NOTA: En el equipo de mantenimiento del BLOG hemos llegado a entender que, en las circunstancias que nos envuelven (el CONFINAMIENTO POR «COVID-19») bien podríamos prestar el servicio de abrir el BLOG a iniciativas que puedan redundar en aliento para quienes se sientan en soledad, incomunicadas o necesitadas de expresarse.
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Fuente: Servicios Koinonia
Autor: Leonardo Boff
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En los
días actuales, especialmente durante el aislamiento social, debido a la
presencia peligrosa del coronavirus, la humanidad despertó de su sueño
profundo: empezó a oír los gritos de la Tierra y los gritos de los pobres, y la
necesidad de cuidarnos unos a otros y también a la naturaleza y a la Madre
Tierra. De pronto nos dimos cuenta de que el virus no vino del aire y no puede
ser pensado en forma aislada, sino dentro de su contexto: vino de la
naturaleza. Es la respuesta de la Madre Tierra al antropoceno y el necroceno,
es decir, a la destrucción sistemática de vidas, debida a la agresión del
proceso industrialista, en una palabra, al capitalismo globalizado. Este avanzó
sobre la naturaleza, deforestando miles de hectáreas en el Amazonas, en el
Congo y en otros lugares donde se encuentran las selvas y bosques húmedos. Esto
destruyó el hábitat de cientos y cientos de virus que se encontraban en los
animales e incluso en los árboles. Saltaron a otros animales y de éstos a
nosotros.
Como
consecuencia de nuestra voracidad incontrolada, cada año desaparecen cerca de
cien mil especies de seres vivos, después de millones de años de vida en la
Tierra, y todavía, según datos recientes, un millón de especies vivas corren el
riesgo de desaparecer.
La idea-fuerza de la cultura moderna era y sigue siendo el poder como dominación de la naturaleza, de otros pueblos, de todas las riquezas naturales, de la vida e incluso de los confines de la materia. Esta dominación ha causado las amenazas que pesan actualmente sobre nuestro destino. Esta idea-fuerza tiene que ser superada. Bien dijo Albert Einstein: “la idea que creó la crisis no puede ser la misma que nos saque de la crisis; tenemos que cambiar”.
La
alternativa será ésta: en lugar del poder como dominación tenemos que poner la
fraternidad y el cuidado necesario. Estas son las nuevas ideas-fuerza. Como
hermanos y hermanas, todos somos interdependientes y debemos amarnos y
cuidarnos unos a otros. El cuidado implica una relación afectuosa con las
personas y con la naturaleza; es amigo de la vida, protege y da paz a todos los
que están alrededor.
Si el
poder como dominación significaba el puño cerrado para someter, ahora ofrecemos
la mano extendida para entrelazarla con otras manos, para cuidar y abrazar
afectuosamente. Esta mano cuidadosa traduce un gesto no agresivo hacia todo lo
que existe y vive.
Por lo
tanto, es urgente crear la cultura de la fraternidad sin fronteras y el cuidado
necesario que une todo. Cuidar todas las cosas, desde nuestro cuerpo, nuestra
psique, nuestro espíritu, a los demás y más cotidianamente la basura de
nuestras casas, el agua, los bosques, los suelos, los animales, a unos y otros,
empezando por los más vulnerables.
Sabemos
que todo lo que amamos, lo cuidamos, y todo lo que cuidamos también lo amamos.
El cuidado cura las heridas del pasado e impide las futuras.
En este
contexto urgente cobra sentido uno de los más bellos mitos de la cultura
latina: el mito del cuidado.
Cierto
día, caminando a la orilla de un rio, Cuidado vio un trozo de barro. Fue el
primero en tener la idea de tomar algo de ese barro y darle la forma de un ser
humano. Mientras contemplaba, contento consigo mismo, lo que había hecho,
apareció Júpiter, el dios supremo de los griegos y romanos. Cuidado le pidió
que soplara espíritu en la figura que acababa de modelar. A lo que Júpiter
accedió de buen grado. Pero cuando Cuidado quiso dar un nombre a la criatura
que había diseñado, Júpiter se lo prohibió. Dijo que esta prerrogativa de
imponer un nombre era misión suya. Cuidado insistía en que tenía este derecho
al haber pensado primero y moldeado la criatura en forma de un ser humano.
Mientras
Júpiter y Cuidado discutían acaloradamente, apareció de repente la diosa
Tierra. También ella quería darle un nombre a la criatura, ya que, según ella,
estaba hecha de arcilla, material del cuerpo de la Tierra. Se produjo una
discusión general sin llegar a un consenso.
De común
acuerdo, pidieron al antiguo Saturno, llamado también Cronos, fundador de la
edad de oro y de la agricultura, que actuara como árbitro. Apareció en escena y
tomó la siguiente decisión que a todos les pareció justa:
“Tú,
Júpiter, le has dado el espíritu; por lo tanto, recibirás este espíritu de
vuelta cuando esta criatura muera”.
"Tú,
Tierra, le has dado el cuerpo; por lo tanto, recibirás también el cuerpo de
vuelta cuando esa criatura muera”.
“Como, tú,
Cuidado, fuiste quien dio forma a esa criatura, ella permanecerá bajo tu
cuidado mientras viva”.
"Y
como no hay consenso entre ustedes sobre el nombre, decido yo: esta criatura se
llamará Ser Humano, es decir, hecho de humus, que significa tierra fértil”.
Veamos la
singularidad de este mito. El cuidado es anterior a cualquier otra cosa. Es
anterior al espíritu y anterior a la Tierra. En otras palabras, la concepción
del ser humano como compuesto de espíritu y cuerpo no es originaria. El mito es
claro al afirmar que “fue Cuidado el que primero moldeó la arcilla en forma de
un ser humano”.
El cuidado
aparece como el conjunto de factores sin los cuales el ser humano no existiría.
El cuidado constituye esa fuerza original de la que brota y se alimenta el ser
humano. Sin cuidado, el ser humano seguiría siendo sólo un muñeco de arcilla o
un espíritu desencarnado y sin raíz en nuestra realidad terrestre.
Cuidado,
al moldear al ser humano, empeñó amor, dedicación, devoción, sentimiento y
corazón. Tales cualidades pasaron a la figura que él proyectó, es decir, a
nosotros, los seres humanos. Estas dimensiones entraron en nuestra constitución
como un ser amoroso, sensible, afectuoso, dedicado, cordial, fraternal y lleno
de sentimiento. Esto hace que el ser humano emerja realmente como humano.
Cuidado
recibió de Saturno la misión de cuidar al ser humano durante toda su vida. De
lo contrario, sin cuidado, no subsistiría ni viviría. Efectivamente, todos
somos hijos e hijas del infinito cuidado de nuestras madres. Si no nos hubieran
acogido con cariño y cuidado, no hubiéramos sabido cómo salir de la cuna a
buscar nuestra comida. En poco tiempo habríamos muerto, porque no tenemos
ningún órgano especializado que garantice nuestra supervivencia.
El
cuidado, por lo tanto, pertenece a la esencia del ser humano. Pero no sólo eso.
Es la esencia de todos los seres, especialmente de los seres vivos. Si no los
cuidamos, se marchitan, poco a poco van enfermando y finalmente mueren.
Lo mismo
ocurre con la Madre Tierra y todo lo que existe en ella. Como bien dijo el Papa
Francisco en su encíclica que tiene como subtítulo “Cuidando de la Casa Común”:
“debemos alimentar la pasión por el cuidado del mundo”.
El cuidado
es también una constante cosmológica. Bien dicen los cosmólogos y los
astrofísicos: si las cuatro fuerzas que sostienen todo (la gravitatoria, la
electromagnética, la nuclear débil y la nuclear fuerte) no se hubieran
articulado con extremo cuidado, la expansión sería demasiado enrarecida y no
habría densidad para originar el universo, nuestra Tierra y a nosotros mismos.
O bien sería demasiado densa y todo explotaría en cadena y no existiría nada de
lo que existe. Y ese cuidado preside el curso de las galaxias, las estrellas y
todos los cuerpos celestes, la Luna, la Tierra y nosotros mismos.
Si vivimos
la cultura y la ética del cuidado, asociado al espíritu de hermandad entre
todos, también con los seres de la naturaleza, habremos colocado los
fundamentos sobre los cuales se construirá un nuevo modo de relacionarnos y de
vivir en la Casa Común, la Tierra. El cuidado es la gran medicina que nos puede
salvar y la hermandad general nos permitirá la siempre deseada comensalidad y
el amor y el afecto entre todos. Entonces continuaremos brillando y
desarrollándonos en este bello planeta.
Esta
consideración sobre el cuidado concierne a todos los que cuidan de la vida en
su diversidad y del planeta, especialmente ahora, bajo la pandemia de la
Covid-19: el cuerpo médico, los enfermeros y enfermeras y todo el personal que
trabaja en los hospitales, pues el cuidado esencial cura las heridas pasadas,
impide las futuras y garantiza nuestro futuro de nuestra civilización de
hermanos y hermanas, juntos en la misma Casa Común.
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