El 13 de Enero del año 2000, el Vaticano aceptó la jubilación de D. José Mª Setién como obispo titular de Donostia, (el propio D. José Mª había pedido su renuncia), y nombró como obispo titular de la diócesis guipuzcoana, al vizcaíno, euskaldun, D. Juan Mª Uriarte Goiricelaya, que había sido durante años obispo auxiliar de Bilbao, y en ese momento era obispo titular de la castellana diócesis de Zamora. D. Juan Mª Uriarte se responsabilizó de la diócesis a partir del 27 de Febrero del 2000 y la presidió hasta su jubilación el 9 de Enero de 2010. Actualmente, Donostia, será una de las pocas diócesis con dos obispos eméritos, que Dios guarde muchos años.
Don Juan María asumió de buen grado y con gran ánimo el estilo de la vida diocesana que, como hemos expresado en el artículo anterior se había organizado en los años inmediatamente anteriores de D. José María, y que como también hemos apuntado quedó fijado en el documento, “Una iglesia al servicio del Evangelio” de Enero de 1999. El nuevo equipo diocesano , vicarios y secretaria general, que acompañó a D. Juan María a lo largo de los 9 años que duró su responsabilidad episcopal, tuvo dicho documento como una de las bases principales de la trayectoria pastoral que marcarían a lo largo de esos años. Con lo cual se dio una recreación en las nuevas circunstancias de aquello que había sido consensuado, con base en el Vaticano II, por una buena parte de la Iglesia de Gipuzkoa. Claro está que esta recreación se hizo también desde las características específicas del nuevo obispo y del equipo que le acompañó. Pero creemos que la línea de humanismo propositivo y abierto del Vaticano II, con que, de alguna manera, caracterizamos la etapa anterior tuvo una fuerte continuidad.
Como hemos visto por los títulos de algunas de las cartas conjuntas de los obispos de Navarra y el País Vasco, las diócesis vascas y la nuestra de Gipuzkoa en particular estaban siendo gravemente afectadas por una realidad que iba creciendo con fuerza y que iba modificando en profundidad el panorama religioso de las mismas, se trataba del problema de la increencia. De una sociedad que todavía los años 60 e incluso 70 podía hablarse como “euskaldun,- fededun”,donde el cristianismo era mayoritario no sólo en número sino en influencia social, pasábamos a ser un cristianismo , que aun cuando mantuviera un espacio social amplio, era en su peso social, y en sus realizaciones minoritario. En el desarrollo de esta increencia, se dio , primero, un desenganche por motivos socio-políticos durante el último franquismo y los primeros años de la transición, posteriormente se vivió y se vive una desafección no sólo de la Iglesia como institución, sino una increencia que era y es ateísmo militante en una minoría, agnosticismo abierto, en una proporción mucho mayor, y sobre todo se ha dado el avance importante de una indiferencia hacia lo religioso en general y hacia lo cristiano-católico en particular, que iban y van cambiando el ámbito y el espacio de vida cristiana y en consecuencia de la aplicación de la herencia del Vaticano II.
Algunas consecuencias de esta nueva situación se hicieron patentes, precisamente durante estos años 2000-2010. Disminución del personal sacerdotal y religioso, e incluso de laicos corresponsables de la época anterior. Envejecimiento y debilitamiento de los responsables y personas de las comunidades. Falta de vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa. Dificultades que se hacían más fuertes en lo que respecta a la pastoral juvenil y familiar. Cierto cansancio y desaliento, especialmente en los sacerdotes, ante la falta de respuesta a algunas iniciativas pastorales nuevas.
A pesar de esto se continuó trabajando en la línea del Vaticano II, pues tanto en el obispo como en sus más directos colaboradores se entendía que precisamente la aplicación creativa del Concilio era la respuesta pastoral más adecuada al nuevo panorama religioso que afectaba a nuestra diócesis, y se siguió trabajando en la tarea.
En primer lugar en la reflexión y actitud teológico pastoral en torno al tema de la violencia y la pacificación. Al año de su llegada a la diócesis, Mgr. Uriarte, junto a Mgr. Blázquez y Mgr. Asurmendi, llevaron a cabo aquella ORACIÓN POR LA PAZ de las campas de Armentia, el 13 de Enero de 2001, en la que participaron muchísimos cristianos. Y en la que se plasmó un modelo de paz, amplio y necesario, más allá del cese de la violencia de ETA, y de los intereses particulares de los partidos políticos: “Guztion artean BAKEA guztion alde” “Entre todos PAZ para todos”. “Particularmente importante fue también la publicación por parte de los mismos obispos del documento “Preparar la paz” el 30 de Mayo de 2002. Documento que provoco una fuerte reacción en los dirigentes de los partidos políticos estatales, y hasta en la misma Conferencia Episcopal Española. La lectura a día de hoy de dicho documento, nos permite apreciar la justeza y adecuación de sus propuestas al grave problema de la violencia y la pacificación. En Noviembre del mismo año la Conferencia Episcopal Española aprobó y publicó una instrucción VALORACIÓN MORAL DEL TERRORISMO EN ESPAÑA, DE SUS CAUSAS Y DE SUS CONSECUENCIAS , de alguna manera, respuesta al documento de los obispos vascos, en el que además de una valoración moral del terrorismo, hacía igualmente una del nacionalismo como forma política, que constituía un grave error, cuando no una voluntad de considerar moralmente válido sólo el nacionalismo español. D. Juan Mª Uriarte manifestó públicamente que no se adhería a dicho documento en todos sus contenidos. Fue un gesto profético importante frente a una valoración más política que moral que hacía la Conferencia Episcopal Española. La Iglesia guipuzcoana siguió trabajando de este modo y en distintos niveles y modos el problema de la pacificación de los que la Marcha a Arántzazu, el sábado anterior al domingo de Ramos, presidida siempre por D. Juan Mª, queda como uno de los eslabones de ese deseo de pacificación de entre todos y para todos.
En la aplicación de las coordenadas del Vaticano II a la organización de la vida diocesana, tenemos que constatar que el máximo de democracia se vio algo reducido en la elección de los cargos diocesanos, y en algún veto que D. Juan María opuso a algún sacerdote para el acceso a los mismos. No obstante el grueso de la organización siguió funcionando como de costumbre, manteniendo las instituciones que hemos citado en el artículo anterior.
Durante estos 9 años, hubo iniciativas muy serias que ayudaron a llenar algunos vacíos importantes, o a recrear en las nuevas condiciones intuiciones conciliares sustanciales. Una de las más valiosas creemos que fue la creación de los grupos de “LECTURA DE LA BIBLIA”, que se extendieron por toda la geografía diocesana y que iniciaron a tantos cristianos en la lectura e interpretación de la misma. Además de esta iniciativa , también, las Jornadas Pastorales que preparaban teológica y pastoralmente cada curso; los materiales publicados para ayuda de las charlas o celebraciones cuaresmales; las cartas del Obispo de Adviento y Cuaresma,, y especialmente sus publicaciones en torno a la vida y formación espiritual tanto del laicado como de los sacerdotes forman un conjunto variado pero homogéneo que manifiesta el intento de llevar a cabo aquello que hemos recogido de D. José Mª Setién al final del artículo anterior. “Gipuzkoa necesita de Jesucristo y nosotros tenemos que dárselo. Queremos hacer una iglesia cada vez más abierta al mundo, más firme en el evangelio de Jesús. Más convencida de que posee algo que ha de comunicar a los hombres.”.
Esta reflexión y formación teológico-pastoral necesitaba también una reorganización más funcional y eficaz de los recursos humanos y materiales de la diócesis. Y a ello se dedicaron muchas energías para lograr constituir y hacer funcionar las llamadas Pastoal Barriutiak/Unidades Pastorales, que pretendían dar una posibilidad mayor a la corresponsabilidad de los laicos. Las parroquias y las realidades interparroquiales creadas no serían ya casi exclusivamente dirigidas por los sacerdotes, aun con la colaboración de los laicos, sino que serían estos mismos laicos constituidos junto a los sacerdotes en equipos responsables los que articularían y trabajarían los distintos campos de la pastoral. En algunos casos este intento prospero y todavía dura, en otros no fue posible, y hoy parece difícil de reiniciar.
Creemos que el aliento del Espíritu Santo, en el estilo del Vaticano II, fue haciendo camino , y camino importante también en esta etapa. Es verdad que la marea de la indiferencia religiosa ahogó algunas iniciativas, y sobre todo empujó a algunos sacerdotes y laicos mayores a un aguantar resignado, que no contribuía a desarrollar todos los recursos que hemos descrito. Era un problema que se hacía mayor ante la realidad de la jubilación próxima de D. Juan María y la incertidumbre de su sustitución. A pesar de estas condiciones se mantuvo firme el tono y el estilo, insistimos, del Vaticano II. Debemos convencernos de que esta herencia que recibimos es la que puede revitalizarnos también en el presente eclesial. La memoria gozosa debe convertirse en trampolín de estilo renovado de pastoral, y no sólo en nostalgia o melancolía de jeremías paralizados.
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