José
Manuel Vidal (en R.D.)
Emocionante homilía del Papa a sus curas el Jueves Santo. Desde el corazón. Sin rodeos, con la claridad a la que nos tiene acostumbrados, Francisco abrió su alma, una vez más, a los sacerdotes del mundo. Para comunicarles la receta de su vocación. Una receta simple y sencilla (porque lo esencial está en lo sencillo): la alegría. Si un cristiano triste es un triste cristiano, un cura triste es un sinsentido, la negación de su propia identidad sacerdotal.
Pero la sacerdotal no es una alegría cualquiera. Para ser auténtica, según el Papa, tiene que ser “envolvente (untuosa), incorruptible y misionera”. Una alegría por y para el pueblo. Él lo dice así de bello:
"Y como es una alegría que solo fluye cuando el pastor está en medio de su rebaño (también en el silencio de la oración, el pastor que adora al Padre está en medio de sus ovejitas) y por ello es una “alegría custodiada” por ese mismo rebaño. Incluso en los momentos de tristeza, en los que todo parece ensombrecerse y el vértigo del aislamiento nos seduce, esos momentos apáticos y aburridos que a veces nos sobrevienen en la vida sacerdotal (y por los que también yo he pasado), aun en esos momentos el pueblo de Dios es capaz de custodiar la alegría, es capaz de protegerte, de abrazarte, de ayudarte a abrir el corazón y reencontrar una renovada alegría".
Porque la alegría del cura tiene que estar siempre "custodiada y también por tres hermanas que la rodean, la cuidan, la defienden: la hermana pobreza, la hermana fidelidad y la hermana obediencia".
Éste es el camino que el Papa propone para solucionar la tan cacareada "crisis de identidad sacerdotal". Un camino que pasa ineludiblemente por salir de uno mismo y encarnarse a fondo en el pueblo, para irradiar en él, con él y en él, la alegría que da sentido pleno a la vida del sacerdote.
Una misión, la del cura, que se sirve con este menú: "La disponibilidad del sacerdote hace de la Iglesia casa de puertas abiertas, refugio de pecadores, hogar para los que viven en la calle, casa de bondad para los enfermos, campamento para los jóvenes, aula para la catequesis de los pequeños de primera comunión…. Donde el pueblo de Dios tiene un deseo o una necesidad, allí está el sacerdote que sabe oír (ob-audire) y siente un mandato amoroso de Cristo que lo envía a socorrer con misericordia esa necesidad o a alentar esos buenos deseos con caridad creativa".
Una homilía para enmarcar. Una homilía que los curas, nuestros curas, nuestros amados y criticados curas, tendrían que leer y releer. Y hacer carne de sus vidas en esta Semana Santa. Curas del pueblo y para el pueblo. Curas alegres en medio del hospital de campaña que es la Iglesia que el Papa Francisco quiere. Curas que huyen de ser funcionarios y se entregan en cuerpo y alma a su gente, a su pueblo, al pueblo de Dios, especialmente a la "carne de Cristo", que son sus pobres.
Nada de curas ogros ni amargados. Nada de curas del “no”. Nada de curas que cierran las puertas de sus iglesias y de los sacramentos a “pecadores”. Nada de curas que condenan. Curas metidos de lleno en los surcos de la vida. Siempre dispuestos a curar las heridas de la gente. Siempre amables y cariñosos. Siempre dispuestos a perdonar y acoger. Curas que prediquen y den trigo. Amén.
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