domingo, 28 de junio de 2020

Lo que aprendes en el contacto con la realidad

NOTA:    En el equipo de mantenimiento del BLOG hemos llegado a entender que, en las circunstancias que nos envuelven (el CONFINAMIENTO POR «COVID-19») bien podríamos prestar el servicio de abrir el BLOG a iniciativas que puedan redundar en aliento para quienes se sientan en soledad, incomunicadas o necesitadas de expresarse.
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Javier Caravallo
(En El Confidencial)
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"Hasta un ignorante como yo sabe que hay abortos que de inmorales no tienen nada"

Santiago Agrelo era párroco de la diócesis de Astorga cuando Benedicto XVI lo nombró arzobispo de Tánger. Hace dos años,



De Galicia salió y a Galicia ha regresado muchos años después, como quien vuelve a sus orígenes para, desde ahí, contemplar y analizar mejor su vida espiritual que comienza en los años de la posguerra, cuando su familia decide enviarlo a un convento. “Es verdad, yo no decidí ser fraile; lo decidieron mis abuelos, con los que me crié. Un día, mi abuelo dijo, ‘a este niño hay que encerrarlo’. No es que yo fuera más travieso que los demás niños, pero es que, en los años 50, en una aldea de Galicia, no era fácil labrarse un futuro.
Por eso creo que mi abuelo me envió a los once años al seminario franciscano. Así que entré y nunca volví a plantearme otra cosa…”. Tanto es así que Santiago Agrelo Martínez (Asados, Rianxo, A Coruña, 20 de junio de 1942) fue ascendiendo en la jerarquía eclesiástica hasta que, en 2007, siendo párroco de la diócesis de Astorga, el Papa Benedicto XVI lo nombró arzobispo Tánger. Es posible que allí, donde nunca se hubiera imaginado llegar, monseñor Agrelo encontró todo el sentido de su vida, de su espiritualidad. Hace un año, el Papa Francisco aceptó la jubilación que había presentado dos años antes, cuando cumplió 75 años, y lo destinaron, de nuevo, a la provincia franciscana de Santiago de Compostela.

PREGUNTA. El mundo está viviendo una pandemia que ha puesto de rodillas a la humanidad. Muchos creyentes, ante esta oleada de muertes, de sufrimiento, han podido preguntarse: ¿dónde está Dios? Yo se lo pregunto a usted, porque el Padrenuestro dice ‘hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo’.

RESPUESTA. Si damos por supuesto que Dios, en la Creación, mantuvo su intervención en la Tierra al margen de las leyes terrenales, nos estamos inventando un mundo que no existe, que no ha existido nunca. El mundo tiene sus leyes, sus normas, su autonomía, y eso no quita nada de lo que le corresponde a Dios. Cuando Jesús nos enseñó el Padrenuestro, y decimos ‘hágase tu voluntad, aquí en la tierra como se hace en el cielo’, se refiere a los hijos de Dios, a los que ya están con él, en otra dimensión, y a los que todavía estamos aquí, en la Tierra, y podemos elegir entre hacer el bien o el mal. Y le pedimos que se haga su voluntad en la tierra, es decir, que nos ayude a elegir siempre el bien. A eso se refiere el Padrenuestro, no a un dominio de Dios sobre la naturaleza, sino a que nuestra vida esté en consonancia con lo que nuestro Padre quiere de nosotros. Cuando nos hacemos esas preguntas, un cristiano lo que siempre recuerda es que Jesucristo fue una víctima del mal de la tierra, no del mal de la naturaleza, sino del mal humano, de la voluntad humana de hacer mal. Frente a la cruz de Jesús, sí que tenemos que hacernos esa pregunta; también se la hizo el propio Jesús cuando exclamó, ‘Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado’. Jesús no cuestiona la existencia de Dios, sino que es incapaz de comprender ese momento su propia situación.


P. También puede existir lo contrario, quien piense que estos males que azotan a la humanidad no son una prueba de la inexistencia de Dios, sino que si suceden es porque se trata de un castigo de Dios.

R. Por favor, pero quién puede pensar esa tontería. Dios no interviene en el mundo de esa manera, Dios no viene aquí no para premiar ni para castigar. El hijo de Dios se hizo hombre para enseñarnos a vivir nuestra humanidad, para enseñarnos a aceptar nuestros límites. Ese es el sentido de la Encarnación, que el mismo Dios se toma el trabajo de decirnos cuál es nuestro camino. En el Génesis, la historia de Adán y Eva se narra en algunos capítulos que son de los más hermosos y significativos de la Sagrada Escritura y, sin embargo, no se les presta la atención adecuada. En Adán y Eva tenemos la figura de la Humanidad, del hombre y de la mujer que pretenden salir de su condición, desapropiarse de sus limitaciones, para subir hasta el lugar que ocupa Dios. Jesucristo es la contrafigura de Adán y Eva; es, quien siendo Dios, renuncia a ese poder divino, para asumir nuestros límites. Y asume la condición humana, no en el trono de un rey, ni siquiera en la silla de un presidente o de un ministro, sino que baja hasta la condición de un esclavo y muere como un maldito. Esos son los dos caminos que todo hombre, toda mujer, debe escoger, el de escalar para intentar ocupar el lugar de Dios o el de bajar para ocupar el lugar revelado en Jesús de Nazaret, dando vida a los demás. Por resumir, a mí lo que me interesa de esta pandemia son las víctimas. De hecho, para la Iglesia, y me refiero a las comunidades cristianas dispersas por todo el mundo, va a ser un desafío porque tendremos que estar con las víctimas de la mayor pobreza que vendrá tras el virus.

P. Habla usted con rotundidad de que la pandemia no tiene nada que ver con Dios, pero no todo el mundo piensa igual. Por ejemplo, monseñor Cañizares dijo hace unos días que “el diablo está en la pandemia”. Lo dijo por la utilización de embriones humanos, provenientes de abortos, en la búsqueda de una vacuna.

R. No he oído las palabras de monseñor Cañizares y desconozco el contexto. Lo que sí puedo suponer es qué pasaría por mi cabeza si me llega una noticia de que están experimentando una vacuna con cultivos de células de fetos abortados y lo que no haría es dar un salto y pasar el terreno de la moralidad. Quiero decir que habrá quien piense que, si se trata de abortos, es algo inmoral, cuando hasta un ignorante como yo sabe que hay abortos que de inmorales no tienen nada. Por tanto, pasar de la investigación de esas células hasta lo inmoral, es un salto que no es legítimo. Los representantes del magisterio de la Iglesia deberíamos andar siempre con muchísimo cuidado a la hora de decir ciertas cosas... Eso vale para todos, naturalmente empezando por mí mismo. No conozco lo que ha dicho monseñor Antonio [Cañizares], ni si sus palabras se han sacado de contexto, pero sí pienso que nosotros, si que si queremos realizar un juicio moral sobre determinadas cosas, tiene que ser con conocimiento de causa, y no a través de rumores o de la primera noticia que te llega. Es una cuestión de prudencia, y se lo dice un imprudente.

P. El aborto... Muy pocos en la Iglesia afirman que no todos los abortos son inmorales.

R. Sí, sí, pero eso lo saben todos en la Iglesia, que hay abortos sobre los que, en modo alguno, puede caer un juicio moral negativo. En fin, mire, nosotros no estamos, yo no estoy autorizado a pensar de ninguna mujer que haya abortado que lo hizo en unas condiciones de inmoralidad, que no tenía derecho a hacerlo. Yo no puedo pensar eso, jamás, porque es hacer un juicio que no me corresponde. Teóricamente, yo puedo condenar que la mujer, o su entorno, provoquen deliberadamente un aborto. Pero esa es la teoría, las páginas de un libro, no son las páginas de la vida, y, por eso, yo no puedo condenarlo. Nunca.

P. El Papa Francisco ya fijó una posición, al poco de ser elegido. Dijo que la Iglesia no podía estar todo el tiempo hablando de abortos, de gais y del condón, que hay otros asuntos que merecen su atención. Creo que usted, señor arzobispo, está en esa línea, pero llega muchísimo más lejos.

R. Cuando insistimos tanto en un tema, no sacamos ningún provecho. Las cosas se dicen una vez, y luego se pasa a la acción. Se lo voy a decir muy claro, tal y como lo pienso: el estar machacando continuamente con el tema del aborto lo que ha provocado, posiblemente, es un aumento de los partidarios del aborto. Si en vez de eso, nos hubiésemos acercado a la mujer que se encuentra en esa situación, ante la perspectiva de un aborto en su vida, habríamos reducido ya muchísimo el número de abortos. Acercarnos a la mujer para comprenderla, para acogerla, para caminar con ella… En fin, hay quien piensa que tienen que estar dando siempre martillazos en ese clavo y lo único que consiguen es hacer daño. A nosotros se nos tiene que encontrar siempre cerca de la gente y si se trata de pecadores, mucho más cerca.

P. Le mencionaba antes al diablo y la pandemia. Permítame la simpleza: ¿no había dicho ya la Iglesia que el infierno no es un lugar? Porque otra vez hay quien habla del infierno...

R. ¿De verdad me dice usted eso? A ver, a ver, lo voy a decir así, aunque alguien se me escandalice: no me importa el cielo y no me importa el infierno; es decir, no me importa lo que hay después de la muerte. No me importa. Eso se lo dejo a Dios, se lo dejo a mi Señor, no tengo que preocuparme de lo que venga después de la muerte, tengo que preocuparme de lo que hay antes de la muerte. Y lo que hay antes de la muerte son hombres, mujeres y niños que en sus vidas no han conocido más que sufrimiento. He conocido de cerca a muchos de ellos que ya se me han muerto y conozco de lejos a millones, que están ahí, aunque nadie quiera verlos, y que, por miles, se mueren de hambre a diario. Conozco de cerca a los sintecho, a los que no tienen trabajo… Ese mundo es el que conozco de cerca y es del que tengo que preocuparme; del otro ya se ocupará Dios nuestro Señor. Este presente que vivo, me lo ha entregado Dios para que lo trabaje, para que me preocupe de sus hijos más desgraciados. Para eso me ha dado ojos para ver, manos para trabajar y corazón para sentir. Es este mundo el que me preocupa y me da risa ver que hay gente que se preocupa de infiernos y de cielos. Eso, que se lo dejen a Dios nuestro Señor… Preocuparse de esas cosas es no tener fe.

P. ¿Qué aprendió usted como arzobispo de Tánger?

R. El Señor me ha concedido una Gracia muy grande a lo largo de toda mi vida, y es la de tener los ojos abiertos allí donde estoy. Cuando fui a Tánger yo no tenía ni idea de lo que era aquello, aunque había estado un par de veces por allí. Me tocó enfrentarme a lenguas que desconocía, a una cultura, la islámica, que también desconocía y, finalmente, al mundo de la inmigración, que desconocía totalmente… Yo comprendo muy bien a la gente en España que ve a los inmigrantes como extraños y casi como un estorbo; gente que no tiene derecho a venir a este mundo en el que nosotros estamos y que es nuestro mundo. Los comprendo porque es la idea que yo tenía cuando estuve aquí y sólo cuando los tuve delante entendí que allí había derechos fundamentales violados. Y entendí que quienes estábamos impidiendo el ejercicio de esos derechos somos nosotros, quienes nos creemos que tenemos derecho a cerrar nuestras fronteras. Eso lo aprendes en contacto con la realidad. Otra cosa que me vino muy bien aprender es a ser Iglesia en minoría, algo pequeñito en medio de un mundo musulmán inmenso y, aún así, es una diócesis llena de vitalidad.

P. Profundicemos en eso, por separado. La idea que tenemos es que la Iglesia católica en el mundo musulmán es objeto de acoso, de agresividad, de una hostilidad permanente. ¿Lo vivía así? De hecho, ahí está el fundamentalismo terrorista islámico...

R. Vamos a ver, los grupos fundamentalistas no tienen como objetivo a los cristianos, sino a todo el mundo, incluidos los musulmanes que no son fundamentalistas. Una cosa es el fundamentalismo, que lo hay en todas las ideologías, que también existe en el cristianismo, y otra cosa es la convivencia de los musulmanes y los cristianos. Los franciscanos estamos en Marruecos desde los tiempos de San Francisco y siempre hemos estado en minoría y en santa paz. Quiero decir que tanto las autoridades como el pueblo marroquí han acogido siempre a la comunidad cristiana y lo mismo ha ocurrido, que yo sepa, con la comunidad judía. Lo normal, lo tradicional, ha sido siempre la solidaridad, la convivencia, la familiaridad.

P. Bueno, es verdad que en todas partes hay fundamentalistas, pero no es justo equipararlos con el fundamentalismo terrorista islámico.

R. En el mundo hay muchos enfrentamientos armados que nada tienen que ver con el mundo musulmán. Y a la hora de hablar de un fundamentalismo que mata, imagínese las muertes que provoca el fundamentalismo de quienes cierran los puertos y dejan que los inmigrantes se hundan en el mar. No nos podemos
lavar las manos ante eso. Ese es un fundamentalismo político, ideológico y, supuestamente, ligado a creencias cristianas. Comprenderá la gracia que me hace ver a alguien con el rosario en la mano diciendo aquí no entra ni dios.

P. Habrá oído que quienes actúan así suelen pensar que la oleada de inmigración es un ‘caballo de Troya’, una invasión que pone en peligro a la propia Europa, sus tradiciones y su cultura.

R. Yo no puedo admitir, bajo ningún concepto, que al pobre que va en busca de futuro se le considere una especie de soldado, oculto en un caballo, para invadir Europa. Esa es una imagen que deforma el hambre y el sufrimiento de los inmigrantes y destroza sus vidas. Condena a muerte a miles y miles de personas. Sí, claro que lo he oído; yo he oído a altos representantes de la Iglesia Católica diciendo que los inmigrantes eran el ‘caballo de Troya’ del Islam para islamizar Europa… El hambriento tiene derecho al pan donde lo haya y nosotros tenemos pan, con lo cual ellos vendrán aquí. Sanseacabó. Qué me importa si el hambriento sea islamista, protestante o anglicano. No me importa nada. Hay un versículo en una de la Cartas de San Pablo que convendría grabarse en la mente, ‘ya no hay ni judío ni gentil, ni libre ni esclavo, ni hombre ni mujer, todos somos uno en Cristo Jesús’. La pobreza, la necesidad, es lo que cuenta, no las etiquetas. Y si lo que preocupa son las tasas de natalidad de los inmigrantes que no son cristianos, pues qué quiere que le diga, no se puede pensar en blindar una Europa cristiana e infecunda. Como estuve a punto de decirle a un cardenal, ‘¡dedíquense ustedes a tener hijos!’ Menos mal que sólo lo pensé, ja, ja, ja, que no se lo dije, ja, ja, ja…

P. Sí, sí, menos mal. De todas formas, lo que parece evidente es que el hambre en África no se puede solucionar dejando entrar en Europa a todo el mundo, porque es imposible. Es como pensar que Europa es la culpable del hambre en África.

R. Lo que es evidente es que Europa tiene muchísimo que ver con el hambre en África. Si usted mira el mapa de África hace un siglo, sólo encontrará banderas europeas. La descolonización dejó un mapa de banderas africanas, pero no hay economías africanas, sino economías dependientes de los mismos señores y recursos naturales explotados siempre por los mismos explotadores. Europeos, norteamericanos, canadienses, chinos, rusos, indúes… África continúa siendo el continente al que todos van a sacar recursos y nadie deja que el pueblo africano pueda vivir de sus recursos. Los desposeemos, los empobrecemos y luego pretendemos que se queden allí a disfrutar de su pobreza y que no vengan a molestarnos en nuestro mundo rico, gracias a las riquezas que se sacaron de África.

P. De acuerdo, pero eso no contesta a lo que le planteaba, que no es posible abrir fronteras, sin más, y pretender solucionar el hambre de África trayendo a todo el mundo a Europa.

R. ¿Cuántos son los inmigrantes subsaharianos que han llamado a las puertas de Europa? Mire los números y verá que es posible… Caben todos en Galicia, vamos. ¿Cuántos pueblos abandonados hay en las Castillas? Dígame cómo se casa la realidad de la ‘España vaciada’ con ese razonamiento de que los inmigrantes no caben en Europa. Pues claro que caben, lo que pasa es que no los queremos, que es algo muy distinto.

P. El Gobierno de Pedro Sánchez prometió quitar las concertinas de la frontera, pero lo que se ignora en España es que lo hizo después de asegurarse de que Marruecos iba a construir una segunda alambrada de concertinas, incluso más agresiva, en su propio territorio. ¿Eso le pareció una hipocresía?

R. No me cansaré de denunciarlo, aunque ahora esté lejos. La decisión del Gobierno español de retirar las concertinas, que no sé siquiera si ya se ha realizado totalmente, no se ha tomado hasta que Marruecos tuvo levantada su valla con cuchillas al otro lado de la frontera. Es un juego de palabras vacías, nada más. No hay más respeto por los derechos de esas personas a emigrar ni al derecho a su propia integridad física. Esos derechos se vulneran continuamente. Y no sólo por las cuchillas, por los fosos, por las vallas… También por la actuación de las fuerzas del orden porque, sistemáticamente, cada vez que un grupo de inmigrantes intenta pasar la frontera, se les acusa de violencia cuando no se trata más que de la que tienen que ejercer para intentar saltar un muro que se ha levantado delante de ellos. ¡Y se les acusa de violentos! Esto me repugna profundamente, porque somos nosotros, desde que nacemos hasta que morimos, los que ejercemos una violencia tremenda contra estos chicos. Los obligamos a sufrir todos los días de su vida y luego se les condena. Es pura hipocresía, ahora hay vallas más altas, fosos más profundos, cuchillas y peines invertidos, millones y millones de euros invertidos en levantar muros para los pobres. Mire, por lo que hablábamos antes, de eso sí que habrá que dar respuesta ante Dios después de la muerte. Y ya le digo que habrá muchos que se encontrarán en apuros por lo que aquí hacen con los pobres.

P. Esa es la visión que, como me decía antes, le ha cambiado radicalmente tras su paso por el Arzobispado de Tánger...

R. Se trata de algo tan sencillo como llamar a las cosas por su nombre. Fíjese, por ejemplo, en la forma que tenemos de hablar de las fronteras: no hay chicos que pasan hambre, no hay mujeres sometidas, día tras día, a violaciones, no hay niños que no saben qué es una casa familiar… En las fronteras hay sin papeles, irregulares, ilegales… Se habla de ellos como si fueran fantasmas, que no sufren. Todo esto es una grandísima hipocresía de la que son parte los Gobiernos y también los medios de comunicación, que rara vez se aventuran a dar una información rigurosa y fiable de las fronteras. Uno de los problemas de esta sociedad es que no sabe qué hay en las fronteras, ni en los caminos de los inmigrantes. Si lo supieran, si lo pudieran ver, no lo tolerarían. Esta sociedad que no tolera que se maltrate a un perro, cómo es que tolera que se mate a miles de inmigrantes. Hace quince días, murieron ahogadas cincuenta personas frente a las costas de Túnez, la mayoría mujeres… Esto es una sangría inaceptable, no sólo hipocresía, que es, como dijo alguien, el homenaje que la mentira le hace a la verdad. No, es más, es un crimen contra la humanidad.

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