viernes, 28 de septiembre de 2012

“Paoletto”, los cuervos, los nuevos movimientos y la Santa Sede.


Gianfranco Brunello
Il Regno – Attualità 10 (2012) 304
Condensación: Jesús Martínez Gordo

            El juico a “Paoletto” (el mayordomo del Papa) por la filtración de documentos reservados a la prensa vuelve al primer plano de la actualidad. Y con el, la necesidad de reconsiderar lo que está juego en este “affaire”: la cuestionable forma de gobierno eclesial (más inspirada en el absolutismo político que en la colegialidad fundada en la comunión trinitaria) y la lucha por hacerse un hueco en la curia vaticana a la que se han apuntado, desde hace unos decenios, los nuevos movimientos.

Como es de esperar, se trata de una entrada (la de los nuevos movimientos) que es todo lo que se quiera menos tranquila y pacífica. Su llegada es vivida por las familias religiosas tradicionales (hasta ahora las mas influyentes) como el desembarco de unos advenedizos que no sólo lleva a reorganizar el organigrama vaticano, sino que obliga, sobre todo, a repartir la cuota de poder que se gestionaba hasta el presente. Y esto es algo que no gusta.

Más allá de estas (y otras) luchas de salón entre nuevos y viejos movimientos, entre familias religiosas y demás “lobbys”; y más allá de los papeles del “vatileaks” y del juicio a “Paoletto” lo que realmente se cuestiona es la forma actual de gobernar la Iglesia. Es la línea de reflexión que recupera, acertadamente, G. Gianfranco Brunello.

***

Lo que ha sucedido es grave. El dolor del Papa y el desconcierto de la gente son evidentes. Pero el nudo gordiano de lo sucedido no apunta tanto a la intervención de las personas en el gobierno eclesial. Es cierto que ellas marcan la diferencia. Sobre todo, en la Iglesia. Pero en este asunto lo que ha quedado cuestionado es la misma estructura curial. No sólo desde el punto de vista de la selección de su personal o de su procedencia geográfica (¿demasiados italianos?). Lo sucedido ha puesto de manifiesto, sobre todo, la existencia de una crisis en el mismo ejercicio de la autoridad.

El concilio Vaticano II buscó un reequilibrio, teológicamente fundado, en el gobierno eclesial definiendo, mediante la colegialidad, el valor de las iglesias locales y del magisterio de los obispos. Pero los procesos de rápida globalización de la Iglesia católica y el regreso de las tesis centralistas han abierto las puertas a una nueva fase de concentración del ejercicio de la autoridad en la Iglesia en torno a la figura del Papa y de la curia romana. Ésta última ha visto cómo han aumentado sus competencias (mucho más allá de lo razonablemente previsible a partir de la eclesiología conciliar y de una comprensión correcta de la tradición) hasta convertirse en el elemento central e indiscutible en el gobierno eclesial.

Este modelo, que hace descansar todo en la universalidad y que tiene como corolario inevitable la centralidad de Roma, ha llevado a subrayar el papel de los instrumentos particularmente vinculados a una concepción y a un diseño universalista y menos los vinculados a las iglesias locales. A partir de semejante constatación, los movimientos (viejos y nuevos) no sólo han hecho que su presencia romana sea una condición indispensable de su legitimización y visibilidad (algo que ya había sucedido históricamente con los religiosos), sino que han acabado entendiendo que el ingreso de sus miembros en la curia romana era algo necesario (para defender su estructura universal). Y, por eso, han buscado adentrarse progresivamente en los vértices de la misma, donde están fuertemente representados en la actualidad. Conviene recordar  (para mostrar que este diagnóstico no obedece a intereses políticos) lo hostil que era a semejante modo de proceder, precisamente por motivos eclesiológicos, el sustituto de los asuntos internos de la curia de Pablo VI, monseñor Benelli.

Una curia que casi sustituye la autoridad de la Iglesia o que la ejerce por delegación tiene que acabar sobrecargada de tareas y llena de contradicciones inasumibles. Para evitar que un cierto número de cuervos sobrevuelen sobre el Vaticano es necesario reformar la curia, reequilibrando los lugares (los “loci”) del ejercicio de la autoridad. Si no es así, el Papa tendrá que seguir interviniendo personalmente cuando se pretenda solucionar cualquier asunto, por mínimo e irrelevante que sea.

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