) para embarcarse en ese riesgo.

En este marco de intereses creados nos recuerda el autor que De Guindos, en 2006 fue nombrado presidente ejecutivo de Lehman Brothers[1] para España y Portugal… (43). Es como decirnos qué es lo que podíamos esperar de un tal ministro.

II.- SALIDAS DE LA CRISIS.

PAUL KRUGMAN, Acabad ya con esta crisis. Ed. Crítica 2012.

La obra de este premio Nobel es un alegato en favor de políticas keynesianas, que son las que nos sacaron de la crisis anterior y que hoy son rechazadas interesadamente por los grandes poderes de la tierra que están ya más a la derecha de Milton Friedman (p. 141-42). El autor señala que Obama fue más keynesiano al comienzo (entre el 2009-11) pero luego acabó entrando en el juego conservador.

Intentaremos sistematizar el libro recurriendo a una especie de “índice temático” personal.

1.- Diagnóstico. El resultado de la crisis está siendo:

a) los riquísimos todavía más ricos y los trabajadores normales o clases medias cada vez más pobres (83-95).

b) “la prolongada debilidad de la economía pasará factura en su potencia a largo plazo” (24). Esto quiere decir que recuperarnos no será volver a lo de antes, y que pasará mucho tiempo hasta que (aun estando ya fuera de  la crisis) recuperemos los niveles de bienestar anteriores a ella. Sobre todo las víctimas tendrán que seguir pasándolo peor.

Y c) “lo más indignante es que no hay ninguna necesidad de que pase lo que está pasando: no ha venido una plaga de langostas ni hemos perdido nuestra pericia tecnológica” (29). Sólo ha ocurrido lo que el autor describe con una frase espléndida de  Upton Sinclair,  y que concreta la palabra interés subrayada en párrafos anteriores: “es difícil conseguir que un hombre comprenda algo cuando su salario depende de que no lo comprenda” (citado en p. 97)…

2.- Tesis del libro: “Si las cosas que normalmente se consideran adecuadas y prudentes nos hacen ir a peor en la situación actual, ¿no supone esto que, de hecho, deberíamos estar haciendo lo contrario? Y la respuesta, básicamente, es sí. En un momento en que muchos deudores intentan aumentar el ahorro y cancelar las deudas, es importante que alguien haga lo contrario, es decir: gaste más y tome más dinero prestado. Y ese alguien no es otro que el gobierno… Para responder a la clase de depresión a que nos enfrentamos necesitamos el gasto del gobierno” (63). Por tanto:

3.- Basta de austeridad. La hora de la austeridad se da en tiempos de auge, no de depresión, decía Keynes. “En una situación de profunda depresión económica y con las tasas de interés rondando el cero, los recortes de gastos no se pueden compensar y contribuyen a deprimir más la economía” (p. 207). Demasiadas personas de las que más pesan han elegido olvidar esta lección de la historia. ¿Interesadamente?

Aquí evoca el autor lo que él llama “la paradoja del ahorro” y que consiste en que conductas lógicas a niveles individuales pueden ser catastróficas a niveles colectivos[2]. La austeridad y la abstención de consumo pueden (¡deben!) funcionar a niveles de una crisis individual, pero no en el conjunto de una sociedad: “a medida que la economía ahonde en su estado de depresión, las empresas invertirán menos, no más”- Y por eso: “en el intento de ahorrar más desde el punto de vista personal, los consumidores terminan ahorrando menos en conjunto” (61). Por tanto, hay que activar la demanda y eso sólo puede hacerlo el gobierno creando obra pública (y, si hace falta, imprimiendo dinero, que será una forma de devaluación).

El autor comenta largamente que ésta fue también la lección de la guerra, que funcionó durante medio siglo.  Por eso le parece incomprensible que,  más tarde, a partir de la subida de Reagan, se eliminaran las regulaciones introducidas en la década de los 30, como la ley Glass Steagal (de 1933) que limitaba los riesgos que puede asumir un banco, y acabó siendo abolida por Clinton (p. 60). Resulta también inaudito que, en 2011, el presidente del BCE (Trichet) declarara que “la idea de que las medidas de austeridad podrían causar un estancamiento es incorrecta” (200). Los hechos le dejaron en ridículo: pues la austeridad ostentosa no hizo más que aumentar la desconfianza de los mercados[3].

Tampoco Europa tendría por qué encontrarse tan mal, con una deuda privada y pública inferior a la de EEUU, con una inflación parecida y un balance más o menos equilibrado por cuenta corriente. El problema ha sido que Europa es sólo una colección de países pero no una unidad (192). En esta situación de poca cohesión, “la creencia de que la crisis europea se debe ante todo a déficits presupuestarios excesivos por los que los países se endeudaron en exceso y por lo que ahora lo importante es establecer unas normas que impidan que la historia se vuelva a repetir” (190) ha sido lo que el autor califica como “el gran engaño europeo”. En este contexto, Alemania ha adoptado un tono moralista con el que fustiga a los otros en interés propio (33).  Europa tenía que haber actuado como Islandia, cuyo desastre fue tan grande que no cabría esperar que estuviera hoy como está.  Pero Islandia no se hizo responsable de las deudas de sus banqueros y dejó caer su moneda. El problema ha sido que muchos países europeos no tenían moneda propia (194).

Aquí añade el autor una reflexión sobre el euro: “una moneda común, sin haber creado antes la clase de unión política y económica que esa moneda común exige, se ha convertido en una fuente gigantesca de debilidad y crisis renovada” (p. 28). De hecho, los países del sur de Europa están menos endeudados de lo que está Japón o de lo que estuvo Inglaterra en gran parte del s. XX: su único problema es que, en tal situación, no tienen moneda propia como los otros países (151-52). Por eso “desde principios de 2011, el euro ha supuesto una clara penalización: los países que usan el euro tienen que afrontar costes de préstamos más elevados que otros países con un panorama económico y fiscal parecido (196). El BCE debió actuar paliando estos inconvenientes pero los países más ricos se lo impidieron.

4.- No temer a la deuda.- El problema no es la deuda sin más: lo decisivo es quién debe el dinero (157). Por eso no supondrá ninguna tragedia que la deuda siga aumentando, a condición de que lo haga más lentamente que la inflación y el crecimiento económico (152). 

5.- Ni temer a la inflación que es otra “amenaza fantasma”: “la realidad es que la inflación, de hecho, es demasiado baja y en Europa esto forma parte de una situación extremadamente dificultosa” (178).

6.- En conclusión: “los cambios en el gasto gubernamental mueven la producción y el empleo en la misma dirección: si se gasta más crecerán tanto el PIB como el empleo, si se gasta menos menguarán ambos” (225-26). “Si se pone dinero en manos de quienes lo necesitan es muy probable que lo gasten y eso es exactamente lo que necesitamos que pase” (229). Tanto lo necesitamos que eso es hoy obligatorio, porque “decenas de millones de nuestros conciudadanos atraviesan grandes dificultades, y las perspectivas de futuro de los jóvenes se debilitan con cada mes que pasa. Son principios económicos consagrados por el tiempo, cuya validez han reforzado aún más los acontecimientos recientes” (243). Y por tanto, deberíamos saber que “los riesgos de hacer demasiado poco son muy superiores a los de emprender de más” (228).

ECONOMISTAS FRENTE A LA CRISIS (EFC). No es economía, es ideología. Deusto 2012.
Los autores son un grupo de economistas, agrupados en la sigla EFC, que se manifiestan totalmente contrarios a las políticas imperantes para salir de la crisis. Todos coinciden en lo que insinúa el título del libro: la crisis se ha convertido en una coartada para cambiar nuestro modo de convivencia social (10). Se produjo por falta de regulación y se la quiere resolver desregulando más: a eso llaman hipócritamente reformas pero, en realidad, son “contrarreformas” (11. Y su objetivo es “reducir drásticamente la labor del estado como redistribuidor de rentas” y “modificar los equilibrios entre empresarios y trabajadores en el seno de la empresa” (42), quebrando la capacidad de los sindicatos.

Sobre esto incide “la lucha entre los estados de la UE para aumentar su cuota de poder”; y algunos de ellos, “liderados por Alemania, no han resistido a la tentación de aprovechar la oportunidad para alcanzar una posición dominante, reduciendo a otros países a la condición de dependientes” (43) mediante el control del BCE, del euro, del Banco europeo de inversiones y de pactos de estabilidad que estaban pensados para una situación normal de crecimiento y empleo, pero no para una situación de crisis. La clase política europea hace oídos sordos al clamor popular y “sigue haciendo del ajuste y de la austeridad su modo de enfrentar la crisis”.

Ello se debe a que “la mayoría de los dirigentes políticos no son economistas” y sólo han aprendido “en dos tardes” unas pocas ideas escolásticas (p. 253), como si la economía fuera simplemente mecánica. Pero esas ideas escolásticas no funcionan en situaciones como la nuestra. Valga como ejemplo la necesidad de controlar la inflación, cuando según el premio Nobel J. Stiglitz: “la idea de que el control de inflación traerá consigo la estabilidad entre la producción real y la potencial es esencialmente un error” (p. 256). Su defensa entonces se reduce a la repetida ideología de que toda propuesta alternativa “es perversa” (sólo servirá para empeorar), “es inútil” (porque la economía funciona por leyes inalterables) y además supone “un riesgo demasiado alto” (261). Atrincherados en estas “retóricas de la intransigencia” (A. O. Hirschman) desautorizan cualquier propuesta alternativa ya antes de que empiece a hablar.

Hay que añadir que, como todos los libros de varios autores, es desigual, pretende hablar de todo (finanzas, mercado de trabajo, fiscalidad, bancos, energía, medio ambiente…) y algunos capítulos son minuciosamente técnicos. Pero se muestra muy crítico con nuestra ley de reforma laboral y comulga con la sensación de la calle de que todo lo que se está buscando es cómo salir de la crisis “sin que se vean afectados los más poderosos y más favorecidos” (15).

JUAN TORRES LÓPEZ, Contra la crisis, otra economía y otro modo de vivir. HOAC, Madrid 2011.

En España el autor no necesita presentación y es una de las voces más autorizadas entre los economistas críticos. Había participado, junto con Vicenç Navarro y Alberto Garzón en otro libro anterior, asequible además en la red: Hay alternativas[4]. En línea con los antes reseñados, incide en que las políticas contra la crisis sólo servirán para enriquecer más y aumentar el poder de los grupos oligárquicos y para empobrecer más a millones de personas. Pese a estar hecho recogiendo artículos anteriores, el libro no carece en absoluto de unidad. Una primera parte analiza la crisis en nuestro país, desde el marco de un sistema que es “una maquinaria de empobrecimiento” y que ha contado con la complicidad de los bancos centrales. Dedica tres capítulos muy importantes a la desigualdad, y concluye con la tesis de que “otra economía es posible”. Pero… es “una economía con más ética, más política y más amor” (título del epílogo).

El libro es de lectura asequible incluso para el profano como yo. Está escrito con un pathos contagioso, pone de relieve los silencios interesados que acompañan a muchas declaraciones de nuestros gobiernos y abunda en infinidad de datos comparativos que ayudan a abrir los ojos y saber dónde estamos. Pongo dos ejemplos a boleo: “un estudio de Consultores de Gobierno Corporativo señalaba que, a finales de 2006, diez familias y una veintena de empresarios (la mayoría de los cuales se enriquecieron y consolidaron su riqueza durante el franquismo) tenían en esa fecha bajo su control a 19 de las 35 mayores empresas cotizadas en España y eran propietarios del 20’14 de su capital” (66). Y otro ejemplo más global: en 2009 hubiesen sido necesarios 2.400 millones de dólares[5] para salvar “a tres millones de madres y siete millones de recién nacidos”… Pues bien, sólo el Banco de Santander y sólo durante el primer trimestre de 2009 obtuvo un beneficio de 2.100 millones de euros… Y los gobiernos europeos han destinado 3’7 billones de euros para el rescate bancario” (p. 24).

No es de extrañar pues que el autor se sume a estas palabras de Federico Mayor Zaragoza: “Hay que enfrentarse a esos sinvergüenzas que nos decían que no había medios para reducir a la mitad el hambre en el mundo en 2015, esos mismos que luego hablaban de 700.000 millones de dólares para rescatar a las financieras y decirles que ahora toca rescatar a los desfavorecidos”.

Para terminar este capítulo podríamos decir que los libros presentados confirman el Manifiesto de economistas aterrados, Ediciones Barataria, Barcelona 2011.

Apareció en Francia en 2010 con la firma de más de 600 economistas que, al año siguiente, habían llegado a 3000. Un librito breve (64 páginas) y bastante asequible cuya preocupación era ver que, en medio del escándalo de las “subprimes” y demás perlas, las voces con más audiencia de nuestra economía seguían confirmando sin parpadear, todos los principios del neoliberalismo que habían llevado a la crisis. El Manifiesto aspiraba sobre todo (aunque proponía también 22 alternativas) a desmontar “diez mitos” que constituyen el punto de partida de cualquier economía teórica actual y que son todos falsos. Por ejemplo: que los mercados financieros son eficientes, que favorecen el crecimiento público y juzgan bien la solvencia de los estados; que hay que reducir gastos para reducir la deuda pública; y que hay que tranquilizar a los mercados para poder financiarla; que el euro era un escudo contra la crisis y que la crisis griega nos permitía avanzar hacia un modelo de solidaridad europea…

Lo que sobre todo provocaba el terror de esos economistas es que, al no poner impuestos a los ricos, éstos adquieren títulos de deuda pública (a la que se ven abocados los gobiernos por la falta de ingresos fruto de esa falta de impuestos); y que luego hay que pagarles a los ricos los intereses de esa deuda. Defender esa forma de economía no está lejos de la ceguera interesada de que hablaban las reseñas anteriores.





[1] El Banco de inversiones cuya caída desencadenó toda la crisis.
[2] Me permito poner un ejemplo personal: si está ardiendo tu casa debes salir corriendo, pero si eso ocurre en un local donde hay miles de personas, pueden provocarse atropellos y muertes superfluas
[3]  Esa misma mentalidad se refleja en nuestra Ley de reforma laboral. Y cuando resulta que esa ley ha creado ochocientos mil parados más que en el mismo período del año anterior cuando no existía, se atreven a decirnos que la ley ha funcionado porque sin ella, “aún se habría creado más desempleo”… Si no hay ahí intereses creados “que venga Dios y lo vea”.
[4] Prologado por N. Chomski, libro que la editorial Aguilar se negó a publicar tras haberse comprometido a ello y pudo aparecer en la editorial Sequitur, con la colaboración de ATTAC España.
[5]  Es decir: unos 1.800 millones de euros.

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