lunes, 29 de julio de 2013

Debate: de qué hablamos, cuando hablamos de religión en la escuela




Juan José Millás. Escritor. Periodista. Madrid.
F. Javier Vitoria Cormenzana. Consejo de Iglesia Viva. Bilbao.
Iglesia Viva, 254, abril-junio 2013


I.- Dios y Einstein. Puntuará tanto traducir la Eneida como cantar el Venid y vamos todos con flores a María

Juan José Millás

Un dios que necesita puntuar para la nota media tanto como el Teorema de Pitágoras, es un dios con la autoestima por los suelos. 


Pero es el dios que el Gobierno de Rajoy acaba de introducir en nuestro sistema educativo, el dios de los siniestros Rouco Varela y Martínez Camino, el dios del recientemente fallecido general Videla, de misa y comunión diarias, el dios que perdona al violador y excomulga a la violada por deshacerse de su semilla, el dios que iluminó a Bush y Aznar, entre otros, para bombardear a la población civil de Irak y poner en marcha los centros de tortura conocidos como cárceles secretas, el dios de Franco, que creíamos olvidado, el de Pinochet y el de su amiga íntima, Margaret Thatcher, un dios neoliberal, ultracapitalista, partidario de las privatizaciones en curso, de la reforma laboral, de las leyes misóginas de Gallardón, de los paraísos fiscales, el dios de Ana Mato, de Bárcenas, de Wert, el dios de Ana Botella…

Más que un dios, si lo piensas, parece un tipo con problemas de reconocimiento público. Pues bien, ya lo tenemos en los libros de texto, a la altura de los grandes físicos de la historia, de los más famosos matemáticos, a la altura de los más laureados lingüistas, de los grandes poetas, a la altura de Verlaine o de Rimbaud, con los que se codeará en los exámenes de fin de curso. Puntuará tanto traducir la Eneida como cantar el “Venid y vamos todos con flores a María”. Quizá esta hazaña legislativa de la Conferencia Episcopal, aliada con un Gobierno meapilas, acabe constituyendo la prueba más palmaria de que dios no existe o que, de existir, es un pobre diablo. En eso lo han convertido al menos quienes se arrogan el monopolio de su representación. Esperamos, ansiosos, las opiniones de quienes, creyendo sinceramente en él, renuncian por eso mismo a hacerle competir con Einstein.


II.- Jesús de Nazaret y Einstein


F. Javier Vitoria Cormenzana

Admirado Juan José Millás:

Recojo tu guante y daré mi opinión. Me doy por aludido porque deseo que mi fe en Dios sea sincera. Pero además porque creo reunir tu otra condición: hace más de cuarenta años que renuncié a creer en un Dios que compitiera en el aula con Einstein o en el Nou Camp con Messi y en el Bernabéu con Cristiano. Ni siquiera rivalizaba con Iribar en San Mamés que es una catedral. Fui profesor de religión en un Instituto de octubre de 1969 a julio de 1974. Contraviniendo la legislación, decidí que las clases fueran libres para mis alumnas y nunca suspendí a ninguna de ellas. Me parecía que la religión no debía ser una asignatura obligatoria con influencia en el currículo académico. La administración franquista no me consideró digno de educar a la juventud española (sic) y me echó. Como somos de la misma generación, puedes imaginarte los motivos: como era español, marxista y “cheguevarista”; como era vasco, filoetarra; y como era cura, mujeriego (por decirlo de manera que no hiera ninguna sensibilidad). No necesito explicarte que mis clases nada tuvieron que ver ni con el “flores a María”, ni con el “dios de Franco”. En aquella ocasión la clase de religión sirvió también como fuente de razones para la crítica, de energía para la resistencia y de anhelo para el cambio democrático en tiempos de dictadura.

Tu columna sobre la asignatura de religión me ha parecido brillante como todas las tuyas. Eso sí, tiene el sonido y los aromas del fuego y la pólvora de tu Valencia natal. Has convertido a dios (con minúscula, como tú lo escribes) en un ninot, lo has colocado en la cumbre de tu falla literaria, acompañado de al­gunos personajes políticos y eclesiásti­cos con plaza bien ganada en el artilugio burlesco, y has dado fuego al invento.

Lo primero que hice, al leerlo en mi ordenador, fue acudir a la función bus­car/remplazar de Word. Le pedí que buscara «dios» y lo reemplazara por «religión» o por «institución religiosa». Me encontré con un par de resultados, que podría asumir casi en su totalidad. Dios es mayor que todas las religiones y que todas las instituciones religiosas. Pero, para nuestra desgracia que es la suya (y no al revés), frecuentemen­te terminamos escribiendo su nombre en minúscula, cabreados o hastiados por los atropellos contra el sentido co­mún y el buen juicio, que siempre ter­minan cometiendo quienes se arrogan el monopolio de la representación de lo sagrado. Es una ley tan vieja como las religiones. En el caso de la jerarquía eclesiástica española su reacción a la defensiva es fruto del miedo ante una crisis de la religión cristiana, profunda, descontrolada y de consecuencias im­previsibles que atraviesa de arriba aba­jo toda la piel de toro.

No tengo espacio para repasar el es­tado de la religión en la escuela pública de los países de la Unión Europea. Solo te recordaré que hay de todo como en botica. Pero sí quiero señalarte algunas de mis demandas a la escuela pública y laica española. Le reclamo informa­ción sobre las tradiciones culturales y religiosas que han configurado nuestra cultura europea mediterránea y a las que la Eneida pertenece. Espero de ella que no solo eduque en el respeto al hecho religioso y en las creencias de los demás ciudadanos, sino que ade­más informe (con respeto, competencia y neutralidad) sobre el hecho religioso como expresión del apremiante miste­rio de la existencia humana; y sobre las religiones como construcciones cultu­rales complejas que pretenden ofrecer respuestas a ese misterio que es en sí mismo totalmente imposible de res­ponder satisfactoriamente. El hecho religioso es un fenómeno de magnitud enorme en la historia y la geografía de la humanidad. Como escribe un buen amigo valenciano como tú, «ignorar ese hecho en la escuela es mutilar sec­tariamente no ya la educación sino la mera instrucción. El analfabetismo ac­tual que, en este punto, se da en Espa­ña es inaudito: casi parece que es más importante que los alumnos lean El arte de las putas de Nicolás Fernández de Moratín, que el que lean los evange­lios». Te invito con él a que juzgues qué obra tiene más peso en la historia de la humanidad.

Me parecería imperdonable si, en la galería de hombres y mujeres admi­rables, la escuela pública y laica no in­cluyera a Jesús de Nazaret. Junto a los grandes físicos de la historia, los más famosos matemáticos, los más laurea­dos lingüistas, los grandes poetas, Verlaine, Rimbaud, Marx, Freud, Einstein, Marie Curie, etc., y sin competir con ellos. Aquel judío abrió una brecha en la conciencia de la humanidad que na­die ha sido capaz de cerrar. Invitó a los seres humanos a dar un salto sobrena­tural (si me permites la expresión a la vista de la dificultad que encontramos para impulsarnos) del «homo homini lupus» al «homo homini frater». Sin él, sin su influjo, nos faltaría luz para cono­cer el origen de la tríada revolucionaria burguesa, libertad, igualdad y fraterni­dad, que constituyen el santo y seña de la cultura democrática europea. Sin él la solidaridad de la cultura occidental no estaría al corriente de que la necesidad del “otro” debe marcarle el paso y la dirección. Su sabiduría ya nos advirtió en tiempos de Tiberio sobre poder ido­látrico del dinero. Su instinto religioso nos señaló a los pobres como los más genuinos representantes de Dios en la tierra. Aquel judío desenmascaró la ce­guera humana para ver la mentira del mundo veinte siglos antes que Saramago. Creyó que otro mundo era posible y ofreció su sentido de la vida a quien quisiera escucharle. Eso sí, aceptarlo suponía una inversión de los valores sociales para que sean favorables a los pobres, los oprimidos y las víctimas de cualquier sistema opresor, sea su índole político, religioso o económico. Todos estos materiales jesuánicos no sirven para participar en proyectos I+D+I. Ni siquiera dan para encontrar ese bien tan escaso en el que se ha convertido el trabajo para los jóvenes en esta Es­paña tan fatuamente orgullosa de ser campeona mundial de futbol. La sabi­duría humana de Jesús de Nazaret sí pertrecha, sin embargo, para caminar por la vida con dignidad; es decir, para afrontar con éxito el riesgo de ser hu­mano en este corredor de la muerte en el que el ultracapitalismo neoliberal ha convertido nuestro mundo para una in­contable multitud de seres humanos. Y lo hace de una manera incomparable­mente mejor que el conjunto de sabe­res de los que los alumnos y alumnas de la escuela pública y laica tendrán que dar cuenta en la reválida del bachillera­to de Wert.

Tengo que confesarte, para ter­minar, que una escuela laica así es mi ilusión, pero que no me hago ninguna ilusión de que funcione alguna vez. Hay demasiados fundamentalistas de la reli­gión y del laicismo merodeándola

Atentamente

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