La elección, hace diez años de José Ignacio Munilla como Obispo de San
Sebastián considero, como otros muchos, que fue en error. Pues otro obispo era
posible, y no lo fue porque pudieron más, en el nefasto modo de elegir a los
obispos, los nostálgicos preconciliares que los seguidores de Vaticano II.
Supuso además un sopapo a la Iglesia de Gipuzkoa, que, desde los tiempos del
final del obispo Bereciartua (falleció en 1968), intentó, con sus luces y sus
sombras, aplicar el Vaticano II. Que el nuevo Obispo no comulgaba con esa
concepción eclesial lo muestra, además del análisis de algunos de sus textos,
su escaso interés por las reuniones promovidas por sus predecesores, cuando él
era párroco en Zumárraga.
En la rumorología eclesial vasca circula, desde hace años, la idea de que
“en Roma” están pensando en dar otra misión a Munilla, pues, salvo ponerse
gafas de madera, es imposible no ver que no ha cuajado en la diócesis, salvo en
un pequeño reducto, menos aún entre la mayoría de los sacerdotes que se han manifestado
en repetidas ocasiones, y públicamente, en contra de su forma de pastorear.
También se hizo una lectura política del nombramiento de Munilla. Después
de obispos acusados de nacionalistas (Setién y Uriarte) se necesitaba un obispo
de otro color político, se decía, pero, ¿han escrito alguna vez Setién o
Uriarte que la unidad de Euskal Herria es “un bien moral y que mantener esa
unidad corresponde a las exigencias del bien común” como sostuvo el Cardenal
Cañizares de la unidad de España?
Munilla se ha convertido en una figura pública, controvertida donde las
haya: un héroe, un cruzado, una víctima en los mentideros del conservadurismo
neo-nacionalista español (así en un artículo de ABC titulado “el vitriolo de
Uriarte” (24/01/14) el periodista Carlos Herrera escribió que “acostumbrados
como estábamos a elementos de la catadura miserable de Setién y Uriarte,
Munilla parece Juan XXIII”) y en un caballo de Troya para el progresismo vasco,
para muchos de sus feligreses y sacerdotes que no comulgan con su forma de
entender la fe en el siglo XXI y su forma de gobierno, al parecer, autoritario.
Y este Munilla, figura pública donde las haya, a menudo tiene que soportar (a
veces encerrándose en un cruzadismo sacrificial) los ataques de unos y otros,
incómodos con no pocos de sus planteamientos, que son con frecuencia tan
rotundos como faltos de brocha fina. Es lo que muestra un sucedido de hace más
de un año.
El lunes 26 de marzo de 2018 el obispo Munilla pronunció en Radio Maria en
la emisión de las 8.00 de la mañana unas frases que resumo aquí: el "feminismo radical o de género"
tiene como "víctima a la propia mujer y a la verdadera causa
femenina". Y añadió esta frase. "Es curioso cómo el demonio puede
meter un gol desde las propias filas. El feminismo, al haber asumido la
ideología de género, se ha hecho una especie de hara kiri''.
Las reacciones a sus palabras crearon un tsunami informativo. He aquí unos
ejemplos de políticos vascos de los que, por caridad, omito sus nombres: la
declaración del obispo es “incomprensible, desafortunada e inoportuna”; hacen
referencia a "conceptos y modos de apreciar la realidad que están
absolutamente fuera de lo que en este momento piensa la mayoría de la gente del
territorio de Gipuzkoa"; “ha patinado de manera importante”; la
declaración del obispo "es vivir en otro mundo" y añade que "es
absolutamente anacrónico, fuera de lugar"; las palabras de un
"representante de una Iglesia" no afectan "al común de los
mortales". En fin, otro político afirmó que el obispo de San Sebastián
"tiene asegurada una plaza en el infierno por alterar la convivencia y la
paz ciudadana" con sus declaraciones, y por asociar "el feminismo con
el demonio", cuando dudo mucho que ese político en concreto crea ni en el
demonio, ni en el infierno. Seguro que la opinión del político sea una licencia
literaria como creo que fue la frase de Munilla, aunque no su pensamiento, que
realmente es extremadamente conservador, lo que explica (que no justifica) sus
palabras.
De colectivos feministas, retengo estas reacciones: el obispo “tiene miedo
a las mujeres y al movimiento feminista que las ha empoderado”; sus palabras
son "la reacción de un hombre con miedo a que las mujeres dejen de estar
subordinadas a la jerarquía eclesiástica, que pretende que estén subyugadas al
único papel de madres y cuidadoras"; estas declaraciones "serían
motivo de bromas" si no fuera por el "poder" de la institución
eclesiástica”.
Pero, me pregunto, ¿qué poder tiene Munilla si ni siquiera sus curas le
hacen caso? Además, ¿cómo explicar el hecho de que una frase (porque algunos, y
así lo han reconocido, han reaccionado a esa sola frase) pronunciada a las 8 de
la mañana en Radio María haya levantado tanto revuelo en una sociedad como la
vasca, muy secularizada, en gran medida anti eclesial y renuente ante lo
católico, en cuya prensa es muy difícil encontrar una noticia positiva sobre la
acción de la Iglesia; esa sociedad, repito, sea capaz de suscitar tantas y tan
airadas reacciones ante una frase, ciertamente no muy feliz (es lo menos que
cabe decir)? ¿Estará tan secularizada la sociedad vasca como decimos los
sociólogos, o más bien son los rescoldos del estado de cristiandad que
cohabitan con los embriones de la era post-secular en la que las nuevas
sacralidades se montan, no sobre la sociedad secular, laica, sino sobre el
imaginario de la era de la cristiandad, perpetuándola, aún en negativo? En fin,
ahí está la otra cara del tema Munilla: un obispo conservador al que se critica
desde una concepción añeja, estereotipada, de una era en extinción.
He mantenido con Munilla unos pocos encuentros privados. Siempre francos,
sinceros, sin tapujos, muy a menudo en la discrepancia. También intercambio
epistolar continuado, últimamente más unidireccional, siendo yo el remitente.
También puedo testimoniar que, en algún caso particularmente duro, difícil y
doloroso, su actuación fue encomiable.
Todo esto me impulsó a escribir en las páginas del grupo Noticias
(10/03/18) un artículo en el que le solicitaba dimitiera. Escribí esto:
“Munilla tiene que ser consciente de que, más allá de un puñado de fieles, ni
los curas, ni los laicos de Gipuzkoa le siguen y aceptan, como obispo. Lo que
significa que no puede ejercer como tal obispo más allá de en algunos actos
puntuales y cultuales en el Buen Pastor, en la Basílica de Loiola, en Arantzazu
etc., a donde se desplazan los medios por si, en la homilía, les da algún
titular. ¿Qué labor pastoral puede ejercer un obispo en esas circunstancias?” Y
concluí: “Creo, José Ignacio, qué harías un gran servicio a la iglesia de
Gipuzkoa, y a la iglesia católica en general si le pidieras al papa que te
relevara de la función episcopal. Eres obispo desde 2006, en Donosti desde
2009. Llevas ya más de 11 años de obispo (ahora 13). (…) Fíjate en el papa
Benedicto. Se dio cuenta que no podía seguir en el timón. Como tú, aunque por
otras razones, pero, en todo caso, con imposibilidad de ejercer su trabajo, él
como papa, tú como obispo. ¡Sé valiente y decidido, José Ignacio! La mies es
mucha y variada. Con afecto. Javier”.
A día de hoy sigo pensando lo mismo.
Donostia 14 de noviembre de 2019
Javier Elzo
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