martes, 23 de mayo de 2017

LA LITURGIA RESTAURADA



(Juan Mari Lechosa) En este tiempo de restauración litúrgica que estamos viviendo en la diócesis, queriendo devolver la liturgia a su "antiguo esplendor", recuperando el uso de vestimentas, utensilios y ritos como si fueran necesarias para la validez del sacramento, viene bien hacer risas con este pequeño artículo de Dolores Aleixandre.

Nuestra liturgia está colmada de ritos que se han ido acumulando a lo largo de la historia. Ritos que tuvieron su significado en su origen pero que, al cambiar la situación que los generó, mantenerlos en la actualidad, sólo sirve para hacer de la liturgia un espectáculo teatral desconectado de la vida presente. Lavarse, no las manos, sino la punta de los dedos, después del ofertorio, cuando no se llevan al altar ofrendas que las manchen; ungir con el oleo de los catecúmenos a un niño recién nacido y ponerle un pañuelo blanco sobre su cabeza en recuerdo de la túnica con la que se cubrían al salir del agua los que se bautizaban; recuperar la casulla, el roquete y la capa pluvial aunque dentro de la mayoría de las iglesias no hay goteras;  volver a poner los reclinatorios para que los fieles se arrodillen cuando suene la campanilla avisando que "viene la consagración".

Pero hay cosas de mayor calado que no dejan de contrariarnos como la persistencia, en el nuevo misal romano, en pedir a Dios, una y otra vez , hasta cansarle, que nos conceda la vida eterna después de la muerte como si fuera esa nuestra mayor necesidad y la primera preocupación de Jesús en el evangelio o hacer problema con las palabras de la consagración del cáliz cambiando el "todos" por "muchos", no sea que algunos se crean ya salvados y no hagan nada para merecerlo… son algunos ejemplos de ese afán restauracionista que se ha cebado en nuestra liturgia.

La reforma litúrgica del Vaticano II se quedó a medio camino y, aunque este problema de los ritos y del lenguaje no es, a mi juicio, el que más incide para explicar el abandono masivo de las celebraciones, no deja de ser un obstáculo para la comprensión y la vivencia de la liturgia. Una reforma de todo ello serviría, al menos, para que los que presidimos y participamos no nos sintamos tan ridículos diciendo y haciendo cosas que casi nadie comprende.

Historia reciente de un convento: a la hermana sacristana, ya anciana, ha empezado a ayudarle una empleada joven que trabaja en la casa. Como es de esperar, no tiene ni idea de los utensilios litúrgicos, se hace un lío con los nombres que les da la monja y no sabe qué le está pidiendo que traiga, prepare, ponga o guarde.
Menos mal que es muy espabilada y ha discurrido una solución: hace una foto con el móvil a cada utensilio o vestimenta de la sacristía y escribe, junto al nombre “oficial”, su propia descripción para aclararse. 

Algunos ejemplos: Alba: bata. Roquete: camisón con puntillas. Casulla: abrigo. Cíngulo: cordón. Estola: corbata. Corporal: mantelito cuadrado. Purificador: pañito alargado. Cáliz: copa. Patena: plato. Credencia: mesita. Portaviático: cajita redonda. Incensario: braserito con cadenas para echar el humo. Acetre: cubo pequeño con asa. Hisopo: varita con bola y agujeros.
Le queda mucho por aprender a esta chica, y eso que ha tenido la suerte de que estén ya en desuso (y bien que les pesa a algunos…), la dalmática, la capa pluvial, el amito, el manípulo, el conopeo, el paño humeral…, a más de otras vestimentas y capisayos con sus diferentes botonaduras, ribetes, tonos y texturas.
Jesús, que iba por la vida sin túnica de repuesto, invitaba a mirar los lirios que no necesitaban revestirse de nada. Debía fascinarle esa belleza simple que superaba en gloria al esplendor de la corte de Salomón.
Cuánto nos queda por aprender también a nosotros.

3 comentarios:

  1. Por suerte la edad media de los curas de este foro garantiza la extinción del mismo en breve. Disfrutad de lo cosechado.

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    1. Juan Evangelista, sigue ud. sin dar la cara, como cualquier temblon.

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  2. Cuál gelatina tiemblo. Mira que miedo. Uhhhhh.

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Eskerrik asko.