lunes, 21 de marzo de 2011

S. GALILEO y A. PAOLI SOBRE EL EVANGELIO DEL DOMINGO 3º DE CUARESMA


Conversión: es hacerse capaz de amaar
El episodio de este Evangelio es bellísimo y lleno de vida. Perdemos el sabor de esta narración dado que en nuestros pueblos hay a cada paso ba­res, comestibles, bebidas... y no tenemos necesidad de pedir a nadie que nos dé un vaso de agua. En cambio, en lugares áridos, en nuestras sierras, en medio de la marcha, encontrar una mujer que nos da un poco de agua es encontrar el cielo.




Los discípulos estaban asombrados porque Jesús hablaba con una mujer. Pero en ellos no había nada de malicia; más bien se maravillaron porque en su cultura, con una mujer no se tienen conversaciones tan im­portantes. Para ellos, no valía la pena que su maestro perdiese el tiempo hablando con una mujer.

En nuestra cultura popular sucede lo mismo. A la mujer no se le cuen­tan cosas serias. No es digna de recibir los secretos del hombre: ella debe tan solo distraerlo, consolarlo, hacerlo feliz. Las cosas importantes él las hace aparte: el trabajo, la política, las cosas serias, esas las trata con los amigos.

Una mujer samaritana, enemiga de la raza judía, es elegida por Jesús como la persona a la cual comunica su revelación. El discurso de Jesús a la samaritana es parecido al que hizo con Nicodemo, y se refiere al sentido más profundo de su misión: renacer para ser "verdaderos adoradores en espíritu y en verdad".

¿Por qué Jesús habrá dicho a la samaritana: llama a tu marido? Tal vez porque sabe que deseamos comunicar a otros las cosas grandes que sabe­mos, compartir lo que nos pertenece. Eva compartió el fruto con Adán, y la samaritana no ve el momento de escapar a la ciudad para contar al marido este encuentro sabroso... Pero ella le responde que no tiene marido. Y Jesús lo confirma: ha tenido cinco hombres y el sexto actualmente no es su marido...

Entonces, ¿qué significa para el espíritu cristiano tener marido? El verdadero marido es aquel que asume a la mujer como una compañera, para siempre. Compañera no significa solo tener el mismo techo y lecho, sino compartir las ideas, la educación de los hijos, toda la vida del hombre, sobre todo lo que tiene él de más creativo y comprometido con la socie­dad. La mujer en América Latina está oprimida no porque sea tratada mal, sino porque es dejada de lado; no colabora con el hombre. La mujer no es concreadora. El hombre no piensa con ella, no concibe con ella sus pla­nes: ella no con-crea con él. (Puebla 834, 837).

Jesús hizo ver a la samaritana lo que debía ser-el hombre con ella: el interlocutor, el que habla con ella de las cosas más suyas, más importantes, personalizándola en el diálogo. Una forma de pecado es la falta de diálogo, en la pareja, lo cual genera incomprensión, que es enemiga de la amistad. Se crea una fosa más y más ancha entre los dos.

La gracia dé Cristo es ésta, esencialmente: una nueva capacidad de quererse, de entenderse, de estimarse verdaderamente; esto es, de pensar que el otro es capaz de colaborar conmigo. En el texto de San Pablo, de esta misa, hay una frase muy consoladora: "El amor de Dios se ha difun­dido en nosotros por el Espíritu Santo que se nos ha dado". De ahí que el pecado es división, que se manifiesta de manera muy visible y dolorosa en la pareja; y la conversión es hacerse capaz de amar. El Espíritu rompe nuestro individualismo y nos hace capaces de asumir al otro y de amarlo.

Y el signo más claro de la conversión es precisai lente el compromiso de cultivar y profundizar el diálogo, y de hacer cada vez más verdadero, menos convencional, el encuentro con el otro.

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