Del blog humus recogemos un artículo de la serie que va haciendo memoria de la Iglesia en Gipuzkoa. Un ejercio de compatrir una lectura de la apasionate vida diocesana en la diócesis hermana y el cambio que se le quiere imponer. Cuando veas las barbas de tu vecino...
En el tiempo tan difícil que hemos descrito en el artículo anterior, presidió la iglesia guipuzcoana, Mgr. Argaya, como lo hemos dicho; pero a partir del 28 de Octubre de 1972, fue ayudado en esa presidencia y su dirección por Mgr. José Mª Setién y Alberro, nombrado obispo auxiliar por el Papa Paulo VI, -contra viento y marea de las fuerzas más reaccionarias de la iglesia vasca y de la española-. Fue en esa fecha en que en la catedral donostiarra del Buen Pastor, Mgr. Argaya le consagró obispo. A partir de ahí, y hasta el 17 de Febrero de 1979 colaboró con aquel, y nombrado ya obispo titular de Donostia, rigió la diócesis hasta el 13 de Enero del año 2000. Una etapa larga e intensa que duró 27 años y en que la personalidad de Mgr. Setién marcó profundamente la vida cristiana de la diócesis, y la recepción, aplicación y organización de la doctrina y de la praxis del Vaticano II.
En estos largos años de episcopado de Mgr. Setien, podemos distinguir distintas líneas de fuerza en esa aplicación de la doctrina y de la praxis conciliar. La primera y más conocida, en muchas ocasiones y por muchas personas e instituciones rechazada, fue la de su reflexión teológica- pastoral, práxica y canónica respecto del problema de la violencia de ETA y de la violencia en general que vivíamos con tanta tensión, apasionamiento y sobre todo sufrimiento en el País Vasco y Navarra, y que se hacía especialmente intensa en Gipuzkoa. Si hemos de afirmar que muchas personas e instituciones rechazaron , lo que consideramos, su clara doctrina y toma de posición ante la magnitud del problema, tenemos también que afirmar ,igualmente , que la mayoría del pueblo fiel y del clero gipuzkoano vio y vivió , tanto en su doctrina como en su actitud una luz y una dirección que fueron y siguen siendo inestimables, por su contenido evangélico, su clarificación moral, y por la agudeza de sus juicios, Aunque buena parte de ella la dio D. José Mª, al hilo de las circunstancias , no hay duda de que el conjunto de las mismas constituyó para la iglesia gipuzkoana, y para cuantos las quisieran recibir sin “a prioris” interesados una aplicación difícil, pero importante de la doctrina de los derechos humanos que declarara el acontecimiento conciliar en sus documentos, Mantuvo una difícil equilibrio y una extraordinaria independencia frente a las presiones de los distintos poderes políticos, que de una y otra manera trataban de interpretar los horribles acontecimientos que vivíamos ,, al ritmo y forma de los intereses que marcaban sus políticas partidistas, aun cuando todos manifestaran su adhesión a los derechos humanos. La Iglesia gipuzkoana, en general, -no faltaban, los críticos- se sintió en comunión con la ,doctrina y actitudes que la persona de D. José María ofrecía, marcada por una fuerte adhesión a su propia persona.
Si bien esta faceta que acabamos de describir fue la más conocida y conflictiva del episcopado de D. José María, hay otras que no le van a la zaga, y que contribuyeron en buena medida a modelar una iglesia guipuzcoana el estilo del Vaticano II. Algunas dimensiones de esta iglesia que queremos subrayar como fieles realizaciones del Vaticano II, son:
La organización de la diócesis, en torno a las costosas realidades de promoción y corresponsabilidad de los sacerdotes y los seglares. La organización de las distintas instancias eclesiales diocesanas, como el Consejo Pastoral o el Consejo Presbiteral, se hicieron utilizando el máximo de posibilidades democráticas que ofrecía la legislación canónica. Igualmente se fueron constituyendo las distintas comisiones de distintas áreas de trabajo, catequesis, pastoral de la salud, pastoral penitenciaria, jóvenes, Caritas etc. en cada una de las parroquias y arciprestazgos, con el mismo modo con el que se constituyeron los Consejos Diocesanos.. Además de esta organización formal se animó la vida de la diócesis a través de los encuentros de Cestona que fueron constituyendo las bases formativas y prácticas de una renovación conciliar de la iglesia. En el intento de una formación cristiana responsable se constituyeron la Escuela de Tiempo libre, y se reorganizó el instituto teológico Pio XII. Igualmente se revitalizó CARITAS,, tanto en su central donostiarra como en las comisiones diocesanas o arciprestales. Se organizó y apoyó fuertemente el Proyecto HOMBRE, para luchar contra la drogadicción, y la pastoral penitenciaria. Todo esto mientras vivíamos los también difíciles tiempos de la transición democrática, del desarrollo de los gobiernos autonómicas, y bajo la nube oscura , cruel y dolorosa de la sin razón de ETA, de su violencia y de la violencia que generaba en su entorno. Ello fue posible porque una gran parte de los cristianos y sacerdotes guipuzcoanos, estábamos firmemente convencidos de que los criterios conciliares y la aplicación que los mismos estábamos haciendo, constituían un gran bien para nuestras comunidades cristianas e incluso para aquella parte de la población que no se consideraba cristiana. El humanismo cristiano abierto y propositivo del concilio penetró muy profundamente en nuestra comunidades cristianas y en la mayor parte de las cabezas y de los corazones de los creyentes guipuzcoanos. Creemos que este tono y esta sintonía se la debemos al Concilio Vaticano II y en buena parte a la aplicación que del mismo se hizo en el tiempo que comentamos. Creemos igualmente que este es un tesoro evangélico que conviene cuidar, y renovar al hilo de los nuevos problemas que se van suscitando en nuestra diócesis. Cuidar y renovar significa que hay que seguir trabajando para que no se desgaste lo alcanzado por la gracia del Espíritu y en la fidelidad a las grandes orientaciones conciliares.
Las líneas de fuerza de la labor de pastoral de reflexión y vida evangéiica que brevemente hemos descrito, qudaron plasmadas como directrices hacia el futuro próximo de la iglesia de Donostia, en el documento que se aprobó por parte de Mgr. Setién,el 1 de Enero de 1999, y que lleva por título “Una iglesia al servicio del Evangelio “. Era un mes antes de su despedida como obispo de la diócesis. Un documento que creemos que sigue siendo importante para la vida de la diócesis, y que merecería la pena seguir trabajando para renovarlo convenientemente..
Sin duda,quedaban comunidades y personas que interpretaron el concilio desde perspectivas más cerradas, más identitarias, y más en consonancia con la interpretación del mismo que por fuerza, sobre todo de la presión , de una parte romana y otra de la conferencia episcopal española, se han dado posteriormente y que hoy van adquiriendo carta de naturaleza. Seguramente sufrieron durante este tiempo y quizás no tuvimos la suficiente sensibilidad para atender sus demandas. Puede que haya sido uno de nuestros pecados. Habremos de pedir perdón y tenerlo en cuenta en los nuevos momentos en que nos toca vivir. No va a ser fácil. Pero deberemos intentarlo.
Otro de los modos de aplicación del Vaticano II en este tiempo, y que fue importante incluso más allá de las fronteras de nuestra diócesis fueron las Cartas Pastorales que con motivo de la Cuaresma escribieron y publicaron conjuntamente los Obispos de Navarra y el País Vasco. Fueron documentos que desarrollaron, como breves tratados teológico-pastorales, y que además de influir notablemente en estas diócesis tuvieron también una gran difusión e influencia en otras diócesis españolas y que contribuyeron a moldear la vida de no pocos cristianos. Recordamos algunos de ellos, del mayor interés:“Creer hoy en el Dios de Jesucristo (1986); “Identidad cristiana y misión eclesial”(1996); “La oración cristiana, hoy” (1999).
El propio D.Jose María el año 1984, animaba a sus sacerdotes de esta manera:
“Gipuzkoa necesita de Jesucristo y nosotros tenemos que dárselo. Queremos hacer una iglesia cada vez más abierta al mundo, más firme en el evangelio de Jesús. Más convencida de que posee algo que ha de comunicar a los hombres. Esta sería la verdadera identidad de nuestra Iglesia, en un mundo secularizado pero necesitado de Dios. Cada curso es una invitación y una llamada:¿queremos empeñarnos en evangelizar?”.
Somos participantes y herederos de esa Iglesia. ¿ No vamos a animarnos a recrear el tesoro que por gracia de Dios se nos ha dado?.
Para leer toda la serie:
El desánimo en la vida de la fe (VI)
El tiempo de Mgr. José M. Setién Alberro.
En el tiempo tan difícil que hemos descrito en el artículo anterior, presidió la iglesia guipuzcoana, Mgr. Argaya, como lo hemos dicho; pero a partir del 28 de Octubre de 1972, fue ayudado en esa presidencia y su dirección por Mgr. José Mª Setién y Alberro, nombrado obispo auxiliar por el Papa Paulo VI, -contra viento y marea de las fuerzas más reaccionarias de la iglesia vasca y de la española-. Fue en esa fecha en que en la catedral donostiarra del Buen Pastor, Mgr. Argaya le consagró obispo.
El desánimo en la vida de la fe (V)
El tiempo de Mgr. Jacinto Argaya y Goicoechea.
Tras la muerte de D. Lorenzo Bereciartúa, fue nombrado Obispo de Donostia, D. Jacinto Argaya y Goicoechea, navarro, euskaldun, hijo de Vera de Bidasoa, y que había sido obispo auxiliar de Valencia, siendo arzobispo titular de esta diócesis, D. Marcelino Olaechea. Don Jacinto presidió la iglesia guipuzcoana desde el 9 de Diciembre de 1968, hasta su jubilación el 17 de Febrero de 1979.
El desánimo en la vida de la fe (IV)
La brisa de la libertad del Espíritu que vimos que arreciaba en diversos sectores de la población de Euzkadi, y particularmente en nuestra provincia de Gipuzkoa, removió también actitudes y personas en la Iglesia de ese tiempo, así como en la Jerarquía de la misma. Esos 50 años pasados desde el Concilio han visto diversos y variados movimientos y “aggiormentos” en la vida de la iglesia guipuzcoana, que muy brevemente vamos a tratar de describir a continuación.
El desánimo en la vida de la fe (III)
Continuamos haciendo memoria de algunas dimensiones de estos 50 años transcurridos desde la celebración del Concilio Vaticano II, para que la consideración de la travesía a la que nos referíamos en el artículo anterior, pueda ser redimensionada y valorada de forma que nos ayude a discernir con mayor precisión el momento presente.
El desánimo en la vida de la fe (II)
Tratando de animar lo que denominábamos agónica enfermedad que en nuestra iglesia católica, al menos, en bastantes de nuestras iglesias diocesanas percibimos, nos parece que es bueno que volvamos la memoria a algunos de los aspectos de la iglesia pre-conciliar y a algunos de los análisis y descripciones de un ámbito bastante semejante al nuestro de hoy, al que se refería el Papa Juan XXIII en su discurso de apertura, el 11 de Octubre de 1962:
El desánimo en la vida de la fe
En algunas conversaciones de entre amigos, aparece con mayor frecuencia de la deseable, la sensación de desánimo que estamos viviendo en nuestra vida cristiana. Una especie de larvada, en ocasiones, y manifiesta en otra sensación de desilusión por actitudes de las que somos testigos tanto en la iglesia católica, en la iglesia universal, como en nuestras iglesias diocesanas o locales.
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