Estamos en Cuaresma, si aún sabemos lo que es la Cuaresma. Me temo que no signifique nada para muchos. Sin embargo, es un tiempo de conversión, de cambio... Convertirse es como mejorar súbitamente de una enfermedad; es un milagro que Dios solo puede hacer. Y este milagro, ¿por qué habría de venir en marzo y no en agosto? Y, ¿por qué la Iglesia fija en Cuaresma el tiempo de la conversión? Pero lo que hacemos ahora, al meditar sobre la conversión, es ya una invocación a Dios para pedir esa conversión. Es provocar su intervención, y esta es la intención de la Iglesia cuando propone el tiempo de Cuaresma.
Hablando de conversión, se debe hablar de pecado. El Evangelio de hoy nos habla de pecado, de tentación, de satanás. ¿Cómo presentar el pecado a los hombres de hoy? El pecado es una traición. Traición a Cristo, a su programa, a su ideal, y por ello una traición a sus discípulos, a aquellos que se comprometieron con El para alcanzar la misma meta. ¿Cuál es el programa, la meta que Jesús se propone alcanzar? Esta pregunta nos lleva al texto de San Pablo, a la evocación de los dos modelos o arquetipos, Adán y Cristo.
El mensaje de Pablo es éste: la humanidad es una, como un solo hombre; pero se dividió; debe volver a hacerse una. Signos de esta división hay por doquier en nuestra sociedad. Un ejemplo: las ciudades. Están los barrios ricos y privilegiados, y los barrios periféricos y miserables... ¿Ha sido Cristo o han sido los hombres los autores de esta división? La humanidad no es una; no solo somos muchos, sino que estamos divididos, aun confrontados. Cristo vino precisamente con el programa de hacer uno de los hombres, de juntar los pedazos actualmente dispersos. El plan de Jesús es únicamente éste. Porque el Padre es glorificado si somos uno. Por eso trabajar por la reunión de los hombres para dar un paso hacia la comunión, es trabajar con Cristo. (Puebla 212-215). Sembrar la confusión, la desunión, la violencia en el mundo es traicionar el programa de Cristo; eso es el pecado. Podemos ser descendientes del Adán divisor, o del Adán unificador. Éste es un tema sobre el que deberíamos reflexionar a menudo, porque no es fácil ver cuándo un acto, una opción, va en el sentido de la comunión o de la división. Hay gente que habla de paz y de amor, pero con las cosas que hacen, con las cosas que deciden, siembran sobre la tierra división y discordia.
De entre los varios puntos de vista con que podemos abordar el pecado, podemos quedarnos hoy con esta idea: el pecado es división, es aquello que nos hace odiarnos y confrontarnos los unos con los otros. Jesús ha venido a unir, y en este tiempo de Cuaresma la Iglesia nos invita a colaborar con Jesús, trabajando dentro de nosotros mismos y fuera de nosotros.
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