jueves, 17 de junio de 2021

Sínodo alemán: las palabras inapropiadas de Kasper

Fuente:   citta della editrice

Por:   Andrea Grillo

15/06/2021

 

 


 

Conocemos bien y apreciamos muchas de las palabras que el cardenal Kasper ha dicho y escrito durante su larga carrera como teólogo y ministro de la Iglesia.

Pero leer lo que ha declarado en una larga entrevista, a la que se hace referencia en este artículo en Cath.ch, produce una cierta sorpresa. Aunque ha precisado que todavía no puede facilitar un juicio definitivo sobre el Camino Sinodal alemán, estando todavía en fase preparatoria y no habiendo sido tomada decisión alguna por los obispos, el cardenal hace unas declaraciones de una particular dureza, que merecen ser examinadas brevemente, para identificar los argumentos que se utilizan en ellas.

 

Primer argumento

Desempolva el más clásico de los argumentos del antimodernismo: "¿por qué el Camino Sinodal... no ha examinado las cuestiones críticas a la luz del Evangelio?" Por muy importantes que sean las aportaciones de las ciencias humanas "la norma es sólo Jesucristo, nadie puede asumir otro fundamento".

Por lo que he leído sobre el Camino Sinodal, me parece que la referencia a la "norma de Jesucristo" nunca ha faltado. Que a un hombre tan culto y prudente se le ocurra un argumento tan burdo parece casi increíble. Si a un Sínodo, que también es de carácter nacional, se le opone la objeción de "no seguir el Evangelio" y de no tener "a Cristo como norma", se le plantea una cuestión tan visceral y contundente, que desacredita todo el fenómeno, sin ninguna posibilidad de apelación.

De hecho, se cae en la lógica de una acusación "de cisma/herejía", pero basada en un prejuicio grave. La pregunta correcta debería ser "¿qué mediación institucional" ha de poner en juego la Iglesia para que Jesucristo siga siendo la norma? ¿Cómo es posible que el cardenal Kasper se haya olvidado de que el "mundo", con sus conocimientos y sus formas de vida, no es sólo "perdición" para el Espíritu, sino también "lugar del Espíritu"?

¿Y que lo que podría ser percibido como "una cesión al mundo" también puede ser valorado como un "signo de los tiempos"? ¿Acaso no hemos aprendido, precisamente del Kasper, a valorar lo que ahora opone rígidamente a Cristo? ¿Por qué tendríamos que seguirlo en esta concesión que hace al lenguaje propio del antimodernismo en un asunto tan delicado? ¿Por qué deberíamos olvidar, precisamente ahora, el Concilio Vaticano II y su estilo? ¿Por qué deberíamos hablar de repente como la Humani generis en lugar de la Gaudium et spes?

 

El argumento del Sabueso

La correlación entre Alemania y el mundo la basa en dos razonamientos que no sólo son frágiles, sino incluso insultantes. El primero lo funda en la conciencia de la ajustada diferencia existente entre la Iglesia universal y la Iglesia alemana. Es algo que vale no solo para Alemania, sino para cada una de las Iglesias, tanto para la Amazonía como para el Congo.

¿No dejaría de sorprender que se hubiera sostenido, referido, por ejemplo, a la Amazonía, que un problema de la humanidad es que haya comunidades en las que la autoridad la ejercen las mujeres? ¿O que haya pueblos para los que la "tierra" es básicamente un "río"? ¿O que haya pueblos que dan gracias, sobre todo, bailando? ¿O que hay pueblos en los que el matrimonio siempre ha estado precedido por una larga convivencia entre los futuros cónyuges? Ningún problema es absolutamente decisivo siempre y en cualquier lugar.

Pero cada uno tiene su dignidad. Incluso el celibato de los sacerdotes y el ministerio de las mujeres son temas con su propia dignidad y fuerza que ningún cardenal puede permitirse el lujo de ridiculizar. Pero eso no es todo. En el segundo argumento utilizado por el cardenal enfatiza la peculiaridad del pueblo alemán y se detiene brevemente en el "Germanentum", es decir, en la tendencia de los "alemanes" a considerarse a sí mismos "los mejores". E incluso se atreve a comparar este aspecto del Camino Sinodal con una especie de "legado nazi".

Aquí se adentra en el escarnio. Y es vergonzoso escuchar estas palabras sobre los alemanes precisamente por parte de un cardenal alemán.

 

Tercer argumento

También en el nivel ecuménico, que ha sido durante mucho tiempo un terreno de trabajo fecundo para Kasper, cuando aborda el asunto de la "intercomunión", que ya ha levantado discrepancias entre la Iglesia alemana y Roma, es, a la vez, bastante nostálgico y duramente negativo por una "pérdida de identidad".

Tanto católicos como protestantes "ya no saben quiénes son". Pero quizás sea la historia la que nos ha llevado a este cambio de identidad, que no solo es negativo. Viviendo juntos, católicos y protestantes cambian: ¿por qué escandalizarse? ¿Porque ya no se ajustan a las definiciones del Denzinger? También aquí las concesiones "personales" de la comunión a los protestantes –que el cardenal no niega en privado– contrastan con una especie de "sordera institucional". Cada paso formal es sospechoso de no respetar la tradición y de llevar a una nueva ruptura.

Tomar en consideración las formas reales en que se imparte y administra, de hecho, la comunión, para ser reconocidas, parece imposible, porque el enfoque de los temas sigue siendo esencialmente doctrinal. El "cambio de ritmo" que muchos observadores entendieron que era inevitable después de 1999 (con el acuerdo sobre la Doctrina de la Justificación) le parece a Kasper sólo una quimera llena de tentaciones.

 

La lucha contra la jaula del lenguaje

El difícil aprendizaje de un "estilo sinodal" pone a prueba, sobre todo, el lenguaje. Y esto vale para todos. Todo el mundo está siendo probado. Es fácil caer en una oposición visceral. Es fácil pensar que podemos reformular todo o que nada se puede tocar. Sobre todo, la confusión, de la que todos somos víctimas, referida a la diferencia entre «sustancia» y «recubrimientos» o “accidentes”.

¿Qué se puede cambiar y qué es "irreformable"? ¿Qué es vital para la Iglesia y qué es lastre para aligerar? Todo esto lleva, en primer lugar, a una confrontación en el nivel del lenguaje. Y es fácil dejarse llevar por fuerzas antitéticas. Una de ellas es, sin duda, la puesta en funcionamiento de una "descalificación del sínodo mismo". Si el defecto es "de nacimiento", ¿qué es lo que puede salvar a Alemania de su propio Sínodo?

Esto me parece un grave error de juicio, incluso aunque sea compartido, como dice Kasper, "por mis amigos de Sant’Egidio". Cuál es la diferencia entre "estar fuera de la historia" -porque se afrontan los problemas- y "coger al burro sólo donde el maestro quiere" -para garantizar el certificado de "tener los pies en la historia"-, sigue siendo una cuestión abierta.

Así pues, si la descalificación y el descrédito se convierten en acusaciones, más o menos directas, de "cisma y/o herejía", de "violencia" o "pérdida de identidad", está claro que el aprendizaje seguirá siendo largo y complicado, para todos. Pero de la lucha contra la jaula del lenguaje no saldremos con éxito solo repitiendo viejas fórmulas o únicamente descalificando groseramente las nuevas formulaciones que se están gestando.

Esa fue la tentación de todos los peores oponentes del Concilio Vaticano II: reducirlo a palabras vacías o llenarlo de insultos. Pero fue en vano. Hay procesos que son irreversibles.

 

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