lunes, 4 de abril de 2011

S. GALILEA y A. PAOLI SOBRE EL EVANGELIO DEL DOMINGO 5º DE CUARESMA

Conversión:
Es pasar de la muerte a la vida (Jn 11,1-45)
Uno de los males de nuestro mundo latinoamericano es que los buenos, los que podrían remediar muchas cosas, están adormecidos. ¿Están dormidos, insensibles, o la estructura social en manos de los que defienden sus pro­pios intereses impide todo movimiento en busca de justicia? Las represio­nes, las torturas, quitan las ganas de mover un dedo. (Puebla 42, 43). El miedo puede ser peor que la muerte; es una forma de muerte. Si el espíritu no nos libra del miedo, no habrá esperanza para el mundo.

            La resurrección también es esto: ser liberado del miedo. No existen épocas o situaciones políticas que puedan obligar de manera absoluta al silencio. El Espíritu es más fuerte que las armas, que cualquier represión. Recordemos a San Pablo: "Si el Espíritu de Aquel que ha resucitado a Jesucristo de los muertos habita en vosotros, el que ha resucitado a Cristo de los muertos dará también la vida a vuestro cuerpo mortal...". Aquellos que sufren represión, que desafían a la sociedad para preparar una sociedad mejor, parecen demostrar que el espíritu está en ellos.
            Jesús resucitó a Lázaro para darnos la prueba de que es capaz de resu­citar a cada uno de nosotros, y para que no tuviéramos miedo a la muerte. La vida no tendría sentido sin la resurrección. Una prueba de nuestra fe en la resurrección es no dar demasiada importancia a nuestra piel, al modo de los mártires; y luchar para que las formas de muerte procuradas por los hombres, desaparezcan de la tierra. Existe la lucha contra la muerte que es propia de los científicos, se podría llamar una lucha "científica"; y exis­te la lucha que se hace mediante la evangelización y el compromiso social, la lucha pastoral contra la muerte. La injusticia puede matar más hombres que las enfermedades.
            Pero si el hombre puede alejar el hambre, la guerra, la injusticia y otros males, ¿por qué no lo hace? Estamos en el centro del problema. Parecería fácil amarse, vivir en paz, formar una sociedad sin miedos, en que todos se sintieran bien como en una buena familia. Y sin embargo todo esto es la cosa más difícil, aún imposible, para el hombre. San Pablo, nos da la clave para explicarnos por qué el hombre elige, o cae en opciones que hacen luego su desgracia: "por un solo hombre entró el pecado en el mundo y con el pecado la muerte; así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos han pecado" (Rm 5, 12). No depende de la voluntad del hombre hacer el mundo más justo, más humano, con menos muerte y más vida, si­no de la liberación del pecado. (Puebla 482, 485). La gracia de la resurrec­ción entra en toda nuestra vida, y parece que sin ella no podemos hacer na­da de bueno, de verdaderamente bueno.
            Lo cual no quiere decir que Jesús pondrá en orden todas nuestras co­sas, que hará una sociedad mejor; sino que para hacer una sociedad mejor donde se pueda vivir, una sociedad de vida, es necesario que nos haga ca­paces de transmitir vida. (Puebla 197, 203).
            Por eso tenemos necesidad de resucitar.


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