Una Iglesia patriarcal y clerical en la que no hay
participación hoy no resulta atractiva ni convoca a nadie
El símbolo de esperanza lo representa el proceso
sinodal alemán, un proceso que está convocando a todo el pueblo de Dios
Fuente: elpuntavui.cat
Por MIREIA ROURERA
BARCELONA
06/11/2023
El profesor Javier Madrazo, un histórico militante del Partido Comunista del País Vasco y de otros movimientos de la izquierda alternativa y, al mismo tiempo, miembro desde hace cuarenta años de las Hermandades Obreras de Acción Católica (HOAC, por sus siglas en castellano), ha sido el último invitado de la Tribuna Joan Carrera, organizada por el Grupo Sant Jordi por los Derechos Humanos y El Punt Avui, en el que habló de Cómo vive un político cristiano su compromiso en un ambiente beligerante. El político, hoy retirado, una de las personas que contribuyó a la fundación de Gesto por la Paz de Euskal Herria, es muy crítico con el intento de la derecha de apropiarse del catolicismo, lamenta el anclaje al pasado de la cúpula eclesial española y mantiene que es la izquierda la que mejor refleja el mensaje del Evangelio.
Usted es un militante histórico de la HOAC. ¿Qué fuerza tiene hoy la lucha obrera desde el catolicismo?
Como todas las realidades organizativas de la Iglesia, pero también de fuera de la Iglesia, es cada vez más débil. De todas formas, la HOAC sigue teniendo una presencia significativa; digamos que es una minoría influyente y valorada en el seno de la Iglesia y de las organizaciones obreras, sindicales y sociales. Hay un reconocimiento, y sigue siendo, a mi juicio, un movimiento de futuro. En la asamblea que tuvimos este verano en Segovia nos reunimos 600 personas. Un reto que tenemos, eso es evidente, es el de la iniciación, incorporar a las nuevas generaciones, porque el movimiento está cada vez más envejecido: tenemos que ser capaces de ofrecer la propuesta de seguir a Jesús a través de una mediación como la HOAC, que ofrece una historia, un recorrido, formación, materiales... Creemos que es una buena propuesta para la Iglesia y el mundo obrero.
La sociedad hoy mira con recelo todo lo que es de la Iglesia.
Sí, pero el recelo es en ambos sentidos. Históricamente, ha habido una incomunicación y una desconfianza, y eso sigue existiendo en la sociedad. La Iglesia está mal valorada, pero eso, en parte, está cambiando por la influencia del papa Francisco, que creo que está recuperando una credibilidad, un crédito que se había perdido con los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, que, de alguna manera, pusieron el freno de mano y pusieron en marcha un proceso involucionista respecto de lo que había representado el Concilio Vaticano II. Pero es verdad que la sociedad recela de la Iglesia. Además, hay una corriente laicista de secularización fuerte. En cambio, no estoy de acuerdo en que en todo lo que son los movimientos organizados haya desconfianza: creo que hay valoración positiva. En la asamblea de la HOAC que celebramos este agosto, hubo presencia de diferentes líderes sociales y sindicales. Pero es verdad que estas organizaciones son minoritarias, porque, hoy, en la Iglesia crecen las tendencias conservadoras, movimientos espiritualistas.
¿Hay que superar las reticencias?
Es un reto que debemos superar por ambas partes, porque la desconfianza también existe de la Iglesia hacia los movimientos de izquierda y sindicales. Por eso, el lema de la asamblea de la HOAC fue, creo, muy pertinente: "Tendiendo puentes, derribando muros".
La sociedad se está volviendo conservadora y en la Iglesia crecen con bastantes movimientos ultras (los kikos, Hakuna...) por delante de movimientos históricos, como la propia HOAC y la ACO (Acción Católica Obrera), carente de gente joven.
Desgraciadamente, en el Estado español tenemos una jerarquía eclesial que no está en la línea del papa Francisco. Está anclada en los papados anteriores y está favoreciendo un tipo de eclesialidad y de movimientos y organizaciones conectados con la línea conservadora. Por tanto, en la Iglesia española tenemos un reto muy grande, de renovación, de regeneración. No es casual lo que está pasando.
¿El crecimiento de estos movimientos ultras los relaciona directamente con los obispos que hay en el Estado?
Sí, sí, no hay ninguna duda. Estos grupos que salen están claramente amparados y promovidos por el episcopado. Y todo es porque mueven a mucha gente. Los obispos los quieren por una cuestión de cantidad, pero después, esta gente no aporta nada, no tiene relevancia en la vida cotidiana. Son grupos que viven al calor de la Iglesia, con los sacramentos y sus dinámicas más intimistas, pero, desde luego, en los ámbitos de la sociedad no son significativos, no aportan. No son levadura ni encarnación en lo que es el tejido asociativo, de trabajar brazo a brazo con otra gente en la construcción de una sociedad nueva, más justa.
Y los obispos, potenciándolo.
Los obispos están todavía en la mentalidad anterior, de aquella Iglesia del pasado que debemos dejar atrás, una Iglesia de masas que no puede volver. Ahora, el reto es: ¿queremos una Iglesia resto o queremos una Iglesia residuo? Una Iglesia resto que sea una minoría significativa, que tenga una voz y una oferta de sentido a trasladar a la sociedad, o una Iglesia residuo, que es una Iglesia irrelevante, que mantiene formalmente los sacramentos y la liturgia con una participación mínima dando la apariencia de que funciona y que no pasa nada, apuntalando un modelo caduco? Ese es el reto.
¿No hay obispos progresistas en el Estado?
Los cardenales y obispos que pensamos que eran los más avanzados y en quienes teníamos cierta esperanza, nada de nada; se sitúan en un pluralismo indiscriminado. La mayoría de obispos apuestan por los movimientos conservadores y estos otros, los más abiertos, han decepcionado. No apuestan por movimientos que trabajen por la justicia, como la Acción Católica, por ejemplo. Sencillamente, dejan hacer. Si los consideramos de los mejores es porque no están alentando los movimientos más conservadores, como hacen los demás. Pero estos obispos no son los que necesita la Iglesia española. Faltan obispos como Iniesta, Uriarte, Setién... Gente que, en aquel momento, marcó un camino en el episcopado. Eso se ha perdido. Tenemos un papado que lo está poniendo fácil, pero los obispos españoles siguen anclados en posiciones restauracionistas. Es un problema y, al mismo tiempo, un reto para los creyentes y para los cristianos más conscientes y más comprometidos.
¿Y si no se hace nada?
Nos encontraremos con una Iglesia alejada de la sociedad, irrelevante a los ojos de la modernidad. Una Iglesia patriarcal y clerical en la que no hay participación es una Iglesia que hoy no resulta atractiva ni convoca a nadie. Cuanto antes cojamos el toro por los cuernos y se tome la determinación de mirar más el Evangelio de Jesús, las primeras comunidades, el Concilio Vaticano II... mejor. Todo el tiempo que pase, la situación irá empeorando. Hubo un signo de esperanza, el que representó el sínodo de la Amazonía, y ahora el símbolo de esperanza lo está representando el proceso sinodal alemán, un proceso que está convocando a todo el pueblo de Dios. Así como el sínodo que ha convocado el papa Francisco es sólo para obispos, el proceso sinodal alemán es para todo el pueblo de Dios y aborda con radicalidad lo que son los cuatro grandes problemas que hoy tiene la Iglesia.
¿Que son?
El tema del poder, que ahora se está ejerciendo de manera absolutista y monárquica, el tema de la marginación de la mujer, el tema de una moral sexual totalmente caduca y el tema de un ministerio ordenado que hay que revisar, porque hoy no sirve para la Iglesia que necesitamos.
¿El proceso sinodal que está haciendo Alemania puede arrastrar a los demás países o haría falta hacer un tercer concilio?
Bien, de hecho, en estos momentos ya se está hablando de que quizás la solución sería ir a un tercer concilio. Cada vez, hay más voces que van en esa dirección. Creo que de lo que se trata es de que todas las diócesis empujemos y hagamos fuerza y que los cristianos en general nos pongamos manos a la obra, que no estemos esperando que el cambio venga desde arriba, que no venga de los obispos, sino que hagamos nosotros procesos de autoconvocatoria, de encuentro entre diferentes grupos de movimientos. Hay que generar dinamismo.
Pero la gente ya se mueve desde abajo, ¿no?
Creo que de manera insuficiente. Ahora, en la diócesis de Bilbao hemos puesto en marcha un proceso participativo y en noviembre ya haremos un segundo encuentro. En la primera sesión vino bastante gente, pero creo que todavía es insuficiente. Lo percibo como que la gente está en una posición de comodidad, conformista. ¡Es lo que hay! Nos resulta normal una Iglesia de mujeres gobernada sólo por hombres, que vemos en el centro de la Iglesia a unos hombres que son quienes dirigen y que no han sido elegidos democráticamente.
Cuando el cardenal Omella presentó las conclusiones para el sínodo, con las peticiones de apertura y cambio propuestas por los fieles, los seminaristas le chillaron.
Claro, por eso hay que revisar el modelo de seminario que tenemos y el modelo de ministerio ordenado: un señor que lo sacas de su entorno y lo llevas al seminario tres o cuatro años, donde sólo tiene relación con su grupo, una persona totalmente desvinculada de la realidad pastoral, que es donde debería formarse, en las comunidades. Eso está pasando en todas las diócesis. En la de Bilbao, por ejemplo, una diócesis conciliar, todos los seminaristas que salen van con el alzacuellos, cuando eso ya era absolutamente minoritario. Y esta manera de hacer de los seminaristas, algunos de los cuales recuperan incluso las sotanas, es avalado e incluso potenciado por los obispos. Incluso por los que están considerados más cercanos a Francisco. Yo lo tengo claro: antes me quedo con los sacerdotes de antes que con los jóvenes que salen ahora, que apuestan por este modelo de Iglesia jerarquizado, patriarcal y clerical.
En Cataluña, cada vez cuesta más oír misas en catalán. ¿La Iglesia puede permitirse no hablar el idioma de sus feligreses?
Eso es el abecé. La inculturación, la encarnación en la realidad sociolingüística de un país debe ser un hecho. Hay que cuidarlo. Es muy importante que la liturgia esté vinculada a la cultura y al idioma del pueblo. Pero eso también empeorará, porque, como hay pocos curas, hay una importación de fuera y no se garantiza un proceso de inserción, de inculturación; caen aquí un poco como unos extraterrestres. Pero la jerarquía lo que quiere es tapar las goteras como sea, llevar el cura que sea y de donde sea para mantener el chiringuito.
¿Cómo ha sido ser de izquierdas y cristiano?
Lo he vivido como un apátrida. Es decir, he sido extraño para mucha gente en el ámbito de la militancia política, que me veían como un infiltrado, y lo mismo en el ámbito de la Iglesia, en el que no he sido santo de la devoción del aparato. Es el precio que he tenido que pagar por mantener una fe y una conciencia unitaria y coherente.
Contra la derecha y lejos del ateísmo
"Creo que hacen falta personas que militen a la izquierda desde una posición cristiana porque es la única manera de tender puentes y favorecer el acercamiento entre estos dos mundos que están tan distanciados. Me resulta incómodo compartir espacios comunitarios con personas que están defendiendo unas posiciones políticas de derecha y ultraderecha que me parecen absolutamente antagónicas con el Evangelio. Me he sentido muchas veces más a gusto con personas que dicen no ser creyentes y que, sin embargo, tienen unos valores que conectan directamente con los del Evangelio y de Jesús. Por ello, no debemos dejar que la derecha se apropie del relato religioso", dice Madrazo, que también asegura ser "un militante en diálogo y confrontación con el ateísmo": "Los cristianos debemos reivindicar nuestra propuesta jesucristiana ante una posición de vida atea. No debemos tener ningún complejo a la hora de defender nuestra posición en ambientes laicistas".
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