Por J. M. Rodríguez Chavarría,
Noticias de Gipuzkoa 13-01-2016
El nombramiento del obispo de Vitoria, en
sustitución de monseñor Asurmendi por alcanzar la edad de jubilación, reitera
el criterio que ha prevalecido en los últimos nombramientos de obispos para las
diócesis de la CAV: se busca fuera de las propias diócesis a quienes han de
liderarlas, desautorizando implícitamente a los que han estado sirviendo aquí a
la institución contra viento y marea. Es el mismo caso de Iceta y
Munilla, nacidos en Bizkaia y Gipuzkoa pero que salieron a formarse en otras
sedes, en clara muestra de desafección a sus diócesis naturales. Volvieron con
bastón de mando apoyados por el entonces todopoderoso Rouco Varela, miembro
muchos años de la Congregación para el nombramiento de los obispos.
La decepción de muchos católicos vascos por la decisión
papal no debe, con todo, centrarse en la responsabilidad de Francisco quien,
por otro lado, es una figura ampliamente aprobada y apoyada en estas tierras.
La diócesis de Vitoria-Gasteiz, al fin y al cabo, es una
más de las 2.845 diócesis que la Iglesia católica tiene en el mundo. Su
dimensión supone algo más del 0,02% de los católicos del mundo. Pretender que
el Papa dedique un tiempo que no tiene a analizar las distintas variables que
en el nombramiento intervienen es sencillamente imposible.
Debemos mirar a sus hombres de confianza en el Estado. En
primer lugar, el arzobispo Omella, nombrado en 2014 miembro de la poderosa
Congregación para los Obispos, que propone los nombramientos al Papa, y
designado un año después arzobispo de Barcelona. En segundo lugar, a los
nombrados cardenales: el octogenario Fernando Sebastián y el presidente de la
Conferencia Episcopal Española, Ricardo Blázquez.
Los hombres fuertes de la Iglesia española cambian, pero
no los criterios y juicios con los que tratan a la iglesia vasca.
En la etapa anterior, el tándem Rouco Varela-Cañizares no
dejaba lugar a dudas. Eran conocidas las posiciones ultraconservadoras del
cardenal Rouco en lo doctrinal y su añoranza de un nacional-catolicismo al que
ni siquiera el PP pudo satisfacer. Ya retirado, parece que ha sido un oponente
activo y conspicuo a las tesis del Papa en el último Sínodo de la Familia. Fue
el muñidor de los nombramientos de Iceta y Munilla como instrumentos de control
a la Iglesia vasca.
En cuanto al cardenal Cañizares, todavía recientemente
reiteraba una famosa tesis suya: la unidad de España es un bien moral a
preservar por la Iglesia. Perfectamente suya y políticamente opinable, desde el
punto de vista creyente (por cierto, ¿qué hubiera pasado si Setién o Uriarte o,
por así decir, el arzobispo de Valencia, el lutxanatarra Olaechea Loizaga,
hubiesen dicho que la unidad territorial de Euskal Herria es un bien moral a
alcanzar por la Iglesia vasca?).
Es claro que al triunvirato actual le falta confianza en
nosotros, lo que es particularmente doloroso en el caso de Blázquez, que fue
muchos años obispo de Bilbao y tiene razones para conocer bien a nuestra
Iglesia.
Pero también sabe por experiencia que la reacción a las
sucesivas descalificaciones por la Iglesia española ha sido siempre la misma: poner
la otra mejilla y seguir trabajando en coherencia con una fe en Jesucristo
por encima de cualquier otra consideración y con una lealtad a la comunidad
vasca por encima de todo tacticismo.
¿Cuál es entonces el problema? ¿Es precisamente ese
dinamismo y esa fidelidad a la comunidad natural lo que suscita temores de
pretender actuar con una excesiva autonomía? ¿Es el manido problema de una
excesiva implicación en problemas políticos diferentes de los que considera
convenientes la jerarquía española?
Es conocida la opinión de los psicólogos: los
comportamientos basados en el temor a alguna amenaza percibida la hacen, paradójicamente,
más probable. En este caso, las encuestas ya muestran una valoración de la
Iglesia española notablemente más pobre. Y probablemente con decisiones como la
que nos ocupa se generará mayor desafección.
¿Quizás sea momento de que los laicos vascos nos
empecemos a organizar para corregir algunas injusticias económicas y, por otro
lado, para tratar de evitar los intermediarios españoles actuales, cuyo
comportamiento es, ciertamente, más pulcro en las formas que en el período
anterior, pero tal vez por ello más peligroso?
Fiat lux! (Egin bedi argia!). Entretanto, bienvenido sea monseñor
Elizalde. Para su estupefacción, trabajaremos lealmente con él como con todos
los obispos que por aquí han estado. Pero esperamos que entienda que lo hagamos
desde la cautela y la prevención. Volver a recomponer la confianza no será
fácil y, sinceramente, creemos que les corresponde la carga de la prueba.
Agradezco este comentario
ResponderEliminarNo es admisible que se cuestione que un alto-navarro no deba ser obispo de una diocesis como la de Gasteiz de la Nabarra occidental. Debería el articulista tener una visión menos aranista y más historica. La Nabarra toda incluye a lo que denomina de manera politicamente correcta como CAV. En consecuencia, un alto-navarro y al margen de los disensos que ebzarzan a los catolicos es perfectamente idoneo y entendible que sea nombrado obispo de cualquier diocesis de Nabarra batua. Ahora, lo que falta es un arzobispado para toda Nabarra con b con sede en la capital de lo que queda del Estado navarro (Iruña). El articulo sólo se entiende desde la mentalidad aranista del autor y llama la atención su lenguaje politicamente correcto y españolizado como cuando escribe CAV.
ResponderEliminarEstimado amigo anónimo, estoy totalmente de acuerdo en que no debería extrañarnos que alguien de Navarra sea nombrado obispo para conducir una diócesis vasca, es más creo que puede ser algo realmente positivo. Ahora bien, es preciso observar si este movimiento se debe a un proceso de coherencia pastoral y evangelizadora o, si se debe a otros motivos. Es decir, parece paradójico este nombramiento cuando en los últimos años se han ido reduciendo claramente las colaboraciones interdiocesanas de las diócesis de Bizkaia, Gipuzkoa y Vitoria con la diócesis Navarra. Parece poco comprensible que después de décadas de colaboración, en este momento, en el que las tecnologías de la comunicación e información facilitan el trabajo coordinado la tendencia sea la inversa. Por otro lado, sigue sin darse respuesta a la vieja reivindicación de la provincia eclesiástica vasca (o vasco-navarra, si el término incomoda a alguien. Por todo ello, no parece que este nombramiento se deba a una lógica de acercamiento y de entendimiento entre diócesis vecinas y hermanas. Y ahí, en el terreno de la especulación solo queda la capacidad personal de cada uno de no "ceder a los malos pensamientos". Un abrazo
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