martes, 18 de enero de 2022

Tras el comentario a mi último libro del viejo amigo Carlos Díaz

Fuente:   ATRIO

Por:   Javier Elzo

11/01/2022

 

Gracias de entrada, querido Carlos, por interesarte por mi trabajo sobre el futuro de la religión en España. Más aún por haber emitido un juicio crítico —como debe ser— al mismo. Creo que, en el fondo, en el texto de Carlos, no se da la imprescindible separación entre los planos sociológico y teológico. En mis análisis trato de diferenciarlos, aunque no siempre lo logro, pues yo soy un sociólogo que es creyente, pero cuando hago sociología trato de mantener la autonomía de ambos campos y, particularmente, no introducirme en exceso (lo que algunos me cuestionan) en el campo teológico, aunque nunca he ocultado mi opción de fe cristiana en la confesión católica.

Por otra parte, respecto del futuro de la Iglesia y de la fe católicas, me manifiesto en mis libros con un planteamiento positivo. Llevo años escribiendo que “la edad de oro” del catolicismo no está en el pasado, sino en el futuro, lo que ha dado lugar a que algunos comentaristas me han etiquetado, exageradamente, como apóstol de la esperanza.

Pero, eso sí, mirando al futuro propugno otro modelo de Iglesia y de fe, más de elección que de encuadramiento, sin oponerlos radicalmente. Creo que, a menudo, leemos la religión, y la religiosidad de las personas, desde nuestra situación de la era secular con cierta añoranza de la era de la cristiandad. Pero, como escribe Émile Poulat, “la historia vive de génesis; ignora la palingénesis, ese retorno de las cosas a un estado anterior y al viejo orden”. En el último capítulo de mi libro, ya avanzo algo en ese sentido, cuando me refiero a la emergente era post-secular, de la que he mostrado algunos atisbos y que es parte central del nuevo libro en cuya redacción me encuentro. Claro que es más fácil ver lo que fenece que lo que surge.

Escribe Carlos, “¿están, estamos los católicos enamorados de la causa de Jesús, en él, por él y con él?, ¿les entusiasma más que nada el Reino, o esa tarea ya la hizo Jesucristo y nosotros a redituar confortablemente su pasión, sopitas y buen vino, hagamos tres tiendas?, ¿qué peso real y no meramente virtual se concede a Jesucristo en la vida de la Iglesia en cada uno de los católicos?” Pero, ¿cómo puede medir la sociología empírica el enamoramiento de los católicos por Jesucristo y su peso real y no virtual en la vida de la Iglesia? A lo más que puede llegar es a determinar qué indicadores utilizar para los comportamientos de los católicos y los no católicos y ver el resultado. Es una cuestión de enorme complejidad que intenté fallidamente hace años, sobre lo que supone “ser católico”. Pero no hay que hacerse demasiadas ilusiones mirando a la historia, incluso reciente.

Por último, escribe Carlos que “poner como lo hace este libro, la sanación y revitalización del espíritu del cristianismo en una ´orientación antropológica y en una novedad histórica independientemente de su religión, de forma que todo confluya hacia lo humano, hacia el bien común, a la ayuda mutua, a la fraternidad, hacia un humanismo basado en la fraternidad´ constituye una descomunal petición de principio”. En realidad, la primera parte de la frase que pongo en cursiva, responde a una afirmación recortada del último libro, escrito por Joseph Moingt, ya centenario, y que concluye así, “que había creado un impacto tan fuerte que algunos analistas habían detectado en él, el anuncio del fin de la religión”. Y cerrará su libro Moingt con estas palabras: “De este modo, el espíritu del cristianismo, entendido como una facultad de juicio, será restaurado a la mente del hombre, independientemente de su religión, y eso es lo que significa el título de este libro: no reivindicación de propiedad, sino hacer partícipe de un bien común y llamada a la entreayuda”. Yo comulgo con ese planteamiento. De hecho, estas citaciones están al final del último capítulo de mi libro, antes del epilogo, del que el amigo Carlos hubiera podido extraer mi propia experiencia religiosa, fruto de una situación empírica donde las haya.

Nada más, querido y recordado Carlos. Con un abrazo fraterno

Javier

 

Donostia San Sebastián, 11 de enero de 2022


 

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