La derecha extrema ha retorcido un término que llama a estar despierto ante el racismo, la homofobia o la desigualdad y lo vende como una abominación excluyente de la izquierda y cuyo único mérito es la cancelación.
Fuente: huffingtonpost
Por: Carmen Rengel
09/07/2023
"Woke and proud", "despierto y orgulloso", se lee en una pancarta durante una protesta en Londres, el pasado marzo, contra las deportaciones de refugiados del Gobierno.Vuk Valcic / SOPA Images / LightRocket via Getty Images
La guerra cultural de la ultraderecha no va de sartenes, aunque sí desde luego de tortillas dadas la vuelta. Cuando escuches a representantes de Vox como Santiago Abascal o Jorge Buxadé hablar de "wok", se están refiriendo a la ideología woke, el pasado del verbo inglés wake, que significa despertar. Un término proveniente de Estados Unidos para definir una visión progresista de la vida y la política que la derecha radical ha retorcido e instalado en nuestro vocabulario como un escupitajo, todo odio y desprecio.
Dicen los ultras que un woke es quien pone todo en la pira del progresismo, hasta al adversario si es necesario, y que por su actitud divide, agita, hace peligrar la convivencia. Un veneno para la sociedad que se basa en el sectarismo y que cae en la cultura de la cancelación de quien piense distinto. Pero eso es lo que nos ha llegado a Europa, tras el manoseo y la transformación del término en EEUU, por los populistas como Donald Trump de los que aprenden a este lado del Atlántico. Con sus errores, con sus distintas sensibilidades y sus polémicas, los woke son otra cosa, un nuevo tipo de activistas, justos por encima de todo, conscientes de la identidad y de la igualdad, ansiosos por abordar la opresión del mundo, que no toleran ya un sistema que oprime, relega, prioriza, mira para otro lado.
¿De dónde viene este término en boca de todos? Woke, cuya nueva acepción política aparece en el diccionario de Oxford desde 2017 como una "alerta ante la injusticia en la sociedad, especialmente el racismo", era un término usado ya de viejo en la comunidad afroamericana de EEUU. Hay referencias orales datadas en 1930, en canciones que hablan de prejuicios raciales, pero la primera escrita, formal, se encuentra en el primer volumen de la revista Negro Digest, de 1942. J. Saunders Redding, crítico literario e historiador, usó el término en un artículo sobre sindicatos. Hay que saltar 20 años más hasta que un artículo de The New York Times se tituló: "If You’re Woke You Dig It", sobre el slang de la comunidad negra.
El salto de calidad llegó el 14 de junio de 1965, cuando Martin Luther King pronunció un discurso de graduación llamado Permanecer despiertos a través de una gran revolución, que se convirtió en uno de los más citados del activista por los derechos de los afroamericanos. Afirmaba, por ejemplo: "No hay nada más trágico que dormir durante una revolución […]. Soplan vientos de cambio y vemos en nuestros días y en nuestra era un desarrollo significativo […]. El gran desafío que enfrenta cada individuo que se gradúa hoy es permanecer despierto durante esta revolución social", dijo a los estudiantes del Oberlin College.
Su rescate es cosa de los 2000, bien avanzados. En 2008, la cantante Erykah Badu introdujo la frase "Me quedo despierta" en su éxito Master Teacher. El término se repitió aquí y allá, hasta que se fue haciendo habitual a raíz de una concatenación de casos de violencia policial con personas afroamericanas como víctimas. La erupción del activismo por la justicia social y la igualdad cuajó sobre en el verano de 2013, después de que George Zimmerman -un miembro armado de los vigilantes de barrio- fuera declarado no culpable de matar al adolescente Trayvan Martin en Florida. Al año siguiente, en Misuri, fue asesinado Michael Brown a manos de un policía. Se instó entonces a la gente a mantenerse despierta y ser consciente de las luchas raciales. Ese fue el despertar definitivo.
Woke se unió a las etiquetas que han sacudido el mundo en los últimos años: la llamada a a quedarse alerta tomó fuerza y se convirtió en un símbolo de movimiento y activismo, a la altura del #blacklivesmatter (la lucha contra el racismo), el movimiento #MeToo (contra el sexismo, el acoso y las agresiones sexuales) y, en menor medida, el movimiento #NoBanNoWall (en defensa de inmigrantes).
La evolución
El americanista Sebastián Moreno explica que woke ha acabado definiendo a un tipo de activista de izquierda en el que "lo político va muy enlazado a lo personal, a la esencia de lo que somos, de la piel a la identidad sexual", lo que explica lo profundo de argumentario. "Ante una estructura de poder racista, homofóbica, heteronormativa o sexista, este movimiento se levantó en una protesta múltiple, ni violenta, que busca empoderar a grupos históricamente marginados, cambiar comportamientos y normas, vigilar los privilegios y prevenirlos, cambiar el statu quo que ha convertido a determinadas personas en ciudadanos de segunda por ser como son".
El despiertismo o wokismo "no es ni irracional ni extremo de partida", supone "tener conciencia social y racial, cuestionarse los paradigmas dados y tratar de mejorarlos para acabar con las opresiones y diferencias". Destaca en analista que quienes han llevado a popularizar el término son "jóvenes, diversos, muy conectados, combativos y susceptibles", pero no como los venden sus adversarios. "Llamar ofendiditos a quienes son conscientes de la realidad sí es una ofensa. Nos referimos a una generación y un tipo de ciudadano que, una vez que toma conciencia, ya no puede no estar despierto, no mirar el mundo desde ese ángulo. Se entiende bien si usamos el símil de las gafas moradas y el feminismo. Ha habido momentos de gran dignidad en este levantamiento, como los relacionados con la muerte de George Floyd", aplastado hasta las asfixia por agentes de policía en Minnesota, en 2020, destaca.
Además de la batalla contra el racismo, se han ido sumando causas a la corriente: la pobreza y la equidad, el aborto, la orientación sexual y los derechosLGTBIQ+ (el uso de pronombres neutros y lenguaje inclusivo, entre los más destacados), el derecho de asilo, la justicia ambiental, el multiculturalismo o la defensa de las vacunas en tiempo de pandemia han sido otros de sus caballos de batalla.
¿Pero qué ha llevado a que eso importe más ahora, cuando son problemas viejos de décadas, si no de siglos? Moreno sostiene que, además del mundo más conectado, las redes sociales y brotes de "gran sensibilidad" como los sufridos por la comunidad afroamericana de EEUU, hay razones "puramente políticas". Explica que en la era de Barack Obama como presidente "se generó una esperanza al final no plenamente correspondida", que mantuvo al activismo social pendiente, pero porque había ciertas posibilidades de avance. "Estaba llamado a reducir diferencias, pero no fue tanto. Ellos no lo olvidaron, insistieron en que había que enfatizar la diferencia y pelearla. Obama no podía hacer que todo quedara perdonado, al revés. La visceralidad con que Trump atacó a la izquierda en 2016, previniendo contra el socialismo de Bernie Sanders como si de un deleito se tratara o llamando a los woke "una continuación del comunismo" encendió más los ánimos. Una mezcla de desilusión y amenaza". Términos como "urgencia" se han popularizado porque se entiende que se ha perdido ya un tiempo precioso.
La polémica
Con el paso del tiempo, los partidarios de esta corriente han dejado claro que lo personal es político y por eso su pelea va más allá de las instituciones y los partidos, ha saltado a las redes sociales, a los medios, a las escuelas, la cultura y hasta la lengua. La batalla es cultural, sí, porque ha de transformar, allí donde la izquierda clásica o movimientos como el ecologista han logrado logros pero no integrales. "Estamos ante una transformación ideológica crucial en nuestro tiempo", como la define el columnista de The New York Times Ross Douthat, quien insiste en que se están tomando dos valores esenciales de EEUU, fundacionales, como la igualdad y la libertad, para transformar las cosas y que sean "realidades vividas", no promesas.
Conforme los woke han ganado espacio y fuerza, conforme más se han hecho oír, más incomodos se han vuelto, sobre todo para la ultraderecha. Pasó en EEUU y pasa en Europa, en España, donde casi nos hemos comido la primera fase de defensa de los derechos esenciales y hemos pasado a escuchar el término como un aviso de peligro, una luz roja para aquellos que sienten amenazado su modo de vida. Ultranacionalistas, ultracatólicos, reaccionarios antiinmigración, por ejemplo. Hablan de un "nuevo totalitaridsmo", de "la nueva religión de la izquierda", de "elitismo cultural", de "supremacismo ideológico". Son términos citados por líderes como Trump, Abascal, la italiana Giorgia Meloni o el húngaro Viktor Orban.
La socióloga Marisa Ramírez explica que "el uso despectivo de las palabras cala en la sociedad y, en este caso, se ha convertido un posicionamiento por los derechos civiles y la justicia en un pecado, cuando se defienden posicionamientos tan básicos como el derecho a la seguridad y a la vida de un colectivo como el de las personas de color que, a priori, deberían ser compartidos por todos". "La sensibilidad social se ha convertido en una parodia, en parte, achacando a la generación y y z una debilidad y una piel fina que parece un demérito. La llaman generación de cristal, vinculan esas exigencias sociales a gente joven que lo quiere todo y lo quiere ya y que, además, tiene influencias externas poco recomendables", indica.
La experta asume que hay parte de la izquierda más movilizada que ha causado críticas "más justificadas" por su posición "canceladora". "Hay ejemplos mil en las redes de campañas contra posiciones distantes, precisamente porque la militancia en las ideas y los compromisos es muy profunda, y eso ha sido aprovechado por cierta derecha para vender un todo, el de los filocomunistas que tratan de anular a medio país que piensa distinto. Es algo que, hoy por hoy, no podemos decir que exista en España", sentencia.
Expone que en EEUU se han dado algunas polémicas que han ido más allá de las redes, como la petición de vetos a libros como La cabaña del tío Tom (por su tratamiento de la población negra) o El Gran Gatsby (por su actitud hacia las mujeres). "Son cada vez menos aisladas, pero no son generalizadas y no sirven para tirar por tierra toda una tendencia. El problema es que sirven de excusa a los críticos, que por lo que se ven verdaderamente preocupados es por la revisión del colonialismo occidental, la multiculturalidad y la necesidad de atender a quien se siente víctima del sistema", ahonda. Los que se escandalizan de la supuesta censura woke parece que no tienen el mismo rasero cuando la aplican, sin ir más lejos, los ayuntamientos españoles en manos de la derecha.
Casi se enfada cuando se le pregunta por los memes que se ven en foros de derechas, en los que echan las culpas a los woke hasta de que las mujeres se vean "más feas" ahora porque la izquierda las llama a ser naturales y no maquillarse. "Con eso no sólo se ríen, desprecian. ¿La conciencia de las desigualdades es un chiste? Saben que esta no es una moda ideológica sino un verdadero cambio social. Por eso tratan de anularlo, desde el humor, la desinformación o la crítica".
También desde el populismo: "Este activismo, en buena parte, está formado por gente joven muy bien formada, con pilares sobre los que pensar y decidir. La derecha extrema los sitúa en una élite, en una torre de marfil, alejados de la calle. Tratan de hacer ver que sus problemas no son los de los trabajadores que no llegan a fin de mes, que son hipócritas o se creen moralmente superiores", indica. Aquí ha jugado un papel importante también el mercantilismo hecho con estos movimientos, a los que han recurrido grandes marcas para promocionarse (Pepsi, Kendall Jenner y el policía que bebe cola es el ejemplo más claro), el llamado capitalismo woke, del que se mofan los críticos y les lleva a denunciar que hay mucho dinero detrás moviendo los hilos para que el mundo piense woke. Cuando algún ramalazo de igualdad se cuela en el cine o la animación ya directamente es la locura: del beso lésbico de Lightyear a los mensajes de igualdad de Barrio Sésamo.
A eso se han agarrado, añade, hasta partidos más centristas, liberales, que en otro tiempo han estado más cerca de la izquierda que de la derecha, pero que se suman al miedo por posicionamiento. "Es una cultura muy peligrosa y no deberíamos traerla a Francia", dijo por ejemplo Elisabeth Moreno, ministra de Igualdad con Emmanuel Macron. Los peligrosos rojos del siglo XXI se han ganado la fama hasta el punto de que alguien como Joe Biden, que milita en causas como el antirracismo o la igualdad, trata de no pringarse demasiado por si acaso en debates comprometidos. En España, además de Vox, las críticas más duras han llegado desde la Iglesia, que atribuye la imposición de estos derechos civiles a lo que llaman "poderosos organismos financieros".
Con las elecciones generales a la vuelta de la esquina, el próximo 23 de julio, el palabro amenaza con estar sobre la mesa con frecuencia, en un intento de polarizar a la sociedad. Y va ganando la definición pervertida.
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